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El cementerio El Progreso está al borde del colapso

Ya no tiene más espacio, pese a las exhumaciones que se realizan.

POR MARIO CIPPITELLI / [email protected]

En el cementerio El Progreso se corre todos los días una carrera contrarreloj y se hacen cálculos rápidos que no cierran, porque el lugar ya no da abasto para recibir a tantos muertos. Ingresan tres, cuatro y a veces hasta siete cuerpos por día, y para cubrir esa demanda y liberar espacio se exhuman otros tantos, no cualquiera, sino los que tienen deudas atrasadas de más de cinco años. Trámites penosos con raíces administrativas se aceleran y componen un ciclo sin fin.

En medio de este problema están los deudos que muchas veces van a visitar a un familiar y se encuentran con que la tumba ya no está y tienen que retirar los restos en otro lugar. La notificación llega a través de un edicto, algo que rara vez se lee, por lo que la sorpresa es inevitable.

Pero también están los empleados que tienen la ingrata tarea de desenterrar cadáveres que todavía no están “preparados” para tener un destino final en el crematorio o en un osario. “Preparados” significa que los cuerpos estén lo más seco posible, para que el trabajo no sea tan desagradable, algo que rara vez se logra. Dicen los empleados que deberían pasar al menos 10 años para eso, pero la urgencia por liberar espacio es diaria.

El cementerio El Progreso quedó chico y no tiene posibilidades de ampliación. Una barda pronunciada lo limita al norte, una escuela al este, y dos calles al oeste y al sur. La única posibilidad es la construcción de nichos, porque casi en su totalidad el predio tiene tumbas en tierra.

Pero el crecimiento que tuvo la ciudad en los últimos años generó una demanda impresionante en el servicio de sepelios. La Municipalidad se apresta ahora a construir una pared con 96 nichos en los próximos dos meses, que se llenarán de manera inmediata, lo que demandará una nueva edificación. Y así el ciclo seguirá sin cerrar.

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Los empleados que trabajan allí son discretos y prudentes, actitudes acordes al desempeño que deben tener todos los días frente a situaciones tristes y dramáticas. Por tareas “penosas y riesgosas” cobran un 50 por ciento más que cualquier otro trabajador municipal. Pero hay que estar en ese lugar...

Los trabajadores hablan poco, pero reconocen que el lugar ya está desbordado. Una serie de tumbas recién abiertas por fuera de los límites que alguna vez se marcaron en el predio reflejan la realidad. Mientras muestran las excavaciones, llega un cotejo fúnebre. Al rato, otro. Ese día habrá un total de cuatro, aunque la semana pasada tuvieron siete. En la necrópolis central ocurre algo similar.

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Proyecto

El Concejo Deliberante aprobó hace dos años la ordenanza correspondiente para ceder tierras a la Cooperativa CALF para la construcción de un nuevo cementerio, que estará ubicado en siete hectáreas en la zona norte de la meseta.

El proyecto, que contempla varias etapas, tendrá una capacidad aproximada de 150.000 nichos y tumbas. Primero hay que acondicionar el terreno, cercarlo, llevar los servicios necesarios y luego forestarlo, tarea nada fácil teniendo en cuenta las condiciones de la tierra en ese lugar. Finalmente, se prevé la construcción de las dependencias administrativas y el resto de los espacios para el funcionamiento. El proyecto, por ahora, está demorado ya que aún ni siquiera se cercó el predio.

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Dos perros, inesperados guardianes que acompañan

Los dos llegaron al cementerio hace aproximadamente tres años. Acompañaron al cortejo que los familiares les hicieron a sus dueños cuando murieron y nunca más se fueron. Hoy son los guardianes del cementerio El Progreso y tienen nombre: el Negro y la Negra, un casalito que se unió por obra del destino y la tristeza.

Los empleados del cementerio, apenados por ver la increíble lealtad que siempre demuestran los animales, decidieron adoptarlos. Les dieron de comer, les brindaron el cariño suficiente y hoy son parte del staff que trabaja en el lugar.

Dicen los trabajadores que los dos son muy buenos de día pero que de noche, cuando ingresa alguien en horario no permitido, no paran de ladrar. Es una forma de avisarles a los serenos que hay intrusos.

Es que la costumbre de ir de noche al cementerio nunca se dejó. Muchos grupos de jóvenes se juntan en la tumba de un amigo que murió recientemente para homenajearlo. En el lugar comen pizzas, toman cervezas, se drogan y se ríen como si fuera una de las tantas juntadas que hacían cuando todos estaban vivos.

Pero no siempre los visitantes son personas nostálgicas que extrañan a alguien. No faltan los que roban objetos de valor de las tumbas, los que hacen ritos umbanda, los que acechan a mujeres para arrebatarles la cartera o para acosarlas sexualmente. Hasta hay un depravado que concurre habitualmente para masturbarse entre las tumbas. Los empleados ya lo conocen. Lo apodan “el pajero” y cada vez que lo ven, llaman a la Policía. El mismo día que LM Neuquén concurría al cementerio para hacer una recorrida, se lo llevaban detenido por andar haciendo exhibicionismo. Eran las 17.30.

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