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La Mañana cantora

La increíble historia de Awka Liwen, la cantora mapuche neuquina que inspiró a Osvaldo Bayer

Tiene sólo 21 años, es de Aluminé y su voz es una de las más sobresalientes de la Patagonia.

Es febrero y hay Gejipun en Ruca Choroy. Todo está listo para comenzar la ceremonia: el Rehue; el trillo y las ovejas; las ramadas mirando al este para protegerse de los malos espíritus; los alimentos que cada quien trajo de ofrenda; el muday; los treguel para danzar. Van a pedir que la cosecha sea abundante y las pariciones generosas. Con las papy, las ancianas de la comunidad y las tahielfe que van a cantar los tahiel durante el Treguel Purrun, hay una mujer muy joven de sólo 15 años. Cuando todo comienza y la Pillan Cuye les dice al oído qué canto van a hacer, la joven baja la mirada. Primero su voz es casi imperceptible, pero luego, cuando toma confianza, se eleva y se vuelve aliento y fortaleza. La joven es Awka Liwen y desde entonces nunca dejó de cantarle a su pueblo.

Contar la historia de Awka Liwen no es una tarea sencilla. Es difícil explicar cómo entran tantos sucesos en una sola vida. Porque se podría profundizar en la historia de la cantora mapuche con una voz talentosa y subyugante; o en la de una niña bebé que un día cruzó a Osvaldo Bayer y de ese encuentro mágico surgió no sólo un documental, sino un movimiento; o contar las cientos de aventuras vividas en los paisajes y culturas que habitó junto a su familia; o hablar de su irreverente pero consecuente acción política. Todo eso es Awka Liwen y todo es con detalles de lucidez, humildad y belleza.

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Lo cierto es que su historia comenzó hace 21 años en Ñorquinco, departamento de Aluminé. Sus padres, María y Fabián, se conocieron en un encuentro entre la Confederación Mapuche y la Administración de Parques Nacionales. Un año antes de todo aquello, el papá de Awka, que es guardaparque, había llegado a vivir a la seccional Ñorquinco desde Buenos Aires. En cambio, la mamá de Awka, que es mapuche, vivía en Neuquén y había viajado junto a sus padres para participar del encuentro. El 2000 fue un año de un contexto muy particular en lo relativo a la interculturalidad en la zona. Implicó la restitución de una importante cantidad de hectáreas al pueblo mapuche y se acordó la gestión conjunta de esa zona sagrada. Awka dice que el de sus padres fue amor a primera vista, estuvieron un año a distancia hasta que María se instaló en Ñorquinco.

Todos los pueblos de Awka

Awka tenía apenas unos meses cuando a su papá lo trasladaron a la seccional de Parques de Huechulafquen. “Todavía hay una imagen nuestra ahí en el ingreso a Las Coloradas como símbolo de interculturalidad”, dice con cierto orgullo. Apenas un año más tarde, les tocó mudarse a Abra Pampa, Jujuy.

“Para mí este lugar fue trascendental porque acá empecé el jardín, fue mi primera socialización, en un lugar muy diferente adonde había nacido”, explica. Pero no fue el definitivo, tenía 4 o 5 años cuando volvieron para el sur, a instalarse a orillas del lago Tromen, donde empieza el extraordinario Lanín. Después vinieron: San Martín de los Andes, donde nació su hermano; El Palmar, Entre Ríos donde aprendió a tocar el violín y General Lavalle, Buenos Aires, donde empezó la secundaria.

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“Es muy difícil imaginarme otra forma, nunca tuve la experiencia de estar más de 3 años en un lugar. Mudarnos era una parte más de la vida. No desarrollé cuestiones del cotidiano como los amigos de primaria o de toda la vida, o vínculos muy profundos”, explica Awka. Sin embargo, de cada lugar fue guardando algo en su corazón: la forma de pronunciar una palabra; un maestro que marcó el camino; una anécdota vital; la belleza del paisaje; las formas de las culturas. Pero sobre todo, logró desarrollar un vínculo permanente con la música.

Empezó a tocar el violín a los 9, cuando vivían en Palmar y la profe Alejandra le dio sus primeras clases. Cuando se mudaron a General Lavalle, muy cerca del mar y ella estaba en 6°de la escuela, con su familia viajaban unos 300 kilómetros cada 15 días para que Awka pudiera estudiar por 5 horas ininterrumpidas con un profesor anciano que era una eminencia. Tanto esfuerzo valió la pena. A los 13, dominaba el violín, tenía conocimiento sobre la música clásica, había logrado tocar otros instrumentos, pero sentía seguía sintiendo que algo le era ajeno.

El regreso a Ruca Choroy

Awka tenía 14 años cuando finalmente les tocó volver a casa. Aunque nunca había vivido en Ruca Choroy, implicaba estar nuevamente en territorio pehuenche. “Fue un momento súper clave volver. Yo siento que en cada lugar que una va habitando, te vas construyendo un poco más, pero yo soy Pehuenche. No soy una persona mística, pero no hay nada mayor que lo generar respirar el aire del lugar donde una nace”, dice.

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Empezó 2do año en el CPEM 93 de Ruca Choroy, del que aún no se había recibido ninguna promoción (de hecho la de ella fue la segunda). Un proyecto educativo intercultural, que involucraba a todas las comunidades mapuches de la zona. Era todo muy distinto, no sólo el ciclo lectivo que va de septiembre a mayo, se trataba de empezar a ser parte de una comunidad rural con otras problemáticas, otras prioridades, otra forma de concebir las cosas.

