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La Mañana

Juan Benigar Del imperio austro-húngaro a las esteparias tierras patagónicas

Ávido de conocimientos, el croata universal se enraizó en tierras neuquinas para gestar un legado cultural y simbólico extraordinario.

Por Vicky Chávez

Neuquén > Juan Benigar nació el 23 de diciembre de 1883 en Zagreb, capital de Croacia, el 23 de diciembre de 1883. Hijo de Janko Benigar y de Rosa Lukez, ambos de origen esloveno, lazo sanguíneo que definiría su nacionalidad.
Perdió a su madre cuando tenía un año. Poco después, su padre se casó con Juliana Dolinar, quien sería su madre de crianza. La relación entre ambos estuvo siempre signada por el mutuo amor.
El Imperio Austro-Húngaro comenzaba a manifestar síntomas de debilitamiento. No obstante, sus colegios y universidades eran reconocidos en Europa por el notable nivel académico que albergaban.
En ese marco, Benigar demostró desde joven dotes excepcionales de inteligencia y una voluntad de hierro para llevar a cabo todo lo que se proponía.
En una escuela de orientación humanística de Zagreb obtendría su título de Bachiller. Corría el año 1902. Sus ansias de conocimiento lo llevaron a Graz, en Austria, y luego a Praga, donde continuaría sus estudios de Ingeniería Civil, demostrando siempre prodigiosidad en virtud de su perseverancia y una memoria prodigiosa.
Tanto fue así, que a la par de sus estudios de ingeniería incursionaba por toda una importante serie de disciplinas como filología, filosofía y medicina.
Durante los períodos de formación, Benigar integró activamente círculos universitarios que perseguían diversos fines.
Una de las tantas acciones memorables, propias de un individuo de naturaleza impar, fue la realización de un viaje a Bulgaria, a pie, en cuyo transcurso realizó, de forma paralela, varios estudios sobre etnología y sociología que dieron cuenta de su disposición para adentrarse en las condiciones  económicas, sociales y biológicas de los pueblos a los que sus pies lo llevaban.
Gran lector, por supuesto, especialmente de obras clásicas y filosóficas, Benigar también fue célebre por su amplia poliglotía.
En efecto, a los 20 años ya conocía once idiomas, lista que se engrosa con el conocimiento, más circunstancial que previsto, de un dialecto hablado por los gitanos balcánicos que aprendió durante el viaje a pie ya mencionado, lo que demuestra, una vez más, su notable capacidad de aprendizaje.
Cabe mencionar, en este punto, que la lista se extendería aún más con las lenguas que asimilarían en un futuro próximo.
 
Arribo al Sur
Con 25 años, el 3 de julio de 1907 partiría de la vieja Europa con destino a Buenos Aires, a cuyo puerto arribaría, según los expedientes de la Dirección de Inmigración de nuestro país, el 10 de agosto de 1908.
Se han trazado numerosas hipótesis acerca de la razón o razones por las que Benigar decidió trasladarse a la Argentina, hecho que significó la renuncia a un destino académico y científico pletórico de gloria.
Lo cierto es que las raíces que hundió en nuestra tierra jamás se secarían.
Afortunadamente, en los valiosísimos textos que el croata concibiera quedó de manifiesto un fuerte motivo de su relación con los indígenas: “Ansiando mi contacto con los indios, a mi llegada a la Argentina mi estadía en Buenos Aires fue breve, y me vine a disparadas a los territorios, de los cuales, desde entonces, no he salido. No es de extrañar si desde el principio me he interesado vivamente por el destino de estos pobres parias, dignos de mejor suerte”.
“Al venirme a la Patagonia renuncié para siempre a las aspiraciones de lucir en la sociedad, donde mi papel sería parecido al de un peñasco tosco dentro de un palacio de mármol lustroso. Mi puesto es entre los indígenas, en la línea de fuego, que no abandonaré aunque las circunstancias me forzaran.”
“Poco a poco iba penetrando el espíritu de la lengua araucana y a deducir reglas que se confirmaban por las traducciones que me hacían los indígenas. Un idioma se posee recién cuando se piensa en él; y se aprende a pensar en un idioma oyendo o leyendo los pensamientos expresados en el mismo. Estos hombres y mujeres sencillos, fueron mis grandes maestros”  
Luego de permanecer un poco más de un año en Cipolletti, Benigar se dirigió hasta Colonia Catriel, también en Río Negro. Allí habría de conocer a la que sería su primera esposa, Eufemia Barraza, de nombre indígena Sheypukiñ, emparentada con la dinastía Catriel.
Cuando se casaron, Benigar contaba con 27 años. Un profundo amor signó la relación entre la indígena y el intelectual. Fue Eufemia quien lo inicio en el conocimiento de la lectura araucana, que pudo asimilar prontamente gracias a sus conocimientos de otras lenguas. El matrimonio tuvo once hijos. Los lazos establecidos con los aborígenes, a quienes ya consideraba sus hermanos, cobró real magnitud y emprendió, como uno más del pueblo, la dura lucha por la subsistencia en una tierra por demás hostil.
 
