El pequeño local cerró hace algunos años. Pero este lunes el municipio demolió toda la construcción porque se había convertido en aguantadero.
Ir a alentar a Cipo a La Visera y pasar a comprar algo al kiosco Alonso era una fija. No fallaba nunca, menos para esas memorables jornadas. A través de su ventanita, donde apenas cabían un par de manos, el trámite era veloz. Se recibía el producto pedido, se pagaba y chau, a la cancha.
El pequeño local ubicado en la ochava de la esquina de Mengelle y O´Higgins, frente a la sede del club Cipolletti, funcionó durante varias décadas y se convirtió en una marca registrada que trascendió el tiempo y la vida comercial.
De hecho, tras distintas transacciones el nuevo dueño lo mudó a un salón mucho más amplio que se encuentra a unos pocos metros, por Mengelle, y no le cambió el nombre.
El kiosquito lo fundó un vecino de apellido Alonso, de quien no se pudieron conocer mayores datos. Se calcula que la apertura fue a comienzos de los 70, o incluso antes.
Bueno. La cuestión es que el histórico reducto ya no existe más. El municipio lo demolió en la mañana de este lunes junto al resto de la propiedad porque se había transformado en un aguantadero donde se escondían delincuentes.
El inmueble tiene unos 20 x 8 metros de superficie y la parte interna antiguamente estuvo ocupada por un taller de mecánico que con el tiempo también cerró. Así, la construcción quedó en estado de abandono, lo que fue aprovechado por intrusos que se metían para esconderse o pasar la noche.
El municipio precisó que el dueño no respondió a los avisos e intimaciones para mantener el inmueble en condiciones, por lo que procedieron a desmantelarlo, en el marco de su política para desactivar sitios que ponen en riesgo la seguridad pública.
La Visera y las grandes multitudes
En 1981 el Alonso original le vendió el kiosco a José Villar, más conocido como Amarillo, quien lo trabajó junto a su familia hasta 2006, cuando decidió venderlo.
Daniel Villar, hijo de Amarillo y apodado “Miyagi”, se sorprendió con la noticia de la demolición. Era un niño cuando el papá lo compró, por lo que pasó 25 años ahí.
Si bien siguió en el mismo rubro y tiene otro local mucho más completo en pleno centro de la ciudad, aquel kiosquito está entre sus afectos. Atesora un montón de anécdotas y cuando las comienza a desandar revela involuntariamente un gesto de nostalgia. Recuerda los partidos de Cipolletti, aquellos que movilizaban multitudes, como el choque contra Mandiyú a fines de los 80 o la final contra Juventud Antoniana de Salta, en 1993.
Ni hablar cuando se armaban enfrentamientos e intervenía la policía. Como ya lo habían padecido, tenían una chapa que hacía de alero que se bajaba con rápidas maniobras y cerraba el frente como un escudo. Sabían que cuando empezaban a volar los piedrazos tenían que desplegar la protección. Era un procedimiento que lo tenían bien aceitado. Una vez salió a bajar la chapa de urgencia y cuando volvió a entrar se encontró con varias personas que se habían metido buscando refugio. “Cerrá por favor” le pidió alguien con temor, mientras afuera sonaban los cascotazos y las detonaciones. Se había armado mal.
Tampoco olvida la noche en que el cantante Claudio Basso disputó la final de Operación Triunfo y en el estadio e instalaron pantallas gigantes para presenciar el programa, que el cipoleño terminó ganó y dio inicio a su carrera artística. Asegura que pocas veces se vio tanta gente reunida, enfervorizados con el crédito local.
Sin rastros del fundador
Villar desconoce quién era Alonso, el fundador del kiosco. Era muy chico y solo supo que un señor que llevaba ese apellido le vendió el kiosco a su papá, quien decidió seguir con el mismo nombre porque ya en aquella época, 1981, era una referencia y era conveniente como estrategia comercial. Lo mismo interpretó el nuevo dueño que lo trasladó al salón de Mengelle y Roca, donde sigue manteniendo la tradición.
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