En 1977, Germán Tappatá, hijo de un reconocido empresario, fue captado por dos hombres mientras esperaba el colectivo para ir al colegio Don Bosco. Fueron 48 horas de terror. Tenía 11 años y fue liberado en la barda.
El lunes 25 de abril de 1977 se produjo el primer secuestro de un niño en esta ciudad. Ese hecho, por cierto totalmente atípico en esta parte de la Patagonia, marcaría a fuego la vida de Germán Daniel Tappatá por lo que significó esa odisea de terror que duró 48 horas. Tenía 11 años.
Se cumplieron 47 años de ese episodio que conmovió a la sociedad neuquina y, que obligó por primera vez a un medio escrito de esa época lanzar una doble edición: los diarios se agotaban ante la terrible e impactante noticia. Todo el mundo estaba alerta a cada información y hasta se llegó a hacer una cadena de oración para que el pequeño, que cursaba en el colegio Don Bosco, sea devuelto con vida a su familia. A sus 59 años, Germán removió esa movie de alta tensión, y como nunca antes lo hizo se entregó a dar detalles de esa pesadilla que le tocó vivir.
El drama del hijo de Susana Portillo y del ingeniero Daniel Antonio Tappatá, que en los ’70 era integrante del Consejo Provincial de Obras Públicas y propietario de una empresa constructora, comenzó a tomar dimensión ese lunes de abril a las 7.30 de la mañana cuando Germán se disponía ir al colegio.
El momento del secuestro
“Me secuestraron cuando me iba al colegio Don Bosco, en donde cursaba sexto grado. Mi casa estaba ubicada en Alderete y Mendoza. A dos cuadras tomaba el colectivo militar (calle Mendoza y Alberdi, esta última corría con sentido a la Av. Argentina) y mientras lo esperaba apareció un hombre y me dijo que si quería él me acercaba. Me dijo ‘hola Germán, tengo que llevar a mi pareja cerca del colegio, si querés te acerco’. Me lo confundí con un vecino que vivía cerca de mí casa y subí al auto”, comenzó relatando Tappatá, quien aclaró que ese micro que tomaba era utilizado por muchos “pibes”.
“Ahí la cagué…Cuando subo al Renault 12 de color blanco ya había otra persona en el volante y enseguida me pidieron que me agachara y me pusieron una bolsa de arpillera en la cabeza. Yo empecé a darle patadas al respaldo del que conducía y en ese momento el auto arrancó. Después de unos minutos me dijeron que me quedara tranquilo porque era un secuestro. Que no era en contra mío. Que lo hacían por alguien”, agregó.
En un primera instancia la víctima fue trasladada a un almacén, que estaba ubicado sobre la calle Bosch al 700, a unas cuadras de la escuela en donde asistía el por entonces niño. “Era un negocio porque uno de los secuestradores que estaba conmigo le decía a la gente que venía (al negocio) que no podía atender porque no sé qué problema tenía. Luego me llevaron al barrio Ferroviario que estaba ubicado sobre la calle Independencia, en donde actualmente está parte del Parque Central y el Museo”, detalló Tappatá.
“Me bajaron del auto simulando que era una bolsa de papa. Me habían puesto una bolsa de arpillera de la cabeza hasta la cintura y otra más para cubrir todo el cuerpo”, contó Germán. Una vez alojado en esa propiedad recordó que se encontraba con los ojos tapados por una venda: “Me daban comida, dulces, gaseosas. Pero en la bebida creo que alguna pastilla o algo le ponían porque dormía mucho. Para orinar me habían puesto una de esas latas grandes que eran utilizadas para poner el dulce de batata”.
“El trato siempre fue bien, yo solo veía sombras y no podía reconocer a las dos personas. Pensé en escaparme pero para que no lo hiciera me decían que afuera de la casa había un tipo con una ametralladora con orden de disparar a matar en caso que intentara fugarme”, continuó describiendo.
