Atravesamos una época que reclama, más que austeridad, eficiencia para el desarrollo de los espacios públicos.
Unos años atrás, en esos tiempos de pausa por el coronavirus, se cortaron las cintas de un espacio público que, más que un parque, se parecía a una promesa para los cándidos. Unas débiles briznas de pasto crecían entre la tierra oscura y removida, y unos palitos raquíticos de árboles prometían sombra para un futuro incierto. Los juegos para los niños no habían llegado por retrasos en el transporte.
Ante la paralización de las obras públicas y cuando cualquier actividad que no fuera esencial parecía casi obscena, imagino que varias bocas se fruncieron detrás de los barbijos al inaugurar una obra un poco insípida. ¿No hubiera sido mejor retomar el proyecto inmobiliario para la antigua cárcel, en lugar de ese derroche pretencioso de espacios públicos que “igualan”? Pero llegaba otro aniversario y esas eran las únicas cintas que podían cortarse.
¡Si tan sólo hubieran podido adivinar el parque de ahora! Con las briznas ya convertidas en una alfombra verde, miles de jóvenes que se congregan en el Jaime de Nevares para aliviarse del calor impiadoso en las noches de noviembre. Y el terreno es también escenario para los deportes, la música, las ferias artesanales y una incipiente actividad gastronómica.
Los juegos, que sí llegaron, invitan a las familias a escaparse de sus departamentos, cada vez más habituales en la zona Este de Neuquén. Y en los eventos especiales, como la Confluencia de Cervezas, aparece esa promesa del espacio público igualador, integrador, inclusivo.
En estos tiempos que reclaman austeridad y mesura, los planes más ambiciosos pueden ser derroches fútiles. Y también apuestas exitosas, si se administran con eficiencia y la dosis necesaria de paciencia para seguir regando esos árboles raquíticos, aunque no den frutos inmediatos.
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