Por Mario Cippitelli - cippitellim@lmneuquen.com.ar
El Ciervo, el lugar de encuentro de miles de neuquinos
Es la confitería más antigua de la ciudad.
Es la confitería más antigua de la ciudad.
Por Mario Cippitelli - cippitellim@lmneuquen.com.ar
Si usted vive hace muchos años en la ciudad de Neuquén seguramente concurrió alguna vez de niño junto a sus padres a tomar un submarino o a comer algún sándwich después de las películas que se proyectaban en el Cine Español. También es probable que haya ido de adolescente con sus amigos a tomar algo antes de salir a la noche, o de adulto en busca de la picada y el vermouth. O a desayunar temprano a la mañana para leer el diario. Hay quienes mantienen esas costumbres, aunque hayan pasado los años. ¿Quién no concurrió alguna vez a la confitería El Ciervo?
La construcción se hizo en 1938 como parte de un complejo cultural que impulsó la Asociación Española de Neuquén. Durante muchos años fue el lugar de encuentro de miles de personas que concurrían al cine o al teatro y que en los intervalos iban a fumar o a tomar un café, hasta que se reanudara la obra o la película, a través de una conexión que había entre ambos locales.
Por aquel entonces no había muchas opciones para divertirse en el pueblo y las salidas eran realmente eran acotadas: los bailes que se organizaban en los clubes, el hotel Confluencia y, por supuesto, el teatro y las proyecciones de películas.
Pero la confitería como tal nació a mediados de la década del 60. Su primer propietario decidió crear un espacio sobre la Avenida Argentina, aprovechando que estaba al lado del cine, con el objetivo de sumar una oferta gastronómica para la ciudad que en aquella época se encontraba en franco crecimiento.
Fue en esos primeros años una de las confiterías más populares que tuvo la capital, aunque el servicio era limitado y a los clientes se les ofrecía lo básico: café, vermouth, cerveza, algo para picar y no mucho más que eso.
Antonio Alonso, un inmigrante español que llegó procedente de Galicia, en 1956, fue quien decidió comprar la confitería para darle una nueva impronta y ofrecer algo de mejor calidad. “El servicio no era bueno y mi papá, que ya tenía experiencia en gastronomía, quiso hacer algo mucho mejor”, recuerda Gabriel, el hijo de Antonio.
En efecto, Alonso –el Gallego, como lo conoce todo Neuquén- ya había trabajado en un emprendimiento gastronómico como empleado, pero quería abrir su propio negocio. Por este motivo es que compró aquella confitería para administrarla y renovarla, aunque no le cambió el nombre: prefirió que se siguiera llamando El Ciervo, la marca que le puso el propietario anterior por su afición a la caza.
La primera renovación la realizó en 1975, tratando de darle una nueva imagen al local, y a partir de ese momento, la confitería aumentó cada vez más su popularidad, beneficiada con la gran cantidad de gente que llegaba a la provincia desde distintos puntos del país y el exterior.
Además de mejorar las picadas (a partir de ese momento fueron mucho más completas de las que antes se servían), también comenzó a ofrecer hamburguesas y lomos, la especialidad de la casa.
Pero el gran cambio lo darían en 1993, cuando la tradicional confitería se convirtió en un restaurante y marisquería, pero manteniendo los tradicionales desayunos y meriendas como los venían sirviendo a lo largo de los años.
Por El Ciervo pasaron centenares de artistas y personas famosas, además de los miles de turistas que alguna vez anduvieron de paso por la capital neuquina.
Hoy a las instalaciones –nuevamente renovadas y más modernas- asisten clientes de todo tipo. Están los nuevos, que nunca habían entrado y que muchas veces son los turistas que andan de paso, los clientes ocasionales que aprovechan la salida del cine para comer y tomar algo, y también aquellos históricos, los más viejos, los que disfrutan el cafecito de la mañana con amigos, para hablar de fútbol, de política o de la vida.