La Mañana Los Champú

El Bolita Alvear, apostó a ser un pesado y en ello se le fue la vida

Se crio en Neuquén rodeado de familiares vinculados al delito. Hizo carrera en la banda de los Champú. Cayó por una 'mejicaneada' y se ahorcó en su celda de la U11.

Juan Pablo “Bolita” Alvear fue un delincuente cuya carrera criminal comenzó en la adolescencia, en el oeste neuquino, y terminó a los 30 años, colgado en una celda de la U11.

En su vida hubo excesos en el consumo de alcohol y drogas desde muy pibe, violencia extrema hacia sus rivales, ausencia de empatía para con sus vecinos y una pasión desmedida por la adrenalina, las armas y las motos.

Para los vecinos, Alvear fue una pesadilla las 24 horas. En el ambiente le decían Bolita, “panza de goma”, “dos panzas” y Menduco, pero para la Policía y la fiscalía era un integrante más de la banda de los Champú que lideraban Jorge Fabián Sosa y Gloria Ruarte.

Fe de erratas

Fue tan turbia y al límite la vida del Bolita, que recién cuando murió se pudieron aclarar varias cuestiones que se decían de él y no eran.

En su entorno le decían Bolita no porque fuera gordo, sino porque creció rodeado de familiares de tez blanca y a él, al ser de piel más oscura, lo tildaban de boliviano. Un recurso discriminatorio que se estiló utilizar hasta la primera década de este milenio.

También se lo conoció como Bolita “Alveal” y casi toda su carrera criminal la cursó cargando con el apellido de un oficial de la policía por error. El apellido es Alvear, y eso fue confirmado oficialmente tras su muerte, pese a que en los expedientes figura de manera correcta.

Juan Pablo “Bolita” Alveal había sido detenido la semana pasada. Fabian Ceballos

Otro detalle no menor que arrastró este delincuente fue que siempre se dijo que era mendocino, pero en verdad nació y se crió en Neuquén; pasa que estaba vinculado a los Sosa, que sí son mendocinos.

Otra salvedad es el nombre de la banda, Los Champú. Durante los años de seguimiento de la problemática de las bandas, se dijo que el nombre era porque andaban sucios y malolientes cada vez que los demoraba la Policía; otra teoría daba cuenta de que surgió tras la demora de un par de integrantes después de robar en un súper, cuando entre las cosas les encontraron varios envases de champú. Pero lo cierto es que la banda se ganó ese nombre porque se teñían el pelo de rubio con agua oxigenada y en la jerga tumbera, por ese entonces, se utilizaba esa expresión para los que se decoloraban el cabello. De hecho, casi todos los integrantes tenían el pelo teñido por completo o mechitas, como en el caso del Bolita allá por 2008.

Por último, hay que aclarar el rol del Alvear en la banda. “Nunca fue el jefe de los Champú, se lo conoció más porque era el que más se exponía y el que más veces cayó, pero la banda la regenteaba el viejo Sosa con la Gloria”, explicó un pesquisa que trabajó muchos años relevando las bandas del oeste neuquino.

En definitiva, arrancar hablando del Bolita conlleva aclarar algunas creencias populares sobre este personaje, pero los malentendidos no afectaron en lo más mínimo su carrera criminal porque nunca le importó nada de lo que opinaran los demás y, si lo confrontaban, había que esperar lo peor.

El Bolita Alveal fue atrapado cuando se llevaba un TV y una bolsa de cocaína.

Una vida criminal

En la cátedra de Psicología Jurídica de la UNCo, se explican aspectos de la psicología del delito que están empíricamente probados. Entre ellos, resumiendo, está el que dicta que la delincuencia se aprende, y que el inicio y mantenimiento de la carrera delictiva se relaciona con el desarrollo del individuo, especialmente en la infancia y en la adolescencia.

Esos aspectos describen de pie a cabeza al Bolita, que nació y se crió en el barrio Independencia, al calor de una familia de delincuentes.

“El hermano, Julio César Alvear, vendía drogas (actualmente está en la U11 tras asesinar a tiros a un hombre en una discusión en una iglesia evangélica del oeste), y los primos, de apellido Gutiérrez, estaban metidos en el ambiente”, recordó otro policía que durante varios años tuvo que reconstruir la trama de banda.

El despegue del Bolita fue a principios del 2000. La ciudad había cambiado la cara con muchas obras por ese entonces, pero el oeste era tierra pura, una gran paleta agreste. La única presencia del Estado estaba en las escuelas, las salas de salud y la Policía, todos olvidados.

