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La Mañana Columna de Opinión

El escrache de la antipolítica

La medida se utiliza para presionar a los políticos y se festeja en forma hipócrita dentro de la grieta.

El horno no está para bollos. Y no es para menos. Un grupo de comerciantes -¿importa la cifra o el fenómeno?- salió a manifestarse por la vuelta a la Fase 1 en el Alto Valle de Río Negro, y a las horas el Gobierno tuvo que dar marcha atrás con esa decisión. En el medio hubo escraches al intendente de Cipolletti y pedradas a la vivienda de su par de Villa Regina. El hastío por la falta de perspectiva económica y los 160 días de cuarentena (violada por muchos) despertó el gen de la intolerancia de grupos que se autodefinen como “no políticos”, aunque ese sector ha sido en los últimos años, y siempre, más afín a los preceptos del ex presidente Mauricio Macri. La política del escrache y la invasión a la privacidad es condenable en sí misma. Pero detrás de estas acciones hay mucha hipocresía vinculada a la ideología o el partido del escrachador o escrachado. Cuando Axel Kiccillof fue escrachado en 2013 en un Buquebús a Uruguay (estaba con su hijo), muchos festejaban ese acto en las redes. También lo hicieron en varias oportunidades en los escraches del ex presidente Macri, el último cuando fue filmado en un vuelo de Avianca a Bogotá y transmitido por las redes. En lo local, la ministra de Educación, Cristina Storioni, fue escrachada también por un sector minoritario de ATEN en su domicilio, que hizo una suerte de reclamo mientras estaba con su familia. En este país se ha escuchado de todo. Cada vez que cortan las rutas en las protestas (una acción que perjudica a todos), no falta alguno que dice: “¿Porqué no se la agarran con los políticos y no con la gente?”. Al final, ante la ausencia de resoluciones institucionales, el escrache es un emergente violento, pero efectivo. Tanto como para no seguir en Fase 1.

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