Puesto Hernández, un rincón con historia
Desde sus primeros habitantes hasta los posteriores dueños de tierras, Alejandro Cano (hijo de Guillermina Hernández) relata la historia de Rincón de los Sauces.
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Rincón de los Sauces es la capital del departamento Pehuenches, recostada sobre la margen derecha del río Colorado en el extremo noreste de la provincia de Neuquén, a 255 km de la capital provincial.
Neuquén > A fines del siglo XIX y principios del XX, hubo un asentamiento de colonos en ese lugar. Sin embargo, la enorme crecida del río Barrancas en 1914 arrasó con todo.
Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) montó campamentos exploratorios en ese paraje habitado por crianceros de ganado caprino y ovino. En 1968, encontró petróleo. Así, Puesto Hernández se transformó en uno de los principales yacimientos del país.
Por su rica cuenca -que guarda importantes yacimientos de petróleo y de gas- Rincón de los Sauces fue declarado capital nacional de la energía. Aporta la mitad del total de la producción hidrocarburífera nacional.
Por este motivo, la región vive una gran explosión demográfica debido a que se ha convertido en un polo de atracción de población desde toda la Argentina y de países vecinos. Además, en la década del ’90 se encontraron ejemplares de Titanosaurios (vivieron a finales del período Cretácico hace aproximadamente 83 a 65 millones de años). Esto hizo que se planifique crear un centro turístico de dinosaurios. También se le suma el estudio de cavernas y de cuevas de pueblos originarios.
Los Hernández
En el paraje Rincón de los Sauces vivió José del Carmen Hernández, un hombre proveniente de Chile. Era dueño de campos y se casó con una jovencita llamada Juana María Villagra. Juntos lucharon, trabajaron y formaron una prolífica familia, compuesta por José Ángel, Germán del Carmen y las niñas Natalia, Guillermina y Carmen Rosa.
Alrededor del fuego, los hijos se sentaban para escuchar las historias narradas por el padre de la familia. Sus propias historias. Entre los recuerdos de aquellos niños figuran relatos de la niñez de su padre peleando contra indios. El último indio que mataron había sido al pie del cerro de Auca Mahuida y quedó el recuerdo de que el indio luchó con las dos piernas rotas. El lugar comenzó a llamarse Cerro del Indio. Los malones asolaban la región pues se llevaban todo lo que encontraban a su paso (vacas y caballos entre otras cosas). A los hombres blancos muertos les sacaban el cabello como símbolo de victoria. Se llevaban las mujeres y las tomaban de su propiedad. Cuentan que les sacaban la planta de los pies para que no pudieran escapar. Los gauchos, enfurecidos, iban a buscarlas y en los enfrentamientos con los indios los asesinaban.
Posteriormente comenzó a intervenir el Ejército y expulsaron a los indígenas hacia la cordillera. La propuesta del Gobierno para aquellos que habían luchado con los indios era dar la opción de quedarse en esos campos para poblar la Patagonia y trabajar la tierra. Por este motivo es que José del Carmen Hernández se quedó en esos campos. Debía pagar un impuesto por cabeza de ganado. También poseían chacras en las que cultivaban alfalfa y trigo, hacían trillas, las mujeres ordeñaban las vacas, fabricaban el queso y vendían parte de esto a Chile, a donde iban a abastecerse de otras mercancías.
La inundación de 1914
Ese año, José del Carmen y su hijo José Ángel partieron al cerro Auca Mahuida a rejuntar la hacienda. El otro hijo, Germán del Carmen, estaba haciendo el servicio militar en Neuquén. En la costa se había quedado su mujer y sus hijas trabajando en las faenas de la chacra.
Un 27 de diciembre de 1914, sobre el mediodía, un hombre pasó a caballo a toda marcha. “¡Corran, disparen a las lomas que se viene la laguna!”, gritó.
Afortunadamente, tenían la carreta enganchada con los bueyes y corrieron a buscar a las mujeres y a los niños. Agarraron colchones y baúles y partieron raudamente. Era tanta la desesperación que cargaron lo que tenían a mano y empezaron a picanear con las horquillas a los bueyes para ir más rápido y poder llegar a las lomas del cementerio. Al salir, arriba de la loma una ola pasó por arriba del carro golpeando una de las ruedas.
Cuando estaban seguros miraron hacia la costa. Observaron cómo el río tragaba los animales y las parvas de pasto flotaban. Debido a la desesperación, no recordaban si habían subido a los niños, al no verlos lloraron desconsoladamente. Pasada media hora, notaron que los colchones y baúles se movían. Eran los chicos que estaban escondidos debajo de las cosas.
