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La Mañana Historia

La sinuosa marcha del pingüino por la mesa

Aseguran que es un invento rioplatense, pero una historia refiere a una primera aparición en una feria de Nueva York en los años 30.

En un asado reciente un amigo formuló una pregunta interesante. Mientras servía de la batallada jarra pingüino un vaso de tinto fragante, filosofó: ¿y si en vez de un pingüino fuese un cisne? Dicho de otro modo: la pregunta que tenemos que respondernos es por qué se trata de un pingüino y no otro animal", definió.

Está claro que no se trataba ni del primer vaso, ni de la primera pavada que nos encendía el brillo de la curiosidad en esa cena. Pero a diferencia de otras preguntas que pasan como el agua, esta que era de vino se planteó con seriedad. Tanto, que nos pusimos a Googlear.

La sinuosa marcha del pingüino

La historia repetida en webs y blogs, y repetida como una fake news, asegura que el pingüino es un invento rioplatense, como se suele afirmar del dulce de leche y los alfajores. Para más datos, sería la genialidad de ciertos alfareros italianos que, puestos a servir el vino en un recipiente más práctico que la damajuana o la bordelesa idearon una jarra que fuera fácil de rellenar y tuviera un pico dosificador. ¡Eureka! Un pingüino.

A favor de esta historia hay algunos elementos que le dan sustento. Dos parecen los más verosímiles. Uno, que hasta 1990 el vino se podía vender al menudeo y que, para agilizar su servicio en fondas y restaurantes, el pingüino ofrecía la medida justa en versiones ¼, ½ y 1 litro. La otra parte, es que en efecto a lo largo de la historia se usaron cantidad de recipientes para la misma función aunque con diversas formas.

Basta mirar la tradición catalana de porrones de vino –aún vigente–, donde una suerte de alcuza de vidrio emplea un largo pico para dosificar el chorro de tinto que llega a la boca. O la bota española. Cualquiera sea el caso, el misterio planteado seguía sin respuesta. ¿Por qué un pingüino?

Vasijas zoomorfas

Que el pingüino triunfó sobre otras especies a la hora de servir, es un hecho. Sobre las mesas de bodegones, en los quinchos del barrio y en las estanterías de antigüedades urbanas se alza la figura retacona del ave que no vuela pero embriaga. Y ahí otra dato: el pingüino sólo se usa para el vino.

Con todo, en la historia de las jarras de vino hay desde elefantes –la trompa es elocuente embudo– hasta búhos, cisnes y garzas –otra vez el pico aporta una solución al escanciado–, mientras que en alguna colecciones de mayólicas se observan desde serpientes y sapos a jirafas y monos. Estos últimos, claro está, rescatados más por el exotismo que por la forma de sus cuerpos. En esa misma línea, a nadie se le ocurrió usar un hipopótamo o un almeja, aunque no carezcan de méritos en el rubro ceniceros y afines.

Pero volviendo al problema central, si fueron unos alfareros italianos, por qué no usaron algún animal europeo, un águila o una cigüeña –y de paso no resignaban la diéresis tan sonora–. Insistimos: ¿por qué un pingüino?

A esta altura de la noche, mi amigo, ya con un brillo de zozobra en los ojos, sentenció: "porque viene del polo sur y refuerza la imagen de frescura, de frío –dijo, y añadió un melodramático–: touché".

La otra historia

Días más tarde y puestos a indagar en serio, el pingüino puede recoger otra tradición. Una, con nombre y apellido de diseño. En 1936 un tal Emile Arthur Schuelke (1901–1986) diseñó para la colección de la casa de lujo Napier una coctelera de plata con forma de pingüino art decó cuya patente comercial es D-101559. La elección de Schuelke, sin embargo, no fue azarosa.

Según explica The Royal Collection Trust se trató de una edición especial lanzada para la New York World’s Fair donde la atracción central de la expo era una Antártida en miniatura en la que se exhibían 50 pingüinos verdaderos llevados para la ocasión. El nombre de la instalación era "Admiral Byrd’s Penguin Island", donde Byrd es el nombre del explorador Rear Admiral Richard Byrd Jr (1888–1957), quien para esa época gozaba de prestigio por sus aventuras antárticas.

La coctelera en cuestión –donde hace sentido la idea de frío, no así en el vino, que se toma a temperaturas moderadas– es una pieza deliciosa en la que no es difícil observar los lineamientos básicos del pingüino como jarra de vino. El hecho de que no existiera hasta la década de 1940 el pingüino vinero local, refuerza otra hipótesis: la de que fue, como tantas otras cosas, una pícara apropiación local, como lo son el dulce de leche y los alfajores, contada luego para la tribuna en clave de triunfo local. Puede que no sea cierto, concedemos, pero qué seductora hipótesis. ¿Touché?.

Pingüinos parlantes en Marambio

En los últimos días circuló un comercial de la marca Ping –lanzado por Dante Robino, bodega propiedad de la cervecera Quilmes– en donde dos pingüinos dialogan mientras caminan por la Antártida sobre el nuevo Ping Vino Red Blend, con envase retornable. El comercial causó indignación porque habla de vinos intomables y baratos que, por supuesto, se superan con la nueva marca. El comercial fue retirado aunque se puede ver online.

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