Bailarina, coreógrafa, maestra mayor de obras, cantante, bajista, docente, conductora; algunos de los oficios que Romina Andrián lleva adelante con pasión.
La primera vez que vi a Romina Andrián, Roma, estaba sentada sola en un banco de madera, en el patio de la casa del músico Trafúl Berbel. Llevaba un saco de hilo celeste, el pelo lacio atado y tenía las manos sobre su regazo. Parecía una niña. Una hora después, con un micrófono en la mano, bajo una hilera de luces caseras y frente a unas veinte personas que celebraban un cumpleaños, ella cantaba, bailaba y reía con maestría y en las mismas proporciones, como si estuviese en el más imponente escenario. Se había vuelto una estrella y ante su talento, nosotros parecíamos muy pequeños.
Hay tres cosas que Roma aprendió en su infancia: a ser disciplinada, a que el arte salva y a sobrevivir. Esa determinación con la que siempre se aferró a la vida, la llevó a crear un camino auténtico, el cual pese al inmenso esfuerzo que hace para transitar, le regaló pequeños milagros. “La gente me ofrece cosas que me encanta hacer. Termino cumpliendo sueños con los que ni siquiera soñé”, dice agradecida.
Romina Andrián nació el 22 junio de 1985 y es de Cáncer, a lo que adjudica su necesidad de hogar y el jamás haber dejado Neuquén. “Todos estos años escuché a gente decirme que lo mejor para mí era irme a Buenos Aires o incluso a Europa. Yo elegí quedarme, porque sé que si las cosas que a mí me gustan no están acá, yo las genero”.
La historia de Roma y el arte comienza a sus 3 años, cuando iba a clases de danzas clásica y española. Aunque ya le gustaba bailar, no se sentía a cómoda con las exigencias desmedidas que tan poco tenían que ver con una niña. Desde los 6 a los 8, fue abusada, lo que la envió sin escalas a esconderse en los libros. Leía todo lo que llegaba a sus manos: cuentos, revistas, manuales. Aprendió tanto, que decidieron pasarla de grado en dos oportunidades, lo cual la llenó de “inseguridades y ansiedad”, dice.
Tenía cerca de 10 años, cuando su mamá y su papá empezaron a ir a Baelee, el espacio creado por Daniel Bongiovani que mixturaba baile, terapia y gimnasia. “¡Esa familia! ¡Su papá! Perdoname pero, me emociono”, dice el Tano Bongiovani entre lágrimas. “Cuando yo hice Baelee, lo pensé justamente para que todo el mundo que tuviera ganas de expresarse y hacer gimnasia, tuviera la actividad que lo motivara. A esa familia le gustaba mucho el rock and roll y yo ponía rock en las clases y los papás de Romina brillaban. Ella y su hermana eran muy chicas. Se criaron con nosotros, que en esa época empezamos a viajar, a hacer giras con coreografías. Ellas enseguida se llevaron bien con la danza, después la vi a Romina arriba de los escenarios, y no puedo dejar de sentir felicidad de que la fibra del arte le haya pegado”, recuerda.
Pero mientras papá y mamá bailaban, Roma miraba con atención los ensayos de Hip Hop de un grupo de bailarines adultos, donde estaban Adrián Sánchez, Miriam Rotter, Marcelo Falletti, Leticia Di Paolo, Jorge Da Rodda. Un día, uno de los integrantes faltó sin aviso y estaban todos preocupados. Roma, que era muy tímida, se acercó a ellos y les dijo: “Yo me sé la coreografía, ¿puedo?”. Y desde entonces, nunca dejó de bailar.
Los años siguientes transcurrieron con intensidad. Mientras hacía la secundaria en la EPET N°8, Roma estudiaba y se recibía de profesora de Ritmos Latinos; se especializaba en Salsa; viajaba con su familia por todos lados bailando, aprendiendo; se ponía las plumas en el carnaval de Gualeguaychú; empezaba a dar clases, primero a sus vecinas, luego en un bar de la Galería del Parque; estudiaba alemán técnico y así.
