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La Mañana asesinos seriales

Sondra London, la "groupie" de asesinos seriales que se enamoró de un temible destripador

Relaciones tras las rejas con femicidas. La mujer que de niña soñaba con el "cuco" y que terminó tejiendo vínculos con los más peligrosos hombres de Estados Unidos. Su historia.

“¿Viste que cuando sos chica y te dicen que el cuco te va a agarrar, y se supone que tenés que tener miedo? Bueno, yo siempre tuve la fantasía de que el cuco viniera, me agarrara y me subiera a su caballo negro. Me veía sujetándolo de la cintura, cubierta por su capa y volando por los cielos con él”. Quién diría que, de adulta, esa niña tan inusual podría cumplir su tenebroso sueño. Y con creces...

Antes de contarle lo citado líneas atrás al reconocido documentalista Errol Morris, antes de convertirse en una de las más célebres y controversiales periodistas de “crímenes reales”, y mucho antes de ganarse el mote de “groupie” de asesinos seriales, Sondra London era tan solo una chica curiosa. Una chica curiosa con un interés especial por el lado oscuro de los seres humanos. Una que tuvo la desgracia, o la suerte (depende de cómo se lo mire), de cruzarse en el camino de alguien con ese costado... exacerbado.

“En 1964 estaba en un baile de la escuela secundaria cuando, entre toda la gente, vi a un extraño chico guapo que nunca había visto en el colegio antes. Metro noventa, ojos azules, saco blanco, camisa azul... Era hermoso. Una cosa llevó a la otra y ese joven se convirtió en mi novio estable por un año”, le contó también a Morris en “The Killer Inside Me”, uno de los episodios de una miniserie de entrevistas titulada “First Person”, acerca de su primer amor. Uno que, tiempo después, se convertiría en un infame asesino en serie.

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Gerard John Schaefer nació el 26 de marzo de 1947 y conoció a London en ese baile, cuando él tenía 18 años y ella 17. Su noviazgo fue corto, pero intenso. Y fuera de lo común. “No solíamos hacer las cosas normales que hacen los novios adolescentes. A él le gustaban los cementerios. Le gustaba hablar de los muertos. Fantaseaba acerca de cómo se sentirían los muertos, cuál sería su estado adentro de sus tumbas y cosas así. Y, a veces, hacíamos el amor ahí”, cuenta London, quien recuerda a Gerald en esa época como “muy amable”. De hecho, pensaba que era “demasiado amable”. Hasta una noche, en la que se dio cuenta de que su relación tenía que terminar: “Empezó a contarme de algunos problemas que tenía... De sus deseos incontrolables de matar mujeres”.

Sondra lo dejó. Pero no alertó a nadie acerca de lo que John le había confesado. Ni siquiera esa vez, cuando le señaló la ventana de una casa. “Me contó que en esa pieza dormía una chica, y que ella solía desvestirse junto a esa ventana, de frente a él. Que ella le mostraba su cuerpo desnudo. La mezcla de emociones que vi en sus ojos cuando me lo contaba era excitación y furia. En general, cuando un adolescente puede ver a una chica desvestirse está contento, excitado por poder espiarla desnuda. Pero él estaba muy enojado y perturbado. Y me dijo: '¡Qué puta! Voy a tener que detener todo esto'”.

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Esa chica se llamaba Leigh Hainline Bonadies, y desapareció el 8 de septiembre de 1969, cinco años después de aquella noche. Cuando Schaefer fue arrestado en 1972, encontraron escondida, en la casa de su madre, una medallita con el nombre de la joven. También, muchos otros objetos personales de muchas otras mujeres reportadas como perdidas en Florida, Estados Unidos.

En octubre de 1973, Schaefer fue condenado a dos cadenas perpetuas por el doble crimen de Susan Place, de 17 años, y Georgia Jessup, de 16. Sus cuerpos sin vida fueron hallados mutilados y decapitados. A Schaefer, quien era policía al momento de su detención, se le comprobaron solo esos dos femicidios. Sin embargo, se cree que asesinó a muchas más, tal cual le reveló, años más tarde, a la protagonista de esta nota.

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“Yo trabajaba como redactora de manuales de computadoras. En esa época, Ted Bundy fue ejecutado y había mucha atención mediática en torno a los criminales condenados a muerte. Fue entonces que leí el libro de Anne Rule (NdR: se refiere “The Stranger Beside Me”, una biografía del célebre asesino serial Ted Bundy, a quien la mencionada autora conoció antes de que llevara a cabo sus macabros femicidios) y me dije: 'Yo también puedo hacer esto. Si ella cree que tuvo una relación con un asesino, yo tuve mucho más que lo que tuvo ella'”. Fue así que, en febrero de 1989, Sondra le escribió una carta a su antiguo novio ofreciéndole escribir un libro juntos. Él aceptó encantado.

