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Un hijo que en cada plato le hace honor al mejor cuento de El Tío

Jorge Grigoracci. Es uno de los dueños del restaurante más antiguo y clásico de Neuquén.

Sus padres abrieron las puertas del comercio en marzo de 1985, en la calle San Luis. Hace siete años se mudaron a Olascoaga al 500.

En las paredes del restaurante, una serie de vitrinas exhibe miles de llaveros donados por los clientes.

Andrea De Pascalis
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Neuquén.- Un mostacho negro sobre un fondo blanco es el logo de uno de los restaurantes más tradicionales de esta ciudad. En una de las mesas, con un mantel azul y otro blanco, y vajilla preparada para la hora del almuerzo, Jorge Grigoracci se acomoda y aclara que su historia es la de su familia. Sobre todo la de su padre, la que dio el nombre al restaurante El Tío y forjó el destino de todos los Grigoracci que llegaron de Mar del Plata hace 37 años.

El recuerdo de su padre, Domingo, que pisó por primera vez estas tierras en el año 1978 en búsqueda de una nueva vida y la de su madre, que por esas casualidades se llama Dominga y lo acompañó sin dudarlo en este desafío. Jorge llegó junto a su familia un par de años después, y también Octavio, el hermano menor.

"El Tío es así, y si hoy no te gustó no te va a gustar mañana", comienza diciendo Jorge. "Acá no ponemos cubiertos de plata, la comida gourmet no nos va; acá hay guiso y puchero. Toda la vida fue así. Fue y es comida familiar. Son 31 años de guiso y mondongo", resume en pocas palabras Jorge, al describir el comercio que abrió su familia el 8 de marzo de 1985.

El comercio, que en la actualidad se ubica sobre la avenida Olascoaga al 500, lo construyó la familia, pero antes dieron sus primeros pasos en la gastronomía por otros comercios.

No ponemos cubiertos de plata, la comida gourmet no va, acá hay guiso y puchero. El Tío es así, si hoy no te gustó, mañana no te va a gustar".

"Mi padre vino en 1978, a trabajar en La Taba en Cipolletti, un lugar muy conocido donde se hacían las reuniones políticas cuando estaba la dictadura. Después siguió en lo que se llamaba Ruta El Chocón, ahí ya formó parte del negocio. En 1985, cuando los propietarios del lugar nos piden el local, nos mudamos a la calle San Luis, donde le pusimos el nombre El Tío", recuerda Jorge.

No fue difícil elegir el nombre. A Domingo todos lo conocían como el Tío porque cuando llegó a la ciudad, tentado por parte de una parte de su familia que ya vivía acá, los más chicos lo llamaban "tío" y así lo bautizaron todos.

"No había mucha vuelta. La esencia del negocio era porque él era una persona muy fácil de entrar a la gente. Por ahí se sentaba en las mesas y charlaba. La gente no entendía nada, por ahí en el momento no gustaba, pero la segunda vez ya caía bien", cuenta.

Confiesa que el que heredó la costumbre de conversar con los clientes fue su hermano Octavio. Jorge, en cambio, se encarga de otras cosas detrás del mostrador, aunque no esquiva, y también le gusta atender personalmente a los clientes. "Estoy 14 horas acá. Me gusta porque lo desarrollamos en la familia", asegura y dice que siempre añora su tierra natal, Mar de Plata, pero dice ya no se iría porque Neuquén le dio todo.

En 2009 se trasladaron a la avenida Olascoaga. A pesar de la mudanza y el paso de los años, mantienen los mismos empleados que hace veinte años atrás.

El local es grande, y tiene la impronta de un restaurante tradicional. Está lleno de mesas desde el ingreso hasta el fondo. En uno de los laterales se ubica la barra y, en la pared sur, una serie de vitrinas una al lado de la otra muestra miles de llaveros colgados y ordenados por tema. Los hay de fútbol, dibujitos animados, señoriales y floridos. "La idea de los llaveros la tuvo mi hermano, al que le gustaba coleccionarlos. Todos los llaveros que están exhibidos fueron donados por los clientes, no hay ni uno solo comprado. A veces, familias de otras ciudades que estuvieron de viaje a los dos años vuelven a pasar y nos preguntan: '¿Dónde está mi llavero?'. Y de inmediato se acercan a verlo", relata con orgullo.

Jorge reconoce que hoy la gastronomía en Neuquén está cara comparada con otras ciudades del país, y que por eso ellos buscan precios por todos lados para evitar los costos elevados. "Tenemos que defender al cliente. Si buscamos precios, yo puedo vender un cubierto más accesible y estoy cuidando al cliente", afirma.

De hablar pausado y con la mirada que denota años de trabajo y esfuerzo frente al mostrador de uno de los restaurantes más tradicionales de la ciudad, Jorge es lo que construyó con su familia y lo que impulsó Domingo con su madre cuando llegaron a la ciudad. No lo cambiaría por nada. Sabe que el restaurante de mostachos nunca perderá la esencia que su padre alguna vez pensó.

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