Un día vio en un escenario sobre la Avenida Argentina al grupo Tahiel, que cantaban y bailaban al mismo tiempo y se dijo: “yo quiero hacer eso”. Empezó a ensayar en su casa, con una canción de Fabiana Cantilo. Le preguntó a una chica que la cuidaba qué le parecía y ella le dijo: “Parecés hijitus”. Esas palabras le rompieron el corazón, pero no se dejó vencer y la vida le dio revancha. Empezó a estudiar Comedia Musical en la Conrado Villegas, a encontrarse con esa mixtura de la voz, la danza y el teatro.
Cuando terminó la secundaria y se recibió de Maestra Mayor de Obras dijo: “Voy a dedicarme al Teatro”. Y aunque a su papá que era ingeniero, no le gustaba mucho la idea, la ayudó para que se vaya a Roca a estudiar.
Un lugar seguro
-¿Viste cuando los gatos están parados muy arriba, como si nunca los pudieras alcanzar? A mí me gusta estar en el escenario porque siento que es un lugar seguro, donde no tengo que esconderme, donde nadie puede hacerme daño.
A los 22 años, Roma se había recibido de Profesora de Arte Dramático, además de haber estudiado percusión, canto, cine y danza contemporánea.
Cuando volvió a Neuquén, empezó a dedicarse de lleno a dar clases en la academia de danza Baila Conmigo, que había creado con su mamá unos años antes y en la cual, pese a que hoy le pertenece a su amiga y ex alumna Camila Herrera, sigue trabajando y es una de sus mayores alegrías. También empezó a dar clases en la escuela, a crear obras de teatro para infancias y con todo el esfuerzo del mundo, a levantar su casa arriba de la de su papá.
Creó Baila Conmigo eventos, el grupo con el que hasta hoy lleva sus coreografías por todos lados. “El baile es un ambiente muy competitivo porque hay pocas oportunidades. Son muy pocos los que llegan, entonces se matan en el camino. Yo construyo con gente buena, personas que te ayudan a hacer las cosas mejor, que no compiten, sino que te dan una mano para levantarte”, explica.
Esa experiencia la llevó a convertirse en directora artística, coreógrafa y bailarina de Flame, el espacio queer más icónico del Alto Valle, donde Roma se siente libre, segura y adonde aprendió que no hay que ocultar nada en esta vida.
Por esas épocas también, se enamoró de un músico que tocaba en la banda Siete Puntas. Tenían planificada una gira a El Bolsón, pero algo le pasó al bajista. Entonces, como lo había hecho aquella vez con el grupo de Hip Hop, Roma se propuso para reemplazarlo. Sólo que esta vez, jamás en su vida había tocado el bajo. "Yo lo hago. Eso se parece mucho a una coreografía de dedos". Y así, con un acting maravilloso, se convirtió en bajista. Primero de mentira, luego de verdad, aunque dice que es la única disciplina en la que se permite equivocarse o hacerlo mal.
Un tiempo después, su papá le regaló un afinador. Ella llorando le dijo que ya no tocaba, que se había peleado con el novio y ya no era parte de la banda. Entonces su papá, que hace unos años se había enamorado de la música, la invitó a tocar a la suya. Y así fue como Monkustrap se convirtió en su familia, su escuela y el espacio que compartió con su papá hasta los últimos días.
"Mi papá siempre fue un sostén. Yo sabía que estaba ahí para lo que necesitara, que me podía ir a buscar a cualquier lado del mundo si yo lo llamaba. Cuando murió mi viejo, sentí que todo se caía". La última fecha que compartieron, fue en una Fiesta de la Cerveza de Caviahue, donde como siempre, se divirtieron mucho arriba del escenario. Dos semanas después, a Ruly Andrian lo internaron. El cáncer no le daba tregua. Murió rodeado de amor, junto a sus compañeros de banda, con su hija Romina de la mano.
