El cumplimiento de las normas parece ser, al menos en este país, propiedad de una minoría. Ocurre con cualquier disposición nacional, provincial y municipal que se quiera citar. Y es un fenómeno que quedó expuesto, quizá como nunca, con esta pandemia que azota al mundo desde principios de 2020.

Porque a excepción del período más duro de la cuarentena, cuando la mayoría de la gente cumplió durante un mes y medio casi a rajatabla con las medidas de aislamiento y prevención, después para muchos el tema de los cuidados (el personal y hacia terceros) pasó al olvido. Incluso sin pensar que esos terceros podían ser parte del mismo núcleo familiar, con personas mayores o pasibles de ser pacientes de riesgo. Ya no se puede hablar de falta de campañas o información.

¿Habrá alguna persona en este mundo que no sepa de la existencia del coronavirus, que no esté enterada de que hay que usar barbijo, mantener la distancia con personas no convivientes, que no hay que compartir bebidas, que no se pueden organizar ni asistir a reuniones masivas? Difícil creer que alguien no esté al tanto de esto.

Sin embargo, basta recorrer cualquier calle o espacio público para observar cómo a un importante sector de la población parece no importarle nada. Después vienen los lamentos, los señalamientos con el dedo, las acusaciones a terceros, pero casi nunca se pone el foco en las acciones individuales.

Porque de esto depende y mucho, más allá de las políticas públicas, que esta pandemia se lleve más o menos muertos. La vacuna está llegando, pero la solución a este flagelo del COVID aún está lejos. De nosotros depende cómo y de qué manera se va a transitar el fin de esta pesadilla, de nadie más.