Una gestión reservada con el ex jefe de la Fórmula 1 y un final amargo: cómo un grupo de apasionados casi logra traer al país el auto más emblemático del Lole.
En 2024, un grupo de coleccionistas argentinos intentó recuperar una pieza histórica para el automovilismo nacional: la Ferrari con la que Carlos Reutemann ganó el Gran Premio de Brasil de la Fórmula 1 en 1977. Pero la misión no era fácil: tenían que convencer nada menos que a Bernie Ecclestone, el mandamás histórico de la Máxima, que la conservaba en su garaje como una preciada reliquia de su colección. Y lo cierto es que estuvieron muy cerca de la hazaña, hasta que apareció un obstáculo inesperado que frustró el sueño.
Todo comenzó cuando Ecclestone, a sus 94 años, decidió desprenderse de su célebre colección de autos de Fórmula 1, conformada por 69 monoplazas que marcaron siete décadas de historia del automovilismo. La venta fue anunciada como un evento sin precedentes por el especialista británico Tom Hartley Jr., encargado de mediar la operación.
Entre las joyas destacadas del lote figuraba la famosa Ferrari 312 T2 con número de chasis 029; con ese auto, Reutemann no solo ganó en Interlagos, sino que se subió al podio en otras cinco oportunidades, incluido un tercer puesto en Mónaco y otro en el Gran Premio de Argentina, que abrió esa temporada de la Máxima. Su valor simbólico para el deporte motor de nuestro país, queda claro, es enorme, y cuando se conoció la noticia de que buscaba nuevo dueño, los coleccionistas locales vieron una oportunidad única.
La Ferrari de Reutemann y la oferta argentina
El grupo de argentinos se organizaron rápidamente para pasar a la acción, y formaron un "pool" con la idea de reunir los fondos para comprar la Ferrari y traerla al país. El objetivo era claro: recuperar una pieza clave del legado deportivo argentino y asegurar su exhibición como homenaje al piloto santafecino que murió en 2021.
Uno de los integrantes de ese reservado grupo tenía contacto directo con Ecclestone, y fue el que logró poner en marcha la negociación. Para sorpresa de varios, el británico no se opuso a la idea. Afirmó que siempre admiró a Reutemann y accedió a vender el auto con una sola condición: que no quedara encerrado en un garaje, sino que fuera mostrado al público y utilizado para mantener viva la memoria del piloto argentino. Así iba a ser.
Las partes llegaron rápidamente a un acuerdo económico. El precio rondaba los US$4 o 5 millones. Con el visto bueno de Bernie y la voluntad firme de los coleccionistas, sólo quedaba resolver la logística de la importación. Parecía un detalle menor, pero terminó siendo decisivo.
Impuestos, trabas y un final anunciado
Es que fue en ese momento cuando apareció el problema más difícil: la carga impositiva que implicaba ingresar el vehículo al país. Pese al carácter histórico, deportivo y simbólico de la Ferrari, la Agencia de Recaudación y Control Aduanero (ARCA) aplicó a la operación criterios similares a los de traer un auto de calle de alta gama, y así le terminaron sumando impuestos internos y otras tasas que dispararon el costo final hasta la estratósfera.
Este detalle no es menor: hasta fines de 2024, los autos históricos estaban exentos de ciertos tributos. Pero en 2025, por orden del Ministerio de Economía, se cambió la interpretación de la normativa. El resultado fue un aumento abrupto de la carga fiscal: de un 70% inicial, el gravamen pasó a casi un 130% del valor declarado. En otras palabras, el Estado pretendía cobrar mucho más de lo que valía el propio vehículo.
Ese cálculo final terminó siendo demoledor: la operación, que iba a costar en total entre US$6 y 7 millones con las tasas aduaneras incluidas, pasó a rozar los US$12 millones. Con estos números, el proyecto, ya complejo de por sí, se volvió inviable. El grupo argentino tuvo que desistir, pedirle disculpas a Ecclestone y abandonar la idea.
Así, la Ferrari de Reutemann terminó siendo parte del lote completo de la “Venta del Siglo” de Ecclestone y pasó a manos de Mark Mateschitz, el joven empresario austríaco que heredó el 49% de Red Bull y que pagó unos US$300 millones por toda la colección. Según adelantó, planea exhibir los autos en un museo abierto al público, posiblemente en su país de origen.
Luego de lo sucedido, uno de los coleccionistas involucrados en el intento argentino resumió su frustración en una carta pública: “Esto no fue un capricho ni un lujo: fue un esfuerzo genuino por preservar la memoria de un ídolo nacional”, aseguró.
Así, la Ferrari del Lole quedó fuera del alcance de quienes soñaron con verla una vez más en la tierra que lo vio nacer. No fue por falta de voluntad ni de recursos; fue por una traba burocrática que terminó condenando al fracaso una causa cargada de pasión.
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