A partir de ahí, London no solo volvió a ponerse en contacto con aquel perturbado y siniestro amor que tuvo cuando era menor de edad. También se construyó una nueva, llamativa y lucrativa carrera. Con todas las conversaciones que mantuvo con él durante sus visitas a la prisión, en 1990 Sondra publicó “Killer Fiction”, una compilación de cuentos extremadamente gráficos sobre violaciones, torturas y asesinatos de mujeres, redactados en base a la “imaginación” de Schaefer. Una imaginación quizás demasiado parecida a la realidad.

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Mientras se presentaba al mundo como un 'artista creativo' que tan solo 'escribía' sobre asesinatos, al mismo tiempo me enviaba cartas confidenciales contándome lo que realmente había hecho. Cartas en las que se adjudicaba entre 80 y 110 crímenes”, contó Sondra acerca de su vínculo de aquel momento con el criminal, el cual se rompió cuando él amenazó con matarlas, a ella y a su hija, si revelaba el contenido de esas misivas.

En un principio, por supuesto que se asustó con aquellas violentas promesas. Pero cuando Schaefer la demandó por haberlo tildado públicamente de “asesino en serie” (NdR: hasta el día de su muerte, y a pesar de la evidencia en su contra, juró que jamás había matado a nadie), la periodista le mostró al juez toda la correspondencia que había mantenido con el demandante: “Además de amenazar mi vida y la de mi hija, él también intentó generarme culpa. Me dijo que yo era la responsable de que todas estas mujeres tuvieran que morir porque lo había abandonado cuando me necesitaba. Entonces dije: 'Sabés qué, lo que me contaste y me pediste que mantuviera como un secreto... Ya no te debo más eso'. Y dejé su vida una vez más”.

Con esa evidencia, las autoridades no solo desestimaron la demanda del ex policía. También se valieron de sus confesiones escritas para cerrar dos crímenes sin resolver. Schaefer la odió y siguió amenazándola hasta el día de su muerte. Uno que no tardó tanto tiempo en llegar.

El 3 de diciembre de 1995, Gerard John Schaefer fue asesinado en su propia celda. Las circunstancias en las que le quitaron la vida son dudosas. Si bien se culpó y sentenció por el hecho a otro recluso, algunas pruebas (desestimadas) indican un homicidio a cargo de oficiales penitenciarios. Al momento de su fallecimiento, dos detectives estaban a punto de presentar nuevos cargos en su contra por otros tres crímenes sin resolver.

-> La prometida de un monstruo (uno más)

No tengo ninguna compulsión o fascinación con lo morboso. Simplemente, conocía de cerca a un asesino serial y quería comprenderlo. Quería entender cómo es posible conocer tanto a alguien y que ese alguien tenga una vida secreta violenta sin que uno se dé cuenta”. Así le explicó a Morris en su ya clásica entrevista el por qué de su acercamiento con su monstruoso ex. El por qué y el cómo de sus inicios en ese género periodístico y literario conocido popularmente como “true crime”. Lo que vino después, simplemente sucedió. No fue planificado. Así son los flechazos. Así es el “verdadero amor”.

Todo el material que publiqué sobre Schaefer llamó la atención de muchos criminales convictos, que me llenaron de ofertas para que escribiera sus historias. Danny Rolling se me presentó a través de una carta, en la que me decía: 'Yo te voy a dar las respuestas que estás buscando. Estudiame a mí'. Acepté y fui a conocerlo a la prisión. En cada imagen de los diarios o la televisión que había visto de él antes de conocerlo, siempre parecía estar molesto y triste. Pero cuando lo vi en persona por primera vez estaba sonriendo. Tenía la sonrisa más dulce que había visto. Y me encontré a mí misma inmensamente atraída hacia él. Como hombre, él me hacía sentir mujer”, relató London acerca del comienzo de su relación con quien, tiempo después, prometió casarse.

“Nos dejamos llevar el uno con el otro de una manera tan natural... Charlábamos a través de un vidrio, con un guardia monitoreando toda nuestra conversación. Y hablábamos de cosas pesadas, de sus confesiones y todas eso. Pero cuando lo escuchaba hablar, yo pensaba: 'Te amo... ¡Te amo!'”.

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Rolling, el hombre del que se enamoró (o del que, al menos, decía estarlo) era más conocido por aquel entonces por el apodo que le puso la prensa: “El Destripador de Gainesville”. Se lo ganó en agosto de 1990, cuando, en tan solo cuatro días, asesinó a puñaladas a cuatro chicas y a un chico, todos ellos estudiantes universitarios, en Gainesville, Florida.

