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La Mañana COVID

Es médico, le tuvo que diagnosticar COVID a su papá y lo acompañó en una dura batalla

Su papá pasó dos meses internado y se recuperó casi de milagro. Ahora, ya vacunados, comparten cada minuto como un regalo.

En su trabajo como médico clínico, a Santiago Hasdeu le toca cambiarse de ropa. Y así como remplaza sus prendas urbanas por un ambo celeste para trabajar en el Hospital de Centenario, el año pasado tuvo que cambiar, una y otra vez, el traje de médico y el de hijo, cuando le tocó diagnosticar a su papá como COVID positivo y acompañarlo durante dos meses de internación por una complicación de su cuadro.

Quizás sin proponérselo, Pedro Hasdeu y su esposa Marina sembraron en sus hijos un profundo amor por la ciencia y una irrenunciable vocación de servicio. Ellos, un matemático y una química, criaron a dos hijos que devinieron en profesionales de la salud: Santiago es médico clínico y su hermana Sonia es neurocirujana. Los dos trabajan en hospitales neuquinos.

“Nosotros somos de Buenos Aires y yo fui el primero que se vino a la provincia, a hacer mi residencia en el Castro Rendón en el año 2001”, relató el médico. Más tarde llegó su hermana con su familia, por lo que sus padres cambiaron el sedentarismo de la capital por una vida casi nómade, con una segunda casa en Neuquén para estar más cerca de los suyos.

Cuando se desató la pandemia, los Hasdeu, que hoy tienen 73 y 75 años, se quedaron en casa. “Les agarro la pandemia en Neuquén y se cuidaban mucho, casi no salían”, dijo Santiago mientras recordaba los meses sin abrazos y las visitas esporádicas en la que se saludaban a la distancia y al aire libre, en un esfuerzo por sostener los protocolos reforzado por la insistencia de los hijos médicos.

Y aunque Santiago y Sonia estaban en la primera trinchera de una guerra injusta y sus padres sólo los extrañaban desde la seguridad de su casa, los que se contagiaron fueron ellos. “No podemos saber cómo ni cuándo fue, porque salían muy poco, pero tuvieron algún descuido”, explicó Hasdeu.

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Cuando Marina comenzó a sentir dolores abdominales, llamó a Santiago de inmediato. Era agosto de 2020 y los casos de coronavirus apenas engrosaban los informes del Ministerio de Salud, pero en la mujer pesaba el hábito de consultar a su hijo médico por cada malestar. Aunque los síntomas no eran los frecuentes para el Covid-19, el profesional decidió hisoparlos a los dos en casa. El resultado los sorprendió para mal: ambos eran positivos.

“Ahí se activó un dispositivo de atención domiciliaria del Hospital Provincial de Neuquén”, dijo Hasdeu, que destacó el trabajo de sus colegas en ese centro de salud. Con oxímetros en mano, el matrimonio informaba de su evolución, hasta que la saturación de oxígeno los obligó a pedir urgente una internación. Marina sólo tuvo un cuadro leve de la enfermedad, pero Pedro la pasó mucho peor.

El hombre fue internado en la terapia intensiva de la Clínica Pasteur por una neumonía. “En ese momento, en la primera ola, todavía había disponibilidad de respiradores, pero si le hubiera tocado ahora, hubiera tenido que enfrentar la explicación de otros colegas diciéndome que él no califica para un respirador, porque quedan muy poquitos y se prioriza a la gente más joven y más sana”, dijo Santiago sobre una decisión difícil que él entiende como médico, pero hubiera sufrido como hijo.

Y como médico, también comprendió los protocolos que regían en la Pasteur y que lo alejaron de su papá por un mes, mientras el hombre luchaba por su vida en la terapia intensiva. “Recién pudimos verlo después, cuando salió de terapia y pasó a una sala de menor complejidad”, dijo Santiago.

En la sala común, Pedro cumplió sus 75 años. Aunque no hubo festejos especiales, ese día recibió a sus familiares en visitas de a uno, como celebrando la vida en un sentido mucho más amplio que el de los años cumplidos, como viviendo de nuevo, como empezando otra vez a contar.

Durante sus momentos más críticos, Santiago intercambiaba el rol de hijo y el de médico. Escuchaba los partes como un hijo, sin cuestionar a sus colegas, sin preguntar demasiado, con la esperanza como único faro para seguir hacia adelante. Y también los oía como médico, interpretando los mensajes más crípticos para saber que el final era una posibilidad cercana, concreta, casi tangible.

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A pesar de todos los pronósticos, Pedro salió airoso de su batalla contra el COVID. Volvió a su casa más flaco y más débil, pero con el ánimo suficiente para afrontar un paciente proceso de rehabilitación. Durante el verano, volvió a celebrar el cumpleaños de Santiago, a andar en bicicleta, a jugar con sus nietos. Y el vínculo con su hijo cambió.

“Siempre fuimos muy unidos, pero ahora trato de aprovechar cada momento, cada visita, cada charla”, dijo Santiago, que heredó de su papá el amor por la docencia. “Como yo, él también fue docente en la universidad pública, y siempre me aconseja que no demuestre todo lo que sé frente a los alumnos para no apabullarlos, ese es uno de sus consejos que más aplico”, afirmó.

Pedro ya recuperó el peso perdido durante los meses de internación. Y sin ver a sus hijos, desde la pura ausencia, reforzó el vínculo con ellos a tal punto que optó por quedarse en Neuquén por tiempo indefinido. Así, y gracias a la protección que les otorgan las vacunas, pueden darse los abrazos que se deben y valorar cada segundo juntos como un regalo inesperado, o como un minuto más que le robaron a la muerte.

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