Es papero y a viva voz defiende su oficio cada día en los barrios de la región. "Hay que laburar porque las oportunidades están en cada esquina", asegura.
Suena el altavoz en las calles de un barrio, en Allen, y una vecina sale eyectada del comedor. Estaba tejiendo un par de escarpines para su nieto que viene en camino pero el llamado de esa voz inconfundible, rasposa y llamativa, impera en el mediodía de la escena urbana. Es "el Salamanca", como todos lo conocen, el papero de la región que con una mano afirmada en el volante de su Ford 400 y otra en el micrófono, convierte las ofertas de papa, huevos y otras verduras, en "poesías" que tienen una reminiscencia pueblerina a esos oficios que se resisten a desaparecer ante el pase del tiempo.
¡Fresca y barata la papa señora!, repite por la bocina del camión que todo el vecindario reconoce. En la caja del forcito hay bolsas de cebollas, maples de huevos y más verduras. Martín Rodríguez lleva toda una vida como papero. Hace 41 años que se dedica a la venta ambulante y esa actividad ha sido desde muy joven su único medio de vida.
Empezó como papero en Neuquén, hace más de 40 años, con un hombre de apellido Salamanca, vendiendo arriba de un carro tirado por caballos. Después, se independizó y aunque su apellido no es el de su primer patrón, así lo conocen todos: como el papero Salamanca aunque él es Rodríguez. "Nací para la calle. A los 11 años me fui de mi casa a laburar con un riojano y hacíamos el aplauso. Andábamos con cajas, aplaudiendo casa por casa para vender hilos y agujas, peines, portadocumentos, de todo", contó Martín.
El papero del Valle no sabe de redes sociales ni ofertas relámpago. El cara a cara con los vecinos, con los clientes de años, y su voz tan particular que suena a llamado popular, es la clave de su oficio. Buena mercadería, ofertas que le hacen ahorrar unos pesos al bolsillo de la doña, trato cordial y constancia. Porque el recorrido siempre es el mismo en cada unas de las ciudades y hay que mantener viva esa costumbre de confianza con quienes le compran.
"La calle fue mi escuela, aprendí mucho. Y me gusta la calle. Yo esta actividad la podría hacer comercialmente, cargar e ir a los negocios pero me gusta el parlante, gritar, hablar con uno y con otro. La calle te enseña muchas cosas y tiene oportunidades en cada esquina para los que verdaderamente tienen ganas de salir a trabajar. Este oficio, el de papero, ya se está perdiendo, quedamos muy pocos", señaló.
Martín dice que los paperos tienen un timbre de voz similar porque las cuerdas vocales se van "haciendo" con los años. "Uno vacreando esa voz llamativa que te distingue en la calle. A mi me conocen por mi voz. Hay vecinos que me escuchan de lejos y saben que soy yo, que llego con las ofertas", aseguró.
Lo decretó: Papero y vendedor ambulante hasta sus últimos días
El papero del Valle lleva en su camión mucho más que ofertas. Su trabajo diario es un culto a un oficio urbano que se resiste a desaparecer con el paso del tiempo como el del afilador de cuchillos o el sodero. "Yo hasta mis últimos días voy a andar en la calle. Hoy muchos oficios se están perdiendo porque la gente no lo hace como debe ser, tal vez porque no tiene otra salida. Pero yo nací para hacer este trabajo. La calle está difícil, está dura porque no hay plata y cada vez tenés más delincuencia. Pero yo pienso que voy a morir gritando mis ofertas en el parlante, en los barrios con la gente", agregó.
Y con su Ford 400 - que afirma que nunca lo dejó a gamba en un reparto, Martín Rodríguez , "el Salamanca", el papero del pueblo, sigue recorriendo cada barrio de Allen, Roca y Fernández Oro porque sabe que "el que no me compra hoy, me compra mañana. Esto es como el pan, hoy te sobra, mañana de falta. Y yo vendo calidad". Mientras se aleja el Ford 400 y la voz resuena en los barrios, una lengüeta de goma en la caja del camión cierra su paso ambulante con una leyenda inscripta que pinta en su pensamiento: "más vale rancho propio que palacio ajeno".
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