Los políticos solo se ensuciaban los zapatos cuando había campaña y, en ese contexto de ciudad abandonada, prosperó la banda de los Champú vendiendo droga, reclutando pibes y metiendo caño, como se les dice en la jerga a los robos con armas.

Con el hermano metido en la venta de marihuana, el Bolita se inició en la adolescencia en los consumos, y como el hermano no le quería mantener el vicio porque perdía plata, tuvo que comenzar a generar sus propios ingresos.

Es así que se convirtió en “un chorrito de barrio”. “Al principio, era un arrebatador que les robaba a las mujeres que esperaban el colectivo, a los pibes que andaban con celular, y después se fue poniendo más pesado y comenzó a robar motos y le fascinaron”, reveló una fuente.

Por esos años se dieron dos hechos casi en paralelo en la vida del Bolita: conoce a los Sosa que llegaron escapando de Mendoza y se instalaron en la zona de la Cuenca.

“Al principio vendían pan que hacían ellos y repartían. Pero después le comenzaron a meter la droga adentro. Se comprobó que los Sosa tenían vínculos en Mendoza con la temible banda Los Angelitos de la Yaqui, por ahí venía la droga”, confió un informante.

De hecho, cuando se reconstruye la trama de los Champú, se observó que tenían un modus operandi similar al de la banda de la Yaqui.

El Bolita conoció a los Sosa por su adicción y pronto se haría compinche de los hijos de Fabián y Gloria, y pasaría a ser un soldado de la banda.

Ya viviendo en el sector 20 de Septiembre de la toma 7 de Mayo, el Bolita se relacionó con un vecino, Carlos “Bocha” Leguizamón, un mendocino que cargaba con un homicidio en sus espaldas.

En Neuquén, el Bocha se dedicó a meter caño durante varios años en Neuquén.

Cuando le mostró las armas al Bolita, arrancó otra de sus fascinaciones. Tener un arma en la mano le sentaba bien y lo disfrutaba.

Ese fue un punto de inflexión en su vida y, por su violencia para robar, era casi previsible que en el derrotero de los días se hiciera también un adicto a los fierros.

Cuenta la historia que cuando el Bocha cayó por un robo, le dejó al Bolita en resguardo dos bolsos llenos de armas, entre ellas una ametralladora que se utilizó en varios golpes y que al día de hoy no ha sido localizada.

A partir de la irrupción de las armas en la vida de Alvear, el viejo Sosa le asignó una función importante dentro de la banda: apretador. Ese rol era el perfecto para un joven delincuente en crecimiento, que iba a tope en moto y enfierrado. Así fue como comenzó a tirotear casas y amenazar gente.

Un Champú de temer

Con el crecimiento de la banda, también crecieron los problemas. El Bolita fue detenido en varias ocasiones por abuso de armas y robos de moto. Pero las causas no prosperaron porque nadie quería ratificar nada por miedo.

Eso lo hacía más fuerte al Bolita, porque cada vez que parecía caer, salía, volvía al ruedo y su nombre crecía, y no hay fama que no afecte.

A fines de la década del 2000, los Champú comenzaron una guerra territorial contra la banda de los Santana y los Aguirre. Todos se dirimían no solo la venta de droga sino también quién era el más bravo.

Los tiroteos pasaron a ser moneda corriente y las muertes comenzaron a teñir de sangre el oeste.

En 2012, el fiscal de Graves Atentados contra las Personas, Maximiliano Breide Obeid, emprendió una investigación de las bandas a partir de un informe periodístico que publicó quien escribe.

El área de Delitos de la Policía se encargaría de profundizar las investigaciones que venían realizando en el territorio. Las pesquisas no fueron para nada sencillas porque en Neuquén no se puede infiltrar a nadie en el oeste, todos se conocen.

Una de las anécdotas que surgió a partir de las tareas de calle que realizó Delitos da cuenta de un investigador que se hizo un corte de pelo de la época, denominado taza, vestía un jean, un camperón y cargaba una botella de cerveza. Así fue que se apostó en una esquina de la toma 7 de Mayo, desde donde observaba todos los movimientos de Alvear.

“Había que agudizar el ingenio para poder observarlo, y ese efectivo estuvo unos 10 días registrando los movimientos del Bolita”, confió otro investigador que logró, junto con el resto de los integrantes de la brigada, hacer un mapa muy detallado del accionar de las bandas de los Champú, los Santana y los Aguirre.

