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La Mañana Historia

La historia del banquito que disfrutaron miles de vecinos en la costa del río Neuquén

Fue construido en los 90, pero hubo que sacarlo por la erosión del río. Miguel, su creador, y Rubén, su restaurador, esperan que regrese. Esta es la historia.

Había una vez un banquito en el que la gente se sentaba para mirar desde la costa cómo pasaba el río Neuquén. Era el banquito del pueblo, en el que los turistas se sacaban fotos, el lugar donde algunos se sentaban para llorar nostalgias y el espacio donde otros se quedaban para pensar en nada mientras pasaba la vida.

Era el banquito donde Marcelo Berbel se hubiera inspirado en la fuerza del Neuquén antes de llegar a la Confluencia para ampliar su cancionero, donde Eduardo Talero hubiese escrito los versos más sentidos de su nueva tierra, donde gentes de todas las edades que pasaron por allí se preguntaron cómo ese humilde asiento fue construido en la cornisa de la barda y quién fue su creador.

Yo mismo -como neuquino que soy- me lo pregunté en los años de mi juventud, cuando en ese sector norte del barrio Santa Genoveva el desierto mantenía su última resistencia frente al avance implacable de la urbanización. No tenía muy en claro cuándo fue que lo descubrí por primera vez, pero sí que me senté en sus tablas en varias oportunidades pensando en su historia, mientras contemplaba la correntada que pasaba desbocada tratando de encontrarse con el Limay.

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Era curioso porque alrededor del banquito no había nada más que arena. No existía vestigio alguno de construcción más que las casas que se habían levantado en el barrio, cuyos fondos daban al río.

Quién lo había hecho era alguien que indudablemente amaba ese lugar y había tenido la generosidad de compartirlo con cualquiera de los que visitaban la costa.

Recién hace unos días descubrí quién lo había construido y el por qué. Fue Miguel Ángel Molina, un jubilado de Entel que fue el primer poblador de la zona y que compró un terreno en la calle Colonia Alemana cuando corría el año 1977. Miguel, que hoy tiene 70 años, vivió buena parte de su vida con su familia en la casa que construyó en ese lote y fue testigo del crecimiento que tuvo el barrio.

“Tengo recuerdos muy lindos de esa época, aunque en el lugar no había nada. Mi casa fue la primera. Después se construyeron los albergues de la Universidad Nacional del Comahue”, recuerda con nostalgia.

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Miguel Ángel Molina, el constructor del famoso banquito.

Miguel Ángel Molina, el constructor del famoso banquito.

Una vida apacible en la costa del río Neuquén

La vida de Miguel giró alrededor del río junto a su esposa, sus dos hijas y su trabajo especializado en el cableado subterráneo al que le dedicaba mucho tiempo. Pero en los ratos libres su pasión era salir a pescar y a navegar por el Neuquén en canoa. Asegura que sentía mucha paz porque el lugar realmente inspiraba sosiego y el marco natural era imponente.

En esas curvas caprichosas del cauce Miguel se perdía río arriba, de cara al sol. Era un lujo que no lo tenían todos: salir de la casa, caminar unos metros y tener el río ahí nomás. “Me llevaba un equipo de radio para que me llamaran cuando estaba listo el almuerzo”, rememora.

También en la costa disfrutaba las tardes y la compañía de su mujer y sus dos hijas que aprendieron a nadar en los pocos remansos que dejaba la correntada brava en las tardes de veranos agobiantes.

Como sería la pasión que tenía Miguel por aquel maravilloso entorno que tenía en los fondos de su casa que una vez decidió construir un pequeño muelle que también disfrutó hasta que correntada del Neuquén le dijo basta.

Muchos años después, cuando comenzaba la década del 90, a Miguel se le ocurrió la idea de fabricar un banco para poder descansar en lo más alto de la barda y contemplar atardeceres y amaneceres en ese lugar, sin necesidad de llevar sillas o reposeras.

Así, después de pensar un poco, logró construir el banquito que necesitaba con un diseño simple: un par de tirantes que contenían dos tablas robustas. Una base de cemento le garantizó que nadie se lo robe. Y la idea funcionó.

Los años pasaron, Miguel se divorció y se fue a vivir a Plottier y atrás quedaron los recuerdos ribereños, las salidas con la canoa y, por supuesto el banquito.

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El banquito fue restaurado por completo por Rubén Milanese.

El banquito fue restaurado por completo por Rubén Milanese.

Un día, Rubén Milanese, un amigo y ex vecino del barrio, lo llamó para contarle que debido a la erosión del río sobre la barda toda esa cornisa estaba en peligro de derrumbarse. Además del banquito, también había una torre de alta tensión que las autoridades tenían que reubicar. Y como si fuera poco, la Municipalidad avanzaba con el proyecto de realizar el Paseo Costero para llegar hasta la Confluencia.

Fue Rubén el que se encargó de romper los cimientos del banquito y desarmarlo para llevárselo a su casa y restaurarlo antes de que lo tirara una topadora.

Ex compañero de trabajo de Entel, Rubén compró bulones nuevos, lijó las maderas y les hizo un tratamiento para que tuvieran una mejor conservación y finalmente lo armó tal como lo había construido Miguel y lo dejó en el jardín de su casa apoyado en un rincón. “No se puede usar porque no tiene la base de cemento. Las patas tienen que ir enterradas para que quede bien firme”, explica Rubén.

Dice que el banquito tiene maderas muy duras y buenas que deben ser de quebracho o de lapacho. “Con esas se hacían los postes”, asegura este vecino, que está confiado en que el famoso banquito en el que se sentaron miles de personas cada vez que concurrían a ese sector de la costa, pueda volver a ser parte del paisaje.

¿Qué es lo que falta para restituirlo? El permiso de la Municipalidad de Neuquén.

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La costa del río Neuquén y sus mejores vistas

Muy cerca de allí ya se construyó un amplio mirador que da al río, al que asisten miles de personas en todas las épocas del año. Desde esa suerte de palco se aprecia el Neuquén en todo su esplendor, tanto aguas arriba como abajo y también se pueden contemplar numerosas colonias de patos y otras aves que son parte del paisaje ribereño. El proyecto del paseo costero es ambicioso, pero no deja de ser maravilloso para que toda esa franja del río se pueda disfrutar a pleno de la misma manera que el Limay.

Mientras tanto, los dos amigos esperan que el proyecto avance y que logren finalmente el aval que tanto anhelan.

Sueñan que el banquito vuelva a ser el guardián del Neuquén y que con el tiempo se convierta en una partecita más de la rica historia que tiene la ciudad de los dos ríos.

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