“Si bien al principio no entendía nada, me enseñó muchísimo a aprender a tener paciencia de los procesos de cada espacio, a percibir lo genuino de eso y no del hacer todo a las apuradas. Pero también a salir de los fundamentalismos que una conoce y a evaluar los contextos sociopolíticos de cada espacio. Porque más allá de que habían otros conceptos, la curiosidad por lo distinto estaba presente desde un lugar muy genuino, sin rencor, sin odio”, explica.

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Ruca Choroy implicó también reconectarse y reconocerse a todo nivel. Estudiando la historia de la comunidad, también fue encontrándose con las huellas de su propia familia. “Ahí me enteré de la participación de mis abuelos, mis tíos, mi mamá en la emblemática lucha de Pulmarí. Todos habían estado ahí. Es decir, siempre supe que era mapuche, pero no tenía mi proceso territorial hecho. Si uno no pisa la tierra propia, es muy difícil sentirse parte”, dice.

Estando en Ruca Choroy, también la impactó muchísimo el caso de Santiago Maldonado. No sólo fue creando sus propios recuerdos dentro del territorio, sino que también reconocerse en esa identidad era una decisión política, a través de la cual también pudo marcar su propio camino musical.

Destino de cantora

Lo primero que empezó a cantar Awka fueron tahiel, los cantos sagrados que acompañan los Treguel Purrun. Los aprendió de las abuelas Susana Lican y Flora Lefiche, con las que pasaba largas horas aprendiendo.

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En paralelo, se dio cuenta que muy poco tenía que ver la música clásica con esa Awka Liwen que estaba descubriendo y, retomando lo que había aprendido en su secundaria bonaerense a orillitas del mar, encontró el camino del folklore. No del folklore intelectual que mira de arriba, sino “el real”, dice ella, el de polvareda y alpargatas, el del vino compañero y del chamamé hasta caerse rendido. A los 16 años, junto a su hermano de 8 y otros pibes de Aluminé armó Newen Folil, su primer grupo de folklore.

Pero su camino consciente en el canto y en la música iba a empezar un poco después. Era 2019 y en la Plaza central de Aluminé habían actividades por el 12 de octubre. Ahí pudo ver por primera vez a Noe Pucci, la cantautora neuquina, oriunda de Chos Malal que llevaba un amplísimo recorrido reivindicatorio del canto de la gente de la tierra. “Fue trascendental. Yo quiero hacer lo que hace ella, dije enseguida. Después de eso vino la pandemia y para mí fue la oportunidad de empezar a componer mis propias canciones”, explica Awka.

Desde entonces, Awka Liwen, empezó un camino en el que, entre otras cosas, ganó premios por sus composiciones; grabó junto a la inmensa Anahí Mariluán; fue una de las protagonistas de Territorio del Canto en el Centro Cultural Kirchner; pero sobre todo por el que va con su voz y su guitarra donde su canto sea necesario.

Un encuentro, una dignidad

Nada pasa porque sí. Menos cuando lo fortuito involucra a uno de los intelectuales más brillantes del siglo XX.

Parques Nacionales había organizado en San Martín de los Andes un debate histórico entre Osvaldo Bayer y el antropólogo Rodolfo Casamiquela sobre el Perito Moreno y la llamada Campaña del Desierto. Al papá de Awka Liwen le pidieron que vaya a buscar Bayer a la terminal. Era un acontecimiento muy feliz para la familia, así que también fueron María y la pequeña Awka. En cuanto Bayer bajó del colectivo, vio la bebé, la garró de los cachetes y quiso saber:

Qué nena más hermosa ¿Cómo se llama?

Awka Liwen. Significa Rebelde Amanecer — respondieron sus padres. Bayer quedó impactado con la belleza de la niña y su nombre tan justo.

Ni los anarquistas les ponían esos nombres a los hijos —dijo.

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No fue sólo un diálogo, establecieron un vínculo. Y aunque Awka estaba destinada a ser una niña rebelde, eso le marcó un camino y una ética. Pero no sólo a ella, también a Bayer.

Años después, cuando estaban viviendo en Jujuy, Osvaldo fue a visitarlos. Cuando se estaba despidiendo, les dejó de regalo un libro donde escribió que después de la conversación que había mantenido con la pequeña Awka durante la merienda, ellos habían dejado de ser ellos para pasar a ser sólo los papás de Awka Liwen.

Más tarde, volvería a comunicarse. Esta vez era para pedirles permiso de usar el nombre Awka Liwen para su nueva película que documentaba el horror y la violencia del avance del Estado para obtener la propiedad de la tierra. “Yo tenía 6 años cuando el documental se estrenó en el Monumento a la Mujer Originaria en Buenos Aires. Ahora que lo veo en perspectiva entiendo lo que significaba estar ahí, junto a Tati Almeida, Dorita Cortiñas. Esa fue la primera vez que me hicieron una entrevista”, dice Awka.

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De su familia, de Osvaldo, de su pueblo, Awka Liwen aprendió a resistir.

Ahora también lo hace desde la música.

Dice que es un momento muy difícil para la cultura, para el arte, para la gente. Un momento muy duro en general. Pero sabe con certeza que esto también pasará y que ahí nomás viene un nuevo y rebelde amanecer.

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