Todo ese trabajo requirió de paciencia y muchas horas hombre a riesgo de ser descubiertos.

En los informes oficiales de la investigación, solicitada por el Ministerio Público Fiscal, se detalló: “Cabe destacar que esta banda del ambiente delictual (los Champú) se encuentra consolidada. Tiene gran influencia sobre los menores de edad del sector en los barrios Cuenta XV, sector Belén, sector Peumayen, sector 20 de Septiembre, toma 7 de Mayo, barrio Z1, toma 2 de Mayo y barrio Gran Neuquén. Los menores son utilizados para fines delictivos, como así también para la venta de estupefacientes y el resguardo de las armas, amparándose en la condición de menores conforme ley 2302”.

La sangrienta guerra entre bandas “ha llevado a que las personas del lugar no presten colaboración con la Justicia dado el temor que sienten por las represalias que pueden sufrir, lo que obliga a resguardarse en el silencio”, describe el informe oficial.

“El temor al Bolita estaba generalizado. Incluso, había vecinos que le guardaban las armas por miedo. Por ese temor, costaba mucho conseguir información y testimonios”, recalcó la fuente.

Durante la investigación de las bandas que llevó adelante Breide Obeid, hubo un testigo protegido que brindó información de los manejos del Bolita.

En una oportunidad, policías de civil estaban en la casa del testigo y pasaron tirotearon la vivienda. Esa fue la primera vez que la fiscalía ordenó, en forma inmediata, poner bajo protección y fuera de Neuquén al testigo en riesgo.

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Salvaje

En esos años, el Bolita comienza a convivir con su pareja y cómplice, Mía, que también estaba dentro de la banda.

Devenido en un pesado temerario, el Bolita desarrolló un perverso negocio inmobiliario con algunos pibes que había reclutado.

El negocio consistía en venderles a parejitas jóvenes de la zona un terreno y una casilla en la toma. A todo esto, los gobiernos municipal y provincial no controlaban nada dentro de las tomas.

A los dos meses de venderles la casilla, comenzaba a apretarlos para que se fueran.

Así es como pasaba tiroteándolos o se les metía a la casilla para amenazarlos con una pistola. “Les levantaba el culo para poder recuperar la casilla y así vendérsela a otra parejita”, contó un investigador.

La operación “levantar culo” duró un par de años y le redituó sumas importantes, pero nada que lo salvara a Alvear.

Pese a sus negocios personales, el Bolita seguía respondiendo a la banda y se encargaba de los aprietes. Su modalidad fue creciendo en violencia hasta llegar a casos aberrantes.

“A un soldadito de los Santana lo levantaron en la calle, lo llevaron a una casilla, lo metieron dentro de un tacho de 200 litros lleno de agua y le metieron corriente mientras lo cagaban a palos. Después lo sacaron y violaron”, contó el pesquisa.

El caso no tuvo ni denuncia ni trascendencia porque los códigos marcaban que los problemas se arreglaban entre ellos.

“El pibe no iba a denunciar que lo habían violado porque perdía todo y quedaba sumamente expuesto a un ataque mucho peor”, detalló la fuente.

Esa violencia extrema que demostraba Alvear hacía que las otras bandas le tuvieran tanta bronca como temor.

La suerte echada

La adrenalínica vida que llevaba el Bolita comenzaba a entrar en zona roja. Su nombre, apellido y apodo eran más que conocidos. Pese a ello, Alvear continuó acelerando como si no hubiera un mañana.

Entre los pibes que reclutaba el Bolita, se organizó una pequeña banda que luego se transformaría en la secuela de los Champú. Se trataba de chicos de entre 10 y 12 años que portaban armas y distribuían drogas.

“Esos pibes se hacían llamar los Ganster y entre ellos había uno que era muy bravo”, contó otro pesquisa que trabajó en la investigación.

A uno de esos chicos, hoy mayor de edad, se lo allanó el miércoles en su casa del barrio Peumayen y le secuestraron varias armas de puño y largas, además de municiones y droga.

El Bolita creyó que era el momento para dar golpes más importantes, por lo que se abrió un poco de la banda e hizo yunta con delincuentes que integraban la Uocra, con los que cometió un par de hechos que derivarían en su primera caída con acusación de amenazas y privación ilegítima de la libertad. La condena fue de dos años en suspenso.

En la calle y con las costillas contadas, Alvear no dejó de delinquir. Ya para ese entonces, cargaba una pistola 1125 y tenía un chaleco antibalas porque sabía que las otras bandas lo querían “poner”.