Continuaron el camino hacia las bardas, rumbo al chivato. Allí tenían una casa de piedra donde hacían la veranada. Hasta el día de hoy existen ruinas de la casa de los Hernández. En la punta de la loma, en cercanía de la casa, se encuentra la tumba en la cual están los restos de Carmen Rosa -una de sus hijas- que falleció porque luego de dar a luz la hicieron salir a rejuntar las chivas. El calor era tan intenso que se insoló. A su hijito, llamado Alberto Álvarez, lo cuidaron sus hermanas y abuela. Creció junto a los Hernández.
En el año 1918 falleció José del Carmen. Tenía 66 años, y le faltó atención médica. Su esposa y sus hijos quedaron a cargo del campo y de la hacienda. Germán del Carmen, que estaba haciendo el servicio militar, regresó a Rincón. Al poco tiempo conoció a Elena Rosa Casanova con quien se casó y tuvieron varios hijos. Posteriormente otro hijo, José Ángel, viajó a Buenos Aires para hacer el servicio militar como granadero a caballo. Al finalizar, regresó a Rincón de los Sauces.
En La Escondida, cerca de Auca Mahuida, lugar adonde concurrió a un rodeo de animales, conoció a Rosario Retamal, con quien se casó y tuvo hijos. La próxima en casarse fue Guillermina: se unió con Luis Chávez y juntos trabajaron en el campo. Después de la creciente, Guillermina tuvo un hijo llamado Lindolfo. Cuando falleció Chávez, Guillermina se quedó sola con su hijo, su mamá y su hermana Natalia.
La familia Cano
Don Eduardo Cano era un hombre que vivía de los animales silvestres como guanacos, avestruces, zorros, gatos, zorrinos y liebres. Cuando lograba reunir varias pieles y plumas, las reunía en fardos para llevarlos a Buta Ranquil, donde los comercializaba en el almacén de Ramos Generales del turco Abraham Elen. Lo cargaban en un caballo que tenía un bozal con una argolla, donde se prendía el cabestro.
Cuando los Hernández regresaron a Rincón de los Sauces, se encontró nuevamente Guillermina con Eduardo Cano, se enamoraron y se casaron. Posteriormente se trasladaron a Cinco Saltos en donde compraron una chacra y cultivaron manzanas. Tuvieron varios hijos: Regina, Reinaldo, Eduardo, Miguel y Alejandro, el entrevistado en esta nota. Luego se trasladarían a Cinco Saltos la hermana Natalia con su marido, Clodomiro Álvarez, y sus hijos. El puesto se lo dejaron a Luis Tapia y a doña Rita Guzmán, con la condición de que si llegaba algún hijo a reclamar tierras le dieran un solar.
En Rincón se quedó, solo, José Ángel, pues su esposa falleció. Su familia política eran los Retamal, provenientes de Chile, y con ellos vino la familia Lara que se asentaría también en Rincón. Ambas familias tuvieron mucha descendencia”.
Tierras de los Hernández
“Estas tierras nunca fueron abandonadas por los Hernández”, suscribe Alejandro Cano, hijo de Guillermina Hernández. En efecto, son los verdaderos herederos. Por eso, Cano concluye diciendo “Estas tierras no son fiscales sino que tienen dueños, que fueron José del Carmen Hernández y Juana Villagra de Hernández”.
provincia y el conflicto por el petróleo
Artículo 1º: establécese que la enajenación de las tierras fiscales a sus actuales ocupantes, en todos los casos, no implicará la transmisión de los derechos de cobro de canon por servidumbre correspondiente a la exploración y explotación hidrocarburíferas.
Artículo 2º: que el Estado provincial se reserva por el plazo de diez años el ejercicio de los derechos de cobro de cánones e indemnizaciones derivados de la actividad hidrocarburíferas, respecto de las tierras fiscales enajenadas a sus ocupantes, quedando estos autorizados de pleno derecho a ejercer tales derechos luego de vencido el plazo previsto en este decreto, sin necesidad de otros trámites o autorizaciones. Conforme lo establece el Artículo 9º de la Ley 263, se mantiene asimismo la prohibición de vender la tierra por el término de diez años.
Numerosas tramitaciones, iniciadas por pobladores afincados en esas tierras e identificados con ella, han dado lugar a expedientes y reclamaciones; pero no todos han tenido la solución que esperaban.
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