El rescate de los 33: una experiencia de película
Un equipo de LMNeuquén cubrió el evento más trascendente de la década, para relatar el operativo de salvataje de los mineros atrapados a 700 metros de profundidad.
La gesta del rescate de los 33 mineros de Chile, el 13 de octubre de 2012, fue el evento de mayor trascendencia mundial que me tocó cubrir en equipo para LM Neuquén, junto al reportero gráfico Fabián Ceballos y el periodista de LU5 Camilo Ciruzzi. Hicimos 1.900 kilómetros en vehículo desde Neuquén hasta la mina San José, en el norte del vecino país, previa escala en Santiago.
Llegamos a Copiapó dos días antes del feliz desenlace. Todo el hospedaje de la ciudad y de pueblos cercanos ya estaba ocupado por equipos de prensa de los cinco continentes. Resignados, partimos hacia la mina, convencidos de que tendríamos que instalarnos en carpa, y soportar las gélidas noches del desierto de Atacama.
Retiramos las credenciales en el lugar, cuyo acceso estaba celosamente custodiado por Carabineros, y comenzamos a recorrer el campamento donde estaban instaladas las fuerzas de seguridad, rescatistas, los equipos de perforación que intentaban llegar hasta los mineros atrapados 700 metros bajo tierra, y sus familias, que acompañaron desde la superficie durante los 69 días que duró el drama.
Ya atardecía, cuando en medio del debate sobre dónde íbamos a pernoctar y comer, nos encontramos con Arturo, un periodista chileno que tampoco tenía alojamiento y a Margarita, una chica que buscaba quien la llevara hasta Caldera, un pequeño pueblo pesquero sobre la costa del Pacífico, en Bahía Inglesa, que estaba a una hora de viaje.
Margarita era la maestra que daba clases a los hijos de los mineros atrapados, en un trailer a pocos metros de la zona cero del operativo de rescate. Se alojaba en una cabaña de su familia en Caldera y viajaba todos los días a dedo hasta la mina. Enseguida canjeamos hospedaje por traslado. Un gran golpe de suerte que auspiciaba una cobertura periodística y una aventura de vida inolvidable.
En las jornadas previas al Día D pudimos reportar el clima que se vivía del campamento. Había un enjambre de periodistas y equipos técnicos de televisión de diversas partes del mundo que entrevistaban a los familiares, ya cansados del asedio mediático. Desde hacía más de dos meses vivían en carpas entre las montañas de toneladas de roca molida de la mina de cobre.
Era imposible conseguir un lugar en la sala de prensa, copada por colegas brasileños que tenían finamente aceitado un sistema de silla caliente, que solo compartían entre ellos. Había buena cobertura de internet, de 30 megas, cuando en argentina apenas llegábamos a 5.
Así es que las crónicas para el diario las escribí sentado entre las piedras, con la notebook enchufada a una zapatilla eléctrica que me prestaron familiares de los mineros, bajo un sol abrasador. Hacía sombra con un pullover sobre la cabeza para evitar el reflejo en la pantalla.
El mediático millonario y filántropo Leonardo Farkas apareció en escena para ganarse los flashes con su particular melena rubia de rulos, prometiendo ayuda económica para los 33, compromiso que luego cumplió. Los Carabineros, famosos por su historial represivo, aprovechaban las cámaras para mostrar cordialidad, en un verdadero operativo de lavado de imagen ante la prensa internacional.
La primera emoción fuerte se vivió en el día previo al rescate, cuando el ruido ronco de un motor comenzó a rugir desde la barrera que aislaba la zona exclusiva de los rescatistas. Tras cumplir su trabajo, se retiraba la gran estrella del megaoperativo, la máquina de perforación T130 que hizo el pozo de 66 centímetros de perímetro y 620 metros de profundidad que abriría la puerta a la libertad de los mineros. Estalló una verdadera fiesta.
Por delante de la máquina iban los operadores y geólogos que recibieron una ovación, aplausos, cantos, y abrazos de los familiares. El gerente de operaciones de una de las empresas que trabajaron en la perforación, Cristián Spronlik, se ganó un beso en la boca de María, hermana de Darío Segovia Roja, uno de los trabajadores atrapados.
A las 0:10 del 13 de octubre de 2012, sonó la sirena y se encendió la luz naranja de ambulancia en la zona cero de la mina San José. El operativo San Lorenzo, patrono de los mineros de Chile, llegaba a su punto más álgido.
La punta de la cápsula Fénix 2 emergió del pozo de 622 metros, con Florencio Ávalos a bordo. Fue el primero de los 33 mineros rescatados luego de pasar 69 días en un verdadero infierno. Desde todos los costados de las colinas brotaron aplausos, gritos y llantos.
En la superficie esperaba el presidente chileno, Sebastián Piñera, quien vivió tal vez su punto más alto de popularidad, con los ojos del mundo observando un operativo de rescate cinematográfico, con final feliz. La transmisión de imágenes desde la boca del pozo era exclusiva de la televisión estatal chilena TVN, con Piñera recibiendo a los mineros con una sonrisa de mil dientes. Todo parecía un guion de Hollywood. También llegó a la mina el presidente Evo Morales, porque uno de los mineros era de nacionalidad boliviana.
Es medianoche, ya no importaba el frío crudo del desierto de Atacama ni la niebla húmeda que mojaba todo, ni los dedos entumecidos para escribir las últimas líneas de la crónica para LM Neuquén que relataban una experiencia única.
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