En enero de 2015, en una audiencia pública que se le hizo por tenencia ilegal de armas de guerra, Alvear reconoció tener militancia política en el MPN y trabajar para una empresa tercerizada vinculada al sector petrolero con sede en Vaca Muerta.

Dentro del partido provincial, el Bolita fue puntero de la línea interna que encabezaba Guillermo Pereyra, el histórico dirigente petrolero; de ahí su trabajo en una empresa de Vaca Muerta.

El domingo 26 de abril de 2015, se realizaron las primeras elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). Ese día, el Bolita concretó un apriete, uno de los tantos, pero la suerte ya no estaba de su lado.

Junto con dos cómplices y a bordo de una camioneta petrolera, fue hasta el barrio Melipal y se enfrentó con un dealer, al que tras amenazar con su 1125 lo golpeó y le llevó la billetera, un televisor led y una bolsa con 689 gramos de cocaína y otra con 30 gramos de marihuana. A esto en el ambiente se le llama mejicanear.

Cuando peritaron las sustancias, descubrieron que la cocaína estaba estirada con harina casi en su totalidad, es decir que era más harina que coca.

Fuentes judiciales revelaron, en ese entonces, que en su haber Alvear tenía 29 causas por amenazas calificadas y tenencia de armas, y otra por drogas en la Justicia Federal.

Solo la causa por la mejicaneada avanzó y llegó a juicio. Al Bolita lo terminaron condenando por robo calificado por el uso de arma de fuego en grado de tentativa, porque no terminó de consumar el robo ya que la Policía lo detuvo in fraganti.

Le dictaron 4 años y 2 meses de prisión, pese a que la fiscalía había pedido 9 años. Lo cierto es que le unificaron pena con los dos años en suspenso y terminó en una celda del pabellón 4 de la U11.

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Juan Pablo

Juan Pablo "Bolita" Alvear

La muerte y las dudas

Alvear tenía 29 años cuando entró a la cárcel, nunca había estado más de una noche en una comisaría. En el penal, el Bolita comenzó con un padecimiento, que se da en la mayoría de los internos nuevos, que es la abstinencia de drogas.

A esto hay que sumarle que una de las primeras cosas que se pierde en la cárcel es el sueño, y encima se cae en un desgastante estado de alerta permanente. Pero cuando se entra en desgracia, la caída, para estos personajes que han vivido a límite, parece no tener fondo, y eso le pasó al Bolita.

A uno de sus primos que estaba preso y compartía pabellón con él lo trasladaron a otra unidad, por lo que se quedó solo y sin yunta en la cárcel. A esto se sumó que su pareja le había dicho que no lo iba a esperar y que quería cortar la relación. Esto lo desesperaba a Alvear.

El miércoles 8 de junio de 2016, Mía asistió al horario de visita y estuvieron charlando. Fue una escena tensa; de hecho, tantos compañeros de pabellón como penitenciarios notaron que el Bolita se quedó muy mal cuando se fue su pareja.

Esa ruptura estando encerrado terminó por derrumbarlo. A eso de las 23:10, se hizo la inspección de rutina donde se engoma a los presos, y todo estaba normal. Unos 20 minutos después, con una sábana al cuello, el Bolita se colgó de un cable acerado que pasa por el techo de todas las celdas y que es el desagote de los inodoros.

Cuando lo encontraron, llevaba solo un par de minutos muerto, por lo que quisieron levantarlo, pero su peso complicaba las acciones. Ni bien lo bajaron, lo trasladaron a la enfermería del penal, donde durante 10 minutos intentaron reanimarlo, pero sin éxito. Como la U11 no tiene ambulancia, debieron convocar al SIEN, que certificó la muerte.

El cadáver fue trasladado a la morgue donde, tras la autopsia, los médicos forenses detallaron que la muerte había sido por asfixia y no encontraron ningún elemento para sospechar que se hubiera tratado de un crimen.

No obstante, la familia del Alvear salió a denunciar públicamente que lo habían asesinado y luego lo colgaron para simular el suicidio. Pero desde el análisis de la escena del crimen y la evaluación forense, esa teoría no encontró ni un solo punto de apoyo.

El Bolita demostró ser un joven con rasgos y características personales con una gran predisposición al delito y al riesgo. Es cierto que el contexto en el que se crió no fue favorable, pero en el recorrido por su historia deja claro que ese ambiente también lo sedujo y lo captó. No se puede estar todo el tiempo jugando al borde del abismo porque, tarde o temprano, uno cae, y Alvear cayó.

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