La ideóloga y el rescate
El primero de los contactos que tuvieron los secuestradores con Daniel Tappatá fue mediante un mensaje escrito a máquina en una hoja en donde se le solicitaron la suma de 4,100 millones de pesos (más de un millón de dólares, según Germán). “Para pagar el rescate mí papá recibió ayuda de otros amigos. Tenía que tomarse un tren hasta Bahía Blanca y la plata tenía que estar guardada en un bolso blanco. En el tren iban policías de la Federal y de la provincia disfrazados de pasajeros. Los secuestradores le habían indicado a mi padre que debía tirar el bolso cuando viera una fogata cerca de la estación de Darwin. Al final no pasó nada porque creo que uno de los secuestradores iba en el tren y se dio cuenta que estaba lleno de policías. Cuando mi papá llega a Bahía se fue a la casa de mi abuela”, rememoró Tappatá (h).
Según un recorte del diario de la época que Germán todavía atesora –el único de su familia que posee material de esta historia-, en el escrito enviado por los secuestradores le pedía al empresario que no fuera al banco a retirar el dinero, sino que cambiara valores que poseía. La única persona que sabía que Tappatá compraba bienes era María Rosa Coriolani, empleada del ingeniero. Esa fue la primera sospecha y pista de la policía.
Pasadas las 24 horas del secuestro, la familia recibió una segunda nota. Esta vez fue un manuscrito que indicaba que la plata tenía que ser entregada por una empleada se suma confianza de la empresa. Tappatá padre debía quedarse en Bahía Blanca.
“La secretaria de mí papá, que era medio mano derecha, le afanaba a mi viejo y se la ‘reventaba’ en el casino que en ese tiempo se encontraba en el Aeropuerto. Las mesas estaban todas arriba en donde hoy se ubican los cafés. Cómo tenía que devolver esa plata se les ocurrió secuestrarme. Ella después se lo confesó a la Policía”, contó el protagonista. Y continuó: “Mi tío Julio que vivía en Bahía trajo la plata. Se vino en un Falcón y traía una ametralladora porque estaba como loco. En tres horas y media llegó a Neuquén. Él era de la Marina”.
En esta oportunidad, el dinero tenía que ser entregado en un tramo de la Ruta 234 (luego cambió la denominación a Ruta Provincial 7) camino a Centenario y María Rosa Coriolani fue la elegida para realizar la operación. “Habían hecho un fuerte operativo y creo que fue en un auto de la empresa. Pero la policía no pudo detener a nadie porque ella (María Rosa) dijo que fue detenida por un hombre con un arma a la altura de Alta Barda y le entregó el dinero”, recordó el mayor de los tres hijos del ingeniero.
Esa versión de la mujer no hizo otra cosa que aumentar la sospecha de las dos fuerzas policiales, que decidió no detener a Coriolani para no perjudicar la liberación e impedir que le hagan algún tipo de daño al niño.
Liberación y el inolvidable Renault 4l
A las 22 del martes, finalmente Germán Tappattá fue liberado por sus secuestradores: “Me soltaron en la noche en plena barda, cerca del barrio SUPE que actualmente es el barrio Santa Genoveva. ‘Vos anda donde haya alguna lucecita de calle’, me dijo uno de los tipos y empecé a correr. Quería mirar el camino pero veía como víboras en el piso. De esa manera llegué a un kiosquito y cuando le cuento al señor quién era yo y qué me había pasado se puso muy nervioso. A los gritos comenzó a llamar a la mujer. Cuando quiso arrancar el auto, de los nervios no podía hacerlo. Era un Renault 4L, no me olvido más de ese auto. Me llevó a mí casa y en la calle Alderete, que corría con sentido al centro, estaba lleno de gente y policías”.
Y agregó: “Pobre hombre se pegó un cagazo bárbaro porque la policía lo agarró inmediatamente cuando frenó el auto. Cuando entro a casa me abracé con mi vieja y luego llamé a papá que estaba en Bahía Blanca esperando qué pasaba. Después comenzaron aparecer los amigos del barrio y mis primos”.
