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La Mañana COVID

¿Creer o reventar? ¿Podemos hacer algo contra el Covid?

La segunda ola está golpeando la puerta y muchos todavía ponen en duda su existencia y desafían las medidas de prevención.

A esta altura del partido y con un año de peste cargado sobre nuestras espaldas, los argentinos (en general) y los neuquinos (en particular), deberíamos preguntarnos con honestidad si realmente tenemos conciencia de lo que significa la pandemia y si estamos en condiciones de cumplir con las responsabilidades individuales de las que tanto se hablan.

Pertenezco al grupo de gente que se cuida en serio, es decir, no veo amigos hace mucho, me junto con algunos pocos con todos los protocolos conocidos y mantengo las medidas de higiene que recomiendan los especialistas. Tal vez porque el grupo de amistades que frecuento es el que se quedó en el medio: no llegamos a los 60 para pretender una vacuna ni tampoco somos jóvenes como para sentirnos fuera del área de riesgo.

A mis hijos los veo poco y cuando lo hago, ellos también mantienen la distancia. No hay besos ni abrazos. Cuesta, pero es lo que hay hacer. O lo que deberíamos hacer.

Sin embargo, cuando salgo a la calle a caminar o a hacer las compras en algún pequeño comercio o en el supermercado, mi visión de cuidado es muy distinta a la de muchos.

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Me pasó este domingo cuando me fui caminando a un hipermercado que tiene shopping en el centro oeste de la ciudad y que, por lo general, no suele estar tan concurrido temprano a la tarde. Precisamente ese es el horario que aprovecho para evitar el contacto con demasiada gente.

Mientras caminaba y disfrutaba el sol, noté que muchos de los que se encontraban haciendo la caminata de la siesta o descansando en una plaza cercana al lugar no tenían puesto el barbijo, la principal medida de prevención que a esta altura debería ser un acto reflejo a la hora de salir y más aún cuando la segunda ola de la que todos hablaban llegó con mucha más potencia y virulencia que la anterior. Tal vez aquellas personas eran parte de las “burbujas” familiares. No lo sé. Es cierto que estaban al aire libre, pero me llamó la atención de que los barbijos brillaban por su ausencia.

En el ingreso al supermercado me pasó lo mismo. El año pasado, además de medir la temperatura corporal y pedir el DNI, a uno le desinfectaban el changuito y hasta le tiraban alcohol al 70 por ciento en las manos. Pues esto cambió.

Si bien lo del DNI ya no tiene sentido dentro de las nuevas restricciones, el joven que me tomó la temperatura ni se fijó cuántos grados tenía mi cuerpo. Cumplió con un trámite de rutina como si fuera algo menor. Es más, creo que podría haber ingreso con cara de fiebre, estornudando y tosiendo, que no hubiera despertado el interés de nadie. Ni el de él ni de los que estaban con él acompañándolo.

Lo llamativo es que adentro del shopping, los pasillos estaban repletos de gente caminando despacio, al ritmo de domingo, pero sin respetar las distancias de las que todo el mundo habla y recomienda. Insisto: podría haber sido algo normal a principios de año, pero no en las puertas de la segunda ola.

Gente centro Neuquén barbijos
Imagen ilustrativa.

Imagen ilustrativa.

Lo que me parece que fue el colmo fue encontrar a un padre con dos pequeños hijos que no llevaban barbijo y que –no sé cómo- ingresaron igual a la enorme superficie comercial. Alguien se dio cuenta cuando ya estaban caminando y le dijo al hombre que concurriera inmediatamente a una farmacia que estaba a pocos metros para que les comprara las mascarillas a los nenes y que si no lo hacía tenía que retirarse. El tipo hizo caso, pero indudablemente estaba fastidiado.

Una vez que entré al supermercado para hacer mis compras sentí la misma sensación: el tema de la pandemia no parece ser algo preocupante para mucha gente. La bendita distancia no se respetaba, había quienes usaban el barbijo debajo de la nariz y en las colas que se hacen en las cajas para pagar no había más de 50 centímetros entre persona y persona. Parecía que la recomendación interna fuera la contraria: cuanto más pegados, mejor.

Indudablemente, los argentinos somos bichos raros. Creemos o no creemos en cosas, por más que los hechos y las evidencias concretas y palpables demuestren lo contrario a nuestras convicciones.

Gente centro Neuquén barbijos
Imagen ilustrativa.

Imagen ilustrativa.

Todavía me asombro cuando en mi cuenta de Twitter subo los partes oficiales de contagios y cada tanto aparece gente que me critica y me acusa de alarmar a la opinión pública con los números. Y ni hablar de aquellos que todavía me preguntan por qué defiendo a las vacunas cuando –según ellos- son inventos comerciales para ganar dinero y que de ninguna manera sirven para prevenir enfermedades. Tampoco faltan los que sostienen que hay un plan perverso y universal para encerrar a todo el mundo y que se muera de tristeza. La imaginación no tiene límites. Pero esas posturas existen.

Supongo que más que en las creencias, uno debería confiar en las cuestiones científicas. Ni siquiera hablo de políticos que pudieran sacar alguna ventaja. Pero cuando hay una marea de médicos, infectólogos, inmunólogos y sanitaristas de todo el mundo advirtiendo que una catástrofe más grande está por venir, y encima vemos en televisión todos los días como crecen las cifras de contagios y de muertos (algunos hasta personajes muy conocidos) me parece que nuestras creencias (que no tienen más sustento en lo poco que sabemos de estos temas) deberíamos dejarlas de lado para otro momento y otras cuestiones.

Vuelvo al principio: a estas alturas del partido, después de todas las angustias que vivimos el año pasado, deberíamos preguntarnos con honestidad si realmente tenemos conciencia de lo que significa la pandemia y si estamos dispuestos a asumir un poco de nuestra responsabilidad individual para prevenirla.

Si no lo hacemos, se impondrá el “creer o reventar”, como decía mi abuela. Y “creer” está bueno para cuestiones más pasionales o espirituales, pero “reventar” no parece muy sensato. Y mucho menos en tiempos de pestes como la que nos acecha.

Gente centro Neuquén barbijos

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