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De Neuquén a Buenos Aires en tren: un viaje de otros tiempos

La comodidad y el confort de aquellos vagones que parecían hoteles y restaurantes y que marcaron una época en la historia del transporte.

Un grupo de profesores y estudiantes apura el paso para llegar puntualmente hasta la estación del ferrocarril de Neuquén. Están ansiosos por el placentero viaje en tren que los llevará a Buenos Aires y que fue financiado por el ministerio de Educación de la Nación.

Es la mañana del 2 de octubre de 1948 y la ciudad es un pueblo todavía postergado y sin desarrollo urbanístico. El grupo camina apurado con sus maletas por la Avenida Argentina, pero cuidando de no ensuciarse los zapatos con la tierra de la calle. Todos van bien vestidos porque en esos tiempos los viajes de larga distancia en tren eran un lujo para quienes podían pagar todas las comodidades que se ofrecían.

Los camarotes eran lo suficientemente cómodos para descansar a la noche y el salón comedor parecía un gran restaurante móvil donde se pedían las comidas y bebidas a la carta, tanto para la cena y el almuerzo o simplemente para tomar el desayuno o el té de la tarde.

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Todo el confort en el salón comedor.

Todo el confort en el salón comedor.

El grupo llega puntual a la estación donde ya hay un remolino de pasajeros esperando la salida de la formación con la misma ansiedad de ellos. Cada uno tiene su historia personal y el movido de su viaje. Hay quienes irán a la gran ciudad por negocios y trabajo, otros por vacaciones y algunos, como los profesores y alumnos, a esa invitación que les realizaron las autoridades nacionales.

Cuando está todo listo, el cochero se encarga del embarque junto a los asistentes que trabajarán para brindar un buen servicio a lo largo del día completo que demandará el viaje.

Suena el silbato de la locomotora. Desde las ventanillas se asoman por última vez los viajeros para despedirse de sus familiares y amigos. La estación es una fiesta, un punto habitual de encuentros sociales cada vez que se va o arriba un tren a la capital del territorio.

Muchos concurren para ver quiénes son los que llegan a la ciudad. Tienen la curiosidad de conocer a esas personas que tal vez se radiquen en Neuquén y que pronto serán los nuevos vecinos de un pueblo que en ese año apenas supera los 7.500 habitantes.

El tren, protagonista en Neuquén y el Alto Valle

Es una época de gran actividad ferroviaria. El servicio del ferrocarril se había nacionalizado ese mismo año y la salida de trenes es constante desde la pequeña capital hacia distintos lugares de esa extensa línea férrea que termina en Buenos Aires.

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La estación Zapala era la punta de rieles de la extensa línea ferroviaria (Archivo Histórico de la provincia).

La estación Zapala era la punta de rieles de la extensa línea ferroviaria (Archivo Histórico de la provincia).

Hay hasta tres trenes de pasajeros, quince fruteros del Alto Valle y seis petroleros. La recién inaugurada planta de INDUPA y los galpones de empaque tienen los desvíos propios.

Las viejas locomotoras de vapor, luego reemplazadas por las máquinas diésel fueron bautizadas con nombres muy particulares (Alondra, Zorzal, Martineta) y los coches cuentan con distintos niveles de confort. Algunos vagones albergan a gente sin demasiados recursos y a trabajadores golondrinas en las temporadas de cosecha. Otros, con camarotes y servicios, a los más pudientes.

El viaje es extenso, pero agradable. Desde Buenos Aires lo promocionan como “una línea recta, sin cerros, sin montañas” y la gente disfruta los paisajes desde la comodidad y hasta el lujo, descendiendo en algunos pueblos durante algunos minutos cuando hay una parada y retomando el viaje a los destinos finales.

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La carta del coche comedor con la firma del grupo de neuquinos que viajaron a Buenos Aires (Gentileza Elsa Bezerra)

La carta del coche comedor con la firma del grupo de neuquinos que viajaron a Buenos Aires (Gentileza Elsa Bezerra)

La carta del coche comedor que le dieron al grupo de profesores y alumnos que viajó a Buenos Aires en 1948 y que quedó guardada en historia con las firmas de quienes viajaron, sugería el menú con entrada, plato principal, postre y café, aunque también había un listado extra de exquisiteces que los viajeros podían pedir.

Lo mismo ocurría para el servicio de confitería con una larga lista de tragos y bebidas para que el extenso viaje fuera mucho placentero. El tren, en aquel entonces era una combinación de hotel, restaurante y bar con servicios más confortables que el avión. El único inconveniente era el tiempo del viaje que se sobrellevaba con todas estas prestaciones que hacían que las 24 horas fueran parte del placer del traslado.

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En el tren se podía pedir de todo. Así lo refleja esta otra carta (Archivo General de la Nación).

En el tren se podía pedir de todo. Así lo refleja esta otra carta (Archivo General de la Nación).

Por eso, quienes ocupaban camarotes también interactuaban con otros pasajeros y a la hora de la cena, el té o el almuerzo y hasta se establecían relaciones de amistad durante tantas horas de charla.

Se desconoce cómo les fue en Buenos Aires a ese pequeño grupo de neuquinos que hace 76 años tomó el tren en la estación para partir hacia la Capital Federal, quiénes fueron y qué fue de sus vidas. Es un hecho que disfrutaron el viaje como tantos y se maravillaron por el confort y la atención que recibieron.

Queda la carta con las sugerencias del chef y las firmas de cada uno que permitieron recrear esta pequeña historia para recordar los viejos buenos tiempos que tuvo el ferrocarril en la Argentina y la expectativa social que había en la estación de este rincón de la Patagonia cada vez que llegaba o salía un tren.

(Especial agradecimiento a la profesora Elsa Bezerra)

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