A tres de ellas las violó antes de matarlas. Una vez cometidos sus letales actos, posicionó los cadáveres de cada una de sus víctimas (salvo el de su única víctima masculina) en extrañas y sórdidas posiciones. La más peturbadora fue la de la única chica que decapitó. La policía encontró su cabeza en un estante y su cuerpo sentado en una silla. Sus crímenes fueron tan impactantes y macabros que, rápidamente, se convirtió en el asesino que más interés despertó en la opinión pública en años. Hasta fue la fuente de inspiración del guionista Kevin Williamson para el villano enmascarado de “Scream”, la popular película de terror de 1996 que terminó convirtiéndose en una exitosa franquicia.

“Una de las cosas más importantes que admiraba de Danny era el hecho de que él era culpable y estaba avergonzado de lo que había hecho. Estaba shockeado, y quería permitirme estudiarlo, con la intención de que, quizás, alguien pudiera aprender de su historia. Acerca de qué fue lo que salió mal con este chico de Louisiana para que llegara al punto de matar personas y hacer las cosas que hizo”, contó Sondra en la ya citada entrevista, acerca del protagonista de su libro más famoso: “The Making of a Serial Killer: The Real Story of the Gainesville Murders” (“La Creación de un Asesino Serial: La Historia Real de los Crímenes de Gainesville”).

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En el mismo, Rolling habla sin tapujos y con lujo de detalles acerca de los cinco asesinatos por los cuales fue condenado a la pena de muerte, como también de otros crímenes cometidos por él y hasta ese momento desconocidos. Estaba tan profundamente enamorado de London que su confianza hacia ella era absoluta, al punto de declararla su agente de prensa oficial como también de componerle una canción de amor y cantársela a capella, a modo de serenata, en plena audiencia y frente a los ojos de todo el mundo (NdR: algo que ella “retribuyó” componiendo un tema inspirado en él y “todos los ángeles caídos del corredor de la muerte”).

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Mi relación con Sondra es tan profunda como el Río Amazonas. ¡Es una mujer extremadamente excitante! Mis sentimientos hacia ella... son mis sentimientos. Solo con mencionar su nombre mi corazón empieza a latir con fuerza. Ella es, sin ninguna duda, mi alma gemela, y le agradezco a Dios haberla puesto en mi camino”, llegó a decir en un reportaje acerca de su, por aquel entonces, futura esposa. O eso creía él.

Tiempo después de la publicación del libro, y de la demanda que le inició el Estado de Florida bajo los términos de la llamada “Ley del Hijo de Sam” -una normativa que impide a criminales y terceros beneficiarse económicamente con ningún tipo de material referido a sus delitos (desestimada, sin embargo, por la Corte Suprema de los Estados Unidos)-, el amor entre Sondra y Danny se terminó. Ni ella ni London nunca se refirieron públicamente al fin de su relación, que coincidió con el momento en el que el interés público por la figura de Rolling comenzara a evaporarse. Los años pasaron y, como había sucedido antes con Schaefer, sus crímenes fueron quedando en el olvido.

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El Destripador de Gainesville no se convirtió en la “superestrella” a lo Ted Bundy que pretendía ser, tal cual admitió cuando se declaró culpable en 1994. No todavía, al menos. Ni siquiera cuando, poco antes de su ejecución, confesó haber sido el autor de los asesinatos no resueltos de la familia Grisson, ocurridos en 1989 en Shreveport, Louisiana. Un triple crimen del que, para varios investigadores, era el principal sospechoso, debido a un similar y macabro modus operandi.

Danny Rolling falleció el 25 de octubre de 2006 en la Prisión Estatal de Florida, cuando se le aplicó la inyección letal frente a 47 personas. Sondra London no estuvo ahí. Aún si hubiese querido presenciar la muerte de quien iba a ser su esposo, los familiares de las víctimas no se lo hubieran permitido.

-> La “groupie” de los monstruos

A Sondra London se la suele mencionar así, como la “groupie” de los asesinos seriales. Las comillas no siempre se las ponen, pero son adecuadas. En primer lugar, porque ella no es una groupie de verdad (NdR: como dice Wikipedia, “groupie es un término slang que se refiere al fan del músico, celebridad o grupo musical en particular que sigue a esta persona o banda mientras está de gira o que asiste a tantas apariciones públicas como le es posible, generalmente con la esperanza de llegar a conocerlos”). Por más o menos fascinada que London se sienta por este tipo de criminales, su intención nunca fue demostrarles devoción ni estar cerca de ellos porque sí. Siempre hubo un interés de algún tipo de rédito personal de por medio. De otra manera, no hubiera publicado los libros y artículos periodísticos que publicó a lo largo de los años. Y, en segundo lugar y en todo caso, ella fue mucho más allá de lo que podría haber ido una simple groupie.