La tristeza durará para siempre
La frase le pertenece a Vincent Van Gogh. Roma decidió tatuársela. Su cuerpo es un manifiesto lleno de simbolismos, alarmas y heridas. Su cuerpo es un campo de batallas, repleto de remiendos y costuras a la vista. Su cuerpo es el templo al que le confiesa lo difícil que le resulta levantarse de la cama. Su cuerpo es la fuerza que baila, es la voluntad, es el que la obliga a avanzar indefectiblemente hacia la vida.
"Me parece importante que todos sepamos las cosas. Poder hablar para respetarnos, para informarnos. Yo tengo algo dentro mío que me acompaña hace muchos años, en lo que trabajé trabaje duro para llegar hasta acá. Nunca pensé que iba a llegar a ser una adulta funcional, porque toda la vida sentí cosas raras que luego la pandemia agudizó. Con el tiempo supe que soy bipolar. Cada día que pasa, sé que quizá tenga que luchar contra la angustia. Mi psiquiatra me dice que soy una sobreviviente".
Roma tiene más de 15 mil seguidores en sus redes sociales. Ella no se siente influencer, cree que es un espacio para compartir lo bueno y ahí sube sus tik tok, memes, fragmentos de sus días de coreógrafa y bailarina, fotos con sus seres queridos. Pero también comparte información importante que, aunque para muchas personas quizá pase desapercibida, intenta visibilizar temas tabúes como la salud mental.
“Salir de la depresión no es una cuestión de voluntad. Yo creo que la gente es muy empática, sólo que le falta información”, explica. Y así como sostiene que su hija vive un presente un poco mejor porque pudo brindarle herramientas y cariño para protegerla; que ésta es una realidad más justa por el acceso que tienen las infancias a la Educación Sexual Integral en las escuelas, también cree que es necesario que hablemos de todo, que sepamos que mientras el mundo sigue girando hay gente que vive de manera permanente con un pie dentro del dolor.
“Aunque tenga encima toda la tristeza del mundo, si me comprometí a algo, lo voy a hacer. En esos momentos pienso en mi papá y salgo de la cama. Adquirir nuevos compromisos me ayuda a levantarme. Y cuando finalmente llego a mis clases, o a un ensayo, o adonde sea que vaya me doy cuenta que amo lo que hago, que puedo disfrutar, que puedo ser feliz”, dice Roma.
Hace muchos años que Roma elige solo cosas que le hacen bien. Cantar, para sacarlo todo de adentro; viajar en la música con Candy Ladies; conducir ciclos, eventos; ser panelista de un programa de televisión; seguir dando clases; llegar a nuevas dimensiones con sus coreografías; compartir la vida con Monkustrup; abrazar muy fuerte a su hija, a su hermana, a su sobrina, a los amigos y su pareja. “Solo voy donde me sume. Donde me den ganas de ser mejor persona, donde me den ganas de estar bien”, dice.
Hasta el día en que Chloe nació, Roma estuvo bailando sin parar con su panza. Recuerda su parto como algo simple y maravilloso. Un, dos, tres: su pequeña estaba ahí. Recuerda que le hacía estimulación temprana con una plumita, mientras le cantaba Mon Amour. Eso también se lo tatuó en el cuerpo, esa también es su victoria.
Hay días en que Roma necesita que alguien baje con ella al pozo y que guarde silencio. Hay días que precisa que alguien le lea lo que tiene escrito en el cuello, por si se le olvida: just breathe. Hay días en que tiene que recordarse a sí misma la mítica frase de Flash Dance que le recorre la pierna: “Sostené tu pasión y hacé que suceda”. Hay días en que es feliz escuchando a Chloe de 11 años decirle: “Mami, ¿me hacés Mon Amour?”. Sea cual sea el día, está ahí con su arte, encendiendo la belleza.
Roma, gracias por tu valentía. Respirá.
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