Dura tarea
Hombre de palabra y acción, Benigar se abocó a tareas tendientes a mejorar la calidad de vida de los pobladores. Notable la acción de trazar los primeros canales de riego de Catriel, no solamente a través de la planificación merced a su condición de ingeniero sino también trabajando duramente con pico y pala, a la par de todos.
Algunos canales tenían hasta tres metros de profundidad y fueron delineados con notable precisión, con sencillos y rústicos elementos de medición que Benigar armaba con goma y pequeñas botellas sobre una pequeña cruz de madera.
En ese lugar, y a pesar de la inclemencia de la naturaleza, inició con tesón el estudio del hombre mapuche y su hábitat. Mal reconocido, mal remunerado y enfermo, aceptó finalmente el ofrecimiento de Félix San Martín para trabajar en el campo de su propiedad y se trasladó a Aluminé, en la provincia del Neuquén.
 
Labor literaria
En Catriel, y a pedido de Félix San Martín, preparó tres artículos: “El concepto del tiempo entre los araucanos”, “El concepto del espacio entre los araucanos” y “El concepto de causalidad entre los araucanos”, que fueron presentados por este historiador ante la entonces Junta de Historia y Numismática Americana (hoy Academia Nacional de la Historia).
Como  resultado de esta presentación, Benigar fue designado miembro correspondiente de esa institución, el 27 de setiembre de 1924.
Este reconocimiento es el primero y el único que este esforzado, incansable y silencioso investigador obtuvo, a pesar de la seria y valiosa labor científica que desarrolló durante los treinta años que vivió en la Patagonia.
En 1927, en el paraje Kellen ko Aluminé,  Benigar comienza a escribir “El problema del hombre americano” y en 1928 se editó en Impresores Panzini Hermanos de Bahía Blanca, este crítico  trabajo  sobre el libro “La esfinge indiana” de J. Imbelloni.
En la pagina número 8 Juan Benigar dice: "Sí has leído, lector, el libro de Imbelloni con anterioridad a esta crítica -todavía estás a tiempo de hacerlo- te convencerás que no miento.
Otra razón que me impulsa a escribir esta crítica, es mi amor propio. La vergüenza de la patria de mis hijos es también mi vergüenza. Y vergüenza sería que del exterior nos llegasen críticas  despectivas del libro de Imbelloni, como si no hubiese en el país hombres capaces de advertir sus numerosísimos defectos”.
En otro párrafo se lee: “En los problemas americanos soy un autodidacta, debido a que no hay maestros. No estudio para divertirme; al revés, mucho esfuerzo y sacrificio me cuesta, pero me sacrifico por amor a la cosa”.
 