Con Schaefer la unía un pasado común, y con Rolling un (al menos presunto) romance. Sin embargo, de ser verdad algunas afirmaciones, puede verse por qué tantos la apodaron de esa manera, con toda esa carga peyorativa que contiene el mote.

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Luego de que el interés por El Destripador de Gainesville se apagara, Sondra posó sus ojos en el nuevo asesino en serie del momento: Keith Hunter Jesperson. También conocido como “El Asesino de la Cara Feliz” -debido a los dibujos de caritas sonrientes con las que ilustró algunas de las cartas que le envió a medios de comunicación y autoridades en las que se adjudicaba sus múltiples asesinatos, antes de ser atrapado-, a Jesperson lo detuvieron en 1995 por matar a al menos ocho mujeres, las únicas víctimas que se le comprobaron de las 160 que dijo tener en su haber.

Una vez tras las rejas, el femicida, como tantos otros antes, se puso en contacto con London, con el objetivo de que ella contara su historia. La periodista aceptó y, al poco tiempo de sus primeras charlas, creó un sitio web en el que publicó varias de sus detalladas confesiones, algunas de ellas escaneadas de escritos de puño y letra del propio asesino. No está claro si Jesperson la autorizó o no a hacer lo que hizo, pero lo cierto es que, poco tiempo después de que esos textos salieran a la luz, éste se despegó de la autora. La acusó de aprovecharse de su situación y de haber hecho todo lo posible para enamorarlo. Según Jesperson, en las cartas que Sondra le escribía, adjuntaba siempre alguna foto íntima en la que se la veía posando sexy en ropa interior.

Uno que avaló los dichos de “Cara Feliz” fue su “colega” Glen Edward Rogers, más conocido como el “Asesino Casanova”. Condenado a muerte por dos crímenes y sospechoso de muchos más (entre ellos, de los asesinatos de Nicole Brown y Ronald Goldman, por los que el famoso jugador de fútbol americano O.J. Simpson fue juzgado y posteriormente absuelto en medio de una fuerte polémica), en 1999 dijo sobre Sondra: “Cuando me detuvieron, recibí una carta de ella. No sabía quién era ni nada sobre ella, pero le escribí un par de veces. No tardé mucho en ver los verdaderos colores de esta mujer. En la tercera carta que me mandó, ella me decía que estaba enamorada de mí y que deberíamos casarnos lo antes posible. Que iba a escribir un libro sobre mí para ahorrar dinero, así podía mudarse cerca de la cárcel y visitarme todas las semanas.

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Mi primer pensamiento fue: 'Esta señora está más loca que una cabra'. Después me miré en el espejo, y no vi ningún cartel que dijera 'estúpido' en mi frente, así que no le escribí nunca más. Lo próximo que supe de ella fue que estaba en la televisión diciendo que era mi novia y mi vocera. Vino a mi juicio con un equipo de filmación y le tuve que decir a mi abogado que le pidiera a la corte que la sacaran. Lo hicieron y le prohibieron la entrada”.

Sea o no esto certero, está claro que London se involucró con muchos a los que la sociedad tilda como “monstruos” de una manera mucho más profunda que la de la mayoría de los periodistas. Como ella misma le contó a Errol Morris: “Me volví mi historia. No seguí las reglas que te enseñan en la Escuela de Periodismo de Columbia, de que te tenés que mantener distante, no involucrarte, no permitir que la historia te afecte, o te cambie. Esas reglas intentan mantenerte a salvo, y yo no estoy a salvo. La gente quiere saber cómo me siento. Quieren saber cómo es conocer a un asesino en serie. Quieren saber cómo es ver a alguien que amás transformarse en un monstruo al que ya no podés reconocer ni como a un ser humano. Quieren saber cómo se siente eso que me pasó a mí. Y no lo hubiera hecho de otra manera. Cualquiera puede hacer lo de siempre. Nunca quise hacer lo mismo que hacen los demás”.

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Hoy, Sondra London se encuentra alejada del oscuro mundo en el que por tanto tiempo estuvo inmersa. Después de “True Vampires” (“Vampiros Verdaderos”), su libro de 2004 sobre vampirismo en la vida real ilustrado por el asesino francés Nicolas Claux (y para el que entrevistó, entre otros, a Rod Ferrell, a quien le dedicamos una nota semanas atrás), su vínculo con los criminales en serie se redujo a la co-producción de algunos documentales y a entrevistas que ocasionalmente brinda sobre el tema. A sus 74 años, London dedica gran parte de su tiempo al diseño de ropa, a la poesía y a la música (es cantante desde muy joven). Aunque, cada tanto, le dedica algún posteo en su cuenta de Instagram o en su canal de YouTube a esos amores que la hicieron famosa. Como dice el dicho: donde hubo fuego, cenizas quedan.

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