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La Mañana Historias de vida

"Cacho" Ponce, la leyenda viviente del fútbol

Juega desde que aprendió a caminar. Hoy, con 70 años, recién cumplidos sigue corriendo detrás de la pelota.

Su nombre es sinónimo de fútbol en San Antonio y la zona atlántica rionegrina. “Cacho” Ponce. Modesto aparece en su documento. En el recuerdo de la gente quedó como el gran crack, el muchacho que brilló desde la década del 70 y pudo haber llegado lejos, pero que por distintas circunstancias no se dio. El relato popular lo entronizó merecidamente hasta convertirlo en una leyenda viva que se puede corroborar cualquier día en cualquier cancha de San Antonio.

Recibió múltiples reconocimientos

El más palpable es que, mediante una Ordenanza aprobada por el Concejo Deliberante, se le impuso su nombre al predio municipal que posee tres canchas de tierra (chica, mediana y grande), donde los fines de semana se juegan campeonatos infantiles, y el resto de los días se usa para entrenar, disputar torneos libres y veteranos o más habitualmente los infaltables picados.

Allí se lo ve seguido a Ponce. En cualquier dimensión de terreno. Con pibes y con grandes. Concentrado como si fuera el duelo más importante de la historia. Ordenando al equipo, festejando los goles, molestándose por alguna mala jugada.

Dueño de la pelota, sale de abajo con un amague que todos lo esperan, pero que es difícil no caer en su engaño. Si hay partido y no juega, puede que esté de árbitro o director técnico en uno de los bandos. Sino permanece como espectador.

Estilo Riquelme

Sencillo, amable y ocurrente para contar anécdotas, sus amigos cuentan que le dedicó su vida al fútbol. Sostienen que aún conserva la prestancia al transitar la cancha. La visión, su gambeta, el dominio de pelota.

Quedó eternizada la imagen de cuando él pisaba el balón, lo cubría con el cuerpo y encontraba siempre libre un compañero para entregársela “redondita”, como aplauden los amantes del fútbol sutil. Y después la iba a buscar, decido a coronar la maniobra con un gol, en lo posible. Un estilo Riquelme, aseguran.

“Yo la recibía y sabía –sin mirar- si atrás mío picaba el tres, y por supuesto que también veía si se mandaba el cuatro o el ocho, porque los tenía de frente. Tenía la cancha acá, en la cabeza”, afirma, posando el índice en la cien.

Se puso la camisera de todos los clubes y los equipos representativos que se formaron en San Antonio desde finales de los 60 en adelante. También reforzó equipos de Viedma, Choele Choel, Valcheta, Luis Beltrán, Rawson y General Roca. En todas partes brilló y aún lo recuerdan. También tuvo un paso fugaz por Cipolletti, que disfrutaba de una época dorada. Fue la experiencia más cercana al profesionalismo que atesora entre sus recuerdos, suele contar.

Modesto Cacho Ponce

El llamado de Cipo

Como en el “Sueño del Pibe”, una noche golpearon la puerta de su humilde casa. No era el cartero. Era un amigo. “Cacho, vení que hay unos tipos del club Cipolletti que te quieren conocer”, le dijo. Fue una madrugada de 1975, cuando ya el equipo rionegrino tocaba la cumbre después de haber logrado ascender a dos torneos nacionales (faltaban tres más) y se codeaba con los más grandes.

La búsqueda de “Cacho” no resultaba antojadiza. Era, con sus veintipico de años, la gran estrella del fútbol del pueblo y muchos apostaban a que llegaría lejos. Había sucedido lo siguiente: los señores visitantes eran dirigentes de Cipolletti, y como estaban de paso por la localidad, habían parado en un bar de la zona céntrica. Después le contaron que entre café y café los visitantes compartieron la charla con el mozo y otros parroquianos, en la que el fútbol surgió como tema preponderante. Y naturalmente, el nombre de “Cacho” Ponce surgió de inmediato.

“Acá hay un pibe que es un fenómeno”; “Tiene mucha calidad”; “Juega muy bien”; “Es un crack”. Cosas así resaltaron y más, porque los forasteros se interesaron y pidieron ir a verlo a su casa en ese mismo momento. “Cacho” conversó efectivamente con los dirigentes, y acordaron que iría al Alto Valle a realizar una prueba. Pocos días después la promesa futbolística subía a un colectivo. La Puntual, posiblemente.

Recuerda que fue muy bien recibido en la casa “albinegra”, y que compartió prácticas con jugadores de la talla de Machado Gómez, Della Ceca, Espada y el arquero Julio Luna (quien le obsequió un par de botines), entre otras figuras de aquella gloriosa época que se empezaba a escribir.

Le dieron la oportunidad de jugar en un amistoso contra Colo-Colo de Chile, y no desentonó. Entró de titular, con la 11. No lo olvida más: en una jugada entró al área gambeteando y le hicieron penal. Lo quiso patear él, pero Espada que era el 10 y conductor del equipo, lo transformó en gol. Ese partido Cipo ganó 3 a 1.

Estaba para quedar. Lo querían. Pero su pase pertenecía al club Talleres de San Antonio, y los dirigentes no se pudieron de acuerdo para cederlo. Pero hubo un obstáculo rotundo: la nostalgia pudo más y se volvió para estar cerca de los suyos, que lo necesitaban.

“Mi familia era muy humilde y me necesitaban. Éramos doce hermanos y mi viejo trabajaba en el ferrocarril y no podía solo con la casa. Tenía que ayudar a llegar a fin de mes, como lo hacían varios de mis hermanos, que eran pescadores”, contó.

Después lo convocaron equipos del Valle Medio, estuvo unos meses en el Deportivo Roca, Viedma y otras localidades, siempre paseando su fútbol. Años más tarde volvió definitivamente a San Antonio. Ingresó a trabajar al puerto de San Antonio Este, donde fue delegado sindical, y también tuvo una época artística, cuando integró como cantante un grupo de folclore. Y por supuesto siguió (sigue) jugando al fútbol. Siempre el fútbol.

Modesto Cacho Ponce

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