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El poeta que hizo escuela en la región

Carlos "Tata" Herrera. Además de narrador y docente, fue el impulsor de establecimientos primarios, una secundaria y centros de alfabetización para adultos.

Cuando era joven su padre lo mandó a estudiar Abogacía, pero él se inscribió en Filosofía y Letras.

Publicó los libros Ojos al viento (1987), Ocurrió en Cupajo (2002) y El rastro de las bardas (2012).

Analía Castro

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Neuquén.- Las definiciones no bastan para Carlos “Tata” Herrera, quien recorrió el país y construyó vínculos a partir de sus diversas facetas que exceden la docencia y la literatura. Fue prensero, guionista, marionetista de El Barco de Papel de Luis Alberto Sánchez Vera, representante de la Fundación Científica Ameghino y asesor de la Fundación para el Desarrollo Regional de la Universidad Nacional de Comahue (Funyder). Sólo un pantallazo de un apasionado de las letras que supo nutrirse de cada experiencia y forjar lazos de hermandad con figuras destacadas de la cultura pero también con la gente de a pie, a la que en más de una ocasión retrató en sus obras de ficción.

Ganador del primer Concurso Patagónico de Teatro por la pieza Sin adiós (1985), el escritor fue reconocido por diversos trabajos. Uno de ellos fue la memoria cantada que creó junto a José Luis Bollea para homenajear a la indígena catrielera Sheypuquin y a Juan Benigar, el croata defensor de los pueblos originarios que se convirtió en un mito en Neuquén.

Herrera es el menor de cinco hermanos de una familia catamarqueña. A los 17 años terminó la secundaria y partió rumbo a Salta para enseñar en una escuelita rural. “Me mandaron a pleno monte a una escuela que hacía seis años que estaba cerrada. Fue una experiencia muy rica, aunque muy sacrificada. Era maestro, director, partero, de todo”, relató sobre la aventura que anticipó el legado que más tarde dejaría en la Patagonia.

“Yo era una chico muy obediente. Mi papá me mandó a estudiar Abogacía y yo me inscribí en Filosofía y Letras”, deslizó con picardía. “A fines de los 50, la vida cultural en Tucumán era increíblemente rica y la universidad de avanzada. Había recibido el flujo de muchos artistas y científicos exiliados de Europa”, dijo, y mencionó a los artistas plásticos Pompeu Audivert y Eugenio Hirsch.

En ese clima de efervescencia, Luis Víctor “Pato” Gentilini, un referente de la música popular, se transformó en su “hermano de la vida”. “Gracias a él conocí a mucha gente importante, como Manuel Castilla, Cuchi Leguizamón, Rolando Valladares, Juan Falú y Atahualpa Yupanqui”. Con muchos terminó siendo amigo y algunos, como Falú, musicalizaron sus poemas. “Eran mesas nutridas de charlas, cuentos y humor. Todos éramos grandes conversadores y nadie se mandaba la parte”, apuntó.

Enseñar más allá de todo

Tras idas y venidas por diferentes provincias, Herrera llegó a la región hace 50 años. Luego de trabajar como docente en Cipolletti, se instaló junto a su pareja y su hija de dos años en un galpón de Catriel, donde la vieja escuela nacional no daba abasto para contener la demanda de alumnos en un pueblo en plena expansión petrolera. “Era todo muy precario. Comenzamos a dar clases con mi señora en dos piecitas que habían hecho los vecinos. Pasamos un invierno helado en el que hacíamos con los maestros ‘la batalla del calentamiento’, que era saltar un poco para entrar en calor. Con el frío se condensaba la respiración de los chicos y les llovía sobre los cuadernos. En esas condiciones dimos clases. Todos los años teníamos cientos de chicos sin banco. Llegamos a tener aulas distantes, a un kilómetro y medio una de la otra”, contó sobre los que fueron los primeros pasos de la Escuela Primaria 241 que Herrera bautizó con el nombre de Juana Paula Manso.

“Nosotros aplicamos métodos modernísimos de enseñanza”, postuló antes de mencionar la influencia de sus amigos Luis Iglesias, “el más grande maestro ruralista de América”, y Juan Ricardo Nervi, “el gran pedagogo y ensayista pampeano”; además de los desarrollos cognitivos de Jean Piaget. “En primer grado inferior nuestros chicos sabían leer y escribir. Y a fines de primer grado conocían a la perfección las cuatro operaciones elementales”, destacó, y añadió que a los estudiantes del nivel medio los motivaba en historia pasándoles películas.

Don Ata, un amigo entrañable

La amistad con Atahualpa Yupanqui nació al calor de las peñas tucumanas y se fortaleció con el tiempo, más allá de la distancia. “Yupanqui era un gran artista, un hombre de una gran cultura”, dijo sobre el virtuoso cantautor. “Hay algo que la gente ignora porque hay toda una cosa de tipo duro. Contando cuentos graciosos era impagable. Imitaba las tonadas de diversos lugares del país”, recordó. Tata Herrera contó que antes de los conciertos, Yupanqui ensayaba como un principiante. “Eso es ser grande en serio”, reconoció.

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