Grandes invenciones
Juan Benigar en Poi Pucon, Aluminé, fabricó un telar hidráulico y fundó una industria textil, a la que bautizó con el nombre de “Sheypukiñ”. En ella produjo telas de lana de gran resistencia en seis colores diferentes, usando para ello la técnica mapuche.
Construyó un canal de riego a pedido de su amigo Ayoso, desde Poi Pucon al casco de la estancia y fabrica tejas para su rancho.
 
Sus sentimientos
Fue 1932, el año fatal. Así lo denominaba Benigar por ser el año en que muere  Sheypukiñ, su amada esposa. Fue tal su cariño hacia ella, que bastan corroborarlo estas palabras escritas por él mismo: “No importa Sheypukiñ. Ya pasará también este sufrimiento, como todo pasa. Volveremos a juntarnos, a unirnos en un abrazo interminable. Por eso, en pago a nuestros sufrimientos volveremos a nacer aquí. Y yo te enamoraré de nuevo, y seremos felices”.
En 1938 volvió a ligar su vida con la de una indígena, Rosario Peña, mujer mapuche de Ruca Choroy con quien tuvo cinco hijos. Peña murió en 1949.
 
Su legado
Benigar produjo una abundante obra. Algunos trabajos se publicaron en vida, entre 1904-1905: “Gramática búlgara”, “El calvario de una tribu” (estudio de carácter social, publicado en Biblos, en Azul, provincia de Buenos Aires), “Los chinos y japoneses en América” (La Voz del Territorio, Periódico Zapalino).
Otras obras se publicaron después de su muerte como “La religión araucana”, “Las rogativas”, “Una rogativa pehuenche” (publicada en “Neuquén, historia, geografía, toponimia, tomo II) y “El indio araucano”, obra del doctor Gregorio Álvarez.
El 16 de noviembre de 1935, a pedido de Torcuato de Modarelli, presidente de la Comisión de Fomento de Aluminé, realizó un proyecto del Correo Trasandino, partiendo desde Zapala y atravesando el valle del Río Quillén.
Para los argentinos resultará contradictorio que aquí se hable de Benigar como esloveno, dado que nació en Zagreb, Croacia. Para los conceptos y leyes de los pueblos europeos el lugar de nacimiento es algo accidental. La sangre paterna es la que define. Se piensa que si hijo de padres franceses nacen en China, por sólo eso no puede ser considerado chino. Tampoco los hijos de los japoneses nacidos en Inglaterra serán ingleses.
Es evidente que, sin saberlo, desde siglos atrás tomaron en cuenta la genética. Benigar tiene un denominador: eslavo.
 
La obra
En 1982, el reconocido estudioso de los pueblos originarios Rodolfo Casamiquela, escribió en el informe enviado al gobierno  de la provincia de Neuquén,  luego de realizar el estudio de las 376 libretas de autoría de Juan Benigar: “Constituyen ellos elementos suficientes de juicio como para sentir el estar en presencia de una personalidad singular, de un hombre de tal calibre intelectual y tal cultura como para erigirse -tal vez-  en único en toda la historia de la Patagonia. Si a ello agregamos sus méritos como indigenista, que se derivan del hecho de haber sido el mejor conocedor de la Lengua Araucana versante de los Andes, además de uno de los investigadores que más profundizara en la psicología y aún la filosofía del pueblo araucano-hablante, entiendo que la proposición presente no necesita de ulteriores argumentos”.
“Don Juan Benigar, pues, no era un científico en la definición estricta del vocablo. Era en cambio, sin dudas, un sabio... Su personalidad, su cultura humanística, su sensibilidad, desbordan a las del que esto escribe”.
La licenciada en Letras Lidia N. Bruno realizó un inventario crítico de la obra de Benigar.
Al respecto, expresó: “Primero el asombro, luego la reflexión crítica y finalmente el agradecimiento a este investigador por haberme hecho gozar de su fantástica aventura intelectual”.
En referencia a la copiosa obra del croata, Bruno afirma: “¿Por qué el asombro? Parecía increíble que un hombre pudiera abarcar con tanta solvencia temas tan diversos, aunque relacionados, en mayor o menor medida, con el hábitat de nuestra región.
En sus libretas tienen cabida temas filosóficos, científicos, creencias religiosas, rituales y cultos, temas esotéricos, datos históricos, temas político-coloniales, régimen de tierras, de política educativa, y una gran mayoría de temas lingüísticos, teoría y filosofía del lenguaje, comparación de lenguas, lenguas indoeuropeas: sánscrito, bretón, lenguas eslavas y el castellano, lenguas fino-ugrianas, indochinas, otras lenguas como el japonés y el hebreo,  y sobre todo las lenguas aborígenes centro y sudamericanas, en especial las argentinas, algunas ya desaparecidas y de las que se tiene poca documentación".
 
