Educar para aplacar la furia
Alcoholizados y pasados de otras sustancias, toda fiesta termina siendo una bomba de tiempo.
El crimen de Facundo Castillo, un jugador de fútbol, a la salida de una fiesta que se realizó en una finca en Cipolletti no deja de traer a la memoria la brutal golpiza que sufrió Lautaro Bettini en Neuquén el 1° de enero de 2018, o más allá en el tiempo la pateadura mortal que sufrió Javier Galar en 2006 en pleno centro neuquino. Sin contar el homicidio de Joaquín Vinez, el rugbier de Marabunta, que fue atacado por un joven ladrón que se metió en su casa y lo apuñaló y mató por nada.
¿Cuál es la lección que aprendemos de todo esto? Que el tiempo pasa y seguimos perdiendo pibes en actos desmedidos de violencia.
Los pibes que perdemos son de ambos bandos o de ninguno, como quiera usted señor lector, para mí todos son pibes perdidos. Los que murieron y lo que van presos, todas vidas arrasadas, familias destrozadas y mucha ira, bronca porque estos enfrentamientos ocurren todos los fines de semana, pero si no hay muerto no venden, no se publican, no trascienden. Necesitamos la sangre joven esparcida en la tierra, en el asfalto, y el dolor desgarrador de familiares cuyos rostros se funden entre lágrimas, mocos y baba ante lo irreparable que es la muerte.
¡Educar! Educar desde la casa, desde las instituciones, desde cada uno de los espacios de los cuales se pueda contener.
Enseñar el valor de la vida, el respeto, la tolerancia y el diálogo. Aprender en grupo que es preferible evitar situaciones violentas que por absurdas que parezcan pueden derivar en algo terrible.
Y pelear contra ese enemigo visible, que está en todas las fiestas, que se llama alcohol y droga, que es uno de los grandes retos que tiene hoy el Estado.
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