Pero para ponerle más condimento al caso y sarcasmo, María Rosa Coroliani era una de las personas que también se encontraba en la casa de la familia a la espera de Germán. “Cuando llegué me abrazaba y lloraba. Todo un teatro hizo, una frialdad tremenda”, contó Germán sobre ese acting.
La confesión
Ni bien el niño llegó a su hogar la policía tardó pocas horas en proceder a detener a Coriolani como sospechosa del caso. El interrogatorio a la mujer duró ocho horas y en ningún momento perdió la compostura. Hasta que todo dio un giro de 180° cuando le comunicaron que su pareja, Ernesto Ignacio García, se había ido de la provincia con el dinero. Eso hizo estallar en enojo a la empleada de Tappatá y terminó confesando todo. Fue así, que la policía detuvo en Cipolletti a García, quien aún poseía el auto (Renault 12) que fue utilizado para secuestro.
Horas después se hizo lo propio con Leopoldo Jeremías Arias, que se encontraba en su casa del barrio Ferroviario –donde estuvo alojado Germán- y, a su padre, Leopoldo Segundo Arias, quien en el momento de ser demorado estaba trabajando en la estación del ferrocarril.
En cuanto al dinero, tres mil millones de pesos fueron encontrados en la casa de la madre de Coriolani en la calle Balcarce 332 de Cipolletti, mientras el resto de botín se halló en la propiedad de los Arias, según informó la policía a los medios en conferencia de prensa.
“A uno de los secuestradores la policía lo atrapa en la casa durmiendo con el bolso que lo estaba usando de almohada”, contó Tapattá (h). “El que tuvo preso más tiempo fue su pareja (de Coriolani). Había otro de los integrantes que me parece que también trabajaba en la empresa. Mucho tiempo después a Leopoldo Arias me lo cruzaba en la esquina del correo (Santa Fé y Rivadavia) porque vendía diarios en ese lugar. También me cruce a María Rosa pero agachó la cabeza cuando la miré. Después con el trascurso del tiempo conocí a una de las hijas de uno de los secuestradores. Era amiga de una ex novia y no sabía nada. Me enteré hace un año y a ella la había conocido como cuatro años atrás. Paulita se llama”, reveló.
Tappatá confesó que se le “remueve” todo al hablar de todo lo que pasó hace tantos años y aseguró que le “robaron” una parte de su infancia ante las sensaciones que le tocó atravesar.
“Me cagó un poco la vida. Desde el día que me secuestraron yo pasé de los 11 años a tener 15, como que me robaron un pedazo de infancia. Mis padres tenían miedo y me llevaban a todos lados. Nunca andaba solo. Ese año comencé a jugar al rugby en Los Indios Rugby Club y siempre me iba con grupos de amigos. Me pasó que a un año del secuestro empecé a estar con gente más grande y a escaparme de mi casa para ir a las tertulias. Después percibía que nadie se animaba a preguntar todo lo que me había pasado. Era medio raro todo. Lo tragicómico fue que cuando volví al colegio todos los compañeros me decían para qué había vuelto porque por dos días no habían tenido clases, aunque iban a rezar a misa para que no me pasará nada mientras estaba secuestrado. Después pasó que en el barrio a mis amiguitos no los dejaban salir ni a la vereda. Eso sucedió en muchos barrios de Neuquén. Por el secuestro mío había como una orden estricta de no dejar salir a los chicos a la calle”, recordó.
“El secuestro también hizo que el diario Rio Negro por primera vez tenga una doble edición. Y también produjo que por primera vez la Policía Federal interviniera en un caso junto con la Policía Provincial. Hasta ese quilombo armé”, cerró con un poco de humor Germán Daniel Tapattá para ponerle fin a una historia cinematográfica que tuvo todos los condimentos en medio de tiempos densos y de oscuridad para la Argentina, que estaba bajo el gobierno de facto de Jorge Rafael Videla, mientras en el Batallón de Ingenieros de Montaña 181 de Neuquén funcionaba “La Escuelita”, donde se detuvo, torturó y despareció a cientos de militantes políticos durante la última dictadura militar.
Te puede interesar...
Lo más leído
Dejá tu comentario