El pensamiento
“Los idiomas no se aprenden por reglas sino por ejercicios, ya hablándose, ya leyéndolos. Un idioma se posee recién cuando se piensa en él y se aprende  a pensar en un idioma, oyendo o leyendo los pensamientos expresados en el mismo; cuando los pedagogos se penetren de estas ideas y conozcan con exactitud las enseñanzas de las lenguas, transformarse  de martirio en diversión. Pero hasta entonces, mares de aguas tendrán que correr por los ríos de estas tierras”.
“(...) y dirigiéndose a los jóvenes: Trabajad por amor a las cosas, por amor a la verdad, no por amor a sí mismos. Quien pueda salga a la campaña, entre los indios, donde se hacen las mejores cosechas. Pero eso no es indispensable. Indispensable es solo pisar en seguro, no en fantasías”.
“(...) no es el hombre sino su obra lo que vale. Mis obras hechas hasta ahora son tan humildes, que mi nombre no me parece digno de verse impreso, salvo cuando la honestidad exige asumir la responsabilidad respecto a lo que escribí...”.
“Soy solamente un pobre ser humano que como el resto cae y se levanta, que lucha por alcanzar lo inalcanzable, la perfección...”.
“No conozco ni camino bueno ni camino malo. Conozco únicamente el camino que transito y del cual nunca podré apartarme mientras yo siga siendo yo...”.
“Se puede luchar contra las adversidades de la naturaleza, pero no contra la mañas de los hombres...”.
 
Consejo a los hijos:
“Encontrarás aquí, hijo mío, apuntes variadísimos recogidos en diarios, periódicos y libros.
Muchos de estos son incompletos porque tienen su origen en pedacitos  de papel en que el 'bolichero' me envolvía lo que compraba en los parajes solitarios del Río Colorado.
No lo desprecies por eso. Muchas veces una dicción o algún número valen más que un libro voluminoso escrito con estilo brillante. Esto es: 'Grano a grano torta, piedra a piedra palacio'. Traducido toscamente pudiéramos decir, 'verdad a verdad, ciencia'.
Con otras palabras, todo el saber nuestro tiene por base elementos pequeñísimos que en su conjunto forman lo que muchas almas vanas se ensoberbecen creyéndose por su saber dueños del universo, mientras que en realidad son sombras de nubes pasajeras.
Cuídate de la soberbia, pero trata de saber mucho, todo lo que puedas y esto lo conseguirás poniendo atención a muchas cosas que a primera vista pueden parecerte demasiado pequeñas para merecerlas”.
Juan Benigar murió el 14 de enero de 1950. Sin embargo, su presencia tutelar permanece con pleno vigor y vigencia en los provechosos frutos que urdió en nuestro suelo.
Es necesario, no obstante, que se dé mayor tratamiento en las escuelas y en las políticas culturales a su amplia obra, aun no comprendida enteramente.
 
Nota: Para la realización de esta nota contamos con el aporte de Francisco Carlos Ortiz, nieto político de Benigar, dedicado a reivindicar la obra y el legado de este ser inefable.

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