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El hombre que pinchó y curó a varias generaciones de neuquinos

Benito Segura. Es enfermero y fue uno de los tantos protagonistas que dejaron su impronta en la historia de la salud.

Comenzó a trabajar a fines de los 50 en Salud Pública. Conoció y colaboró con todos los médicos pioneros que tuvo la ciudad de Neuquén.

Durante su carrera, contribuyó a erradicar enfermedades que pusieron en jaque a la capital, como la tuberculosis y la sífilis.

Mario Cippitelli

Neuquén
Benito Segura dice que ya está retirado y que sólo pone inyecciones para sus familiares y amigos. Pero su retiro parece ser un mero formalismo para respetar el mandato de que cuando uno llega a viejo tiene que dejar de trabajar porque se nota que ama el oficio de enfermero que desempeñó durante casi 60 años.

Benito es delgado, de nariz afilada y cabello peinado para atrás con dos entradas pronunciadas. Habla con una memoria prodigiosa cuando recuerda sus comienzos que coincidieron con los de la salud pública y privada en la polvorienta Neuquén de los 50.

Conoció a todos los que fueron protagonistas de aquellas batallas diarias para salvar vidas y frenar epidemias y brotes de enfermedades. A la par de reconocidos médicos que hicieron historia y otros enfermeros de la época, curó, puso inyecciones, extrajo sangre y hasta realizó pequeñas cirugías.

En aquellos comienzos todo era poco en Neuquén. Desde los recursos humanos hasta la infraestructura y los insumos.

"Tengo la matrícula 2 de enfermero profesional", dice con orgullo sentado en el living de la casa en la que crió a una numerosa familia.

Recuerda que se graduó en Córdoba e inmediatamente regresó a la provincia para desempeñar la flamante profesión por la que había estudiado. Neuquén, por aquel entonces, todavía no había sido provincializada, por lo que las políticas y decisiones que se tomaban en el gobierno nacional siempre llegaban a destiempo y nunca alcanzaban. Pero como las ganas de trabajar eran tantas y las necesidades demasiadas, Benito comenzó a ofrecer sus servicios de enfermero. Así logró ingresar al hospital, luego pasó por el sanatorio que con el tiempo se convertiría en el Policlínico Neuquén y regresó una vez más al centro de salud de la calle Buenos Aires y Alderete.

Durante sus comienzos hubo dos brotes epidémicos que pusieron en jaque la salud de los neuquinos. Uno, el más grave, ocurrió en 1959. La tuberculosis, por aquel entonces, era un enfermedad grave que requería tratamientos urgentes. "Para combatirla se creó una delegación de lucha antituberculosa y se firmó un convenio entre el gobierno nacional y Unicef para hacer un relevamiento en todo el territorio", recuerda. Pero, para que el remedio fuera realmente efectivo, se contrató a un especialista que llegó desde Santa Fe y que posteriormente dejaría una fuerte impronta en la historia sanitaria. Era el doctor Enrique Zabert. Los servicios de Benito también fueron requeridos para tal fin, en todo el trabajo de laboratorio que se requería para atender aquellos 580 casos registrados de la enfermedad.

El otro brote grande que hubo que atender, en 1961, fue uno de sífilis. Por aquel entonces, el famoso Barrio Gris, ubicado en la zona del Bajo, reunía a un grupo de prostíbulos muy frecuentados, tanto por la gente de la ciudad como por los foráneos que andaban de paso. Esas intensas relaciones hicieron disparar rápidamente la cantidad de casos.

50 pacientes por día llegó a atender Benito, quien los visitaba en sus domicilios o los recibía en el consultorio.

"Al hospital caían personas de todas las edades con los primeros signos de la sífilis y todos los días aparecían más casos", recuerda Benito. Por tal motivo, las autoridades provinciales decidieron atacar el problema de raíz: cerraron 55 prostíbulos y obligaron a las prostitutas que estaban infectadas a realizarse un tratamiento médico. El que fue contratado para colocar las inyecciones de penicilina fue Benito. "Tenían que concurrir una vez cada 15 días y luego una por mes. A la que no venía la iba a buscar la Policía", dice.

Lo cierto es que, luego de semejante operativo sanitario, lograron erradicar los prostíbulos y, a la vez, la temible sífilis. "El mito que quedó siempre es que don Jaime había terminado con los prostíbulos, pero no fue así. Lo que pasa es que coincidió la erradicación de estos lugares con la llegada del obispo", asegura.

La vida profesional de Benito se desarrolló al mismo ritmo que crecía la ciudad, trabajando en el sector público y privado. Llegó a tener 50 pacientes por día a los que visitaba en sus domicilios o los recibía en sus consultorios.

Herencia Tuvo 6 hijos que le dieron 11 nietos. Uno de los varones no pudo resistir la pasión que veía en su padre. Por eso decidió seguir el mismo camino. Hoy ejerce en Zapala.


Todos los conocen. Alguna vez pasó por sus casas con su característico maletín negro y el guardapolvos claro. Para muchos chicos, significaba el terror personificado, por más que Benito siempre llegara con una sonrisa cordial para no asustar a nadie y aliviar tensiones antes de sacar jeringas, ampollas y frasquitos. Pinchó miles de culos y brazos. Extrajo litros y litros de sangre.

Desde su rol, colaboró para curar a varias generaciones. Siempre lo hizo con pasión.

Trabajó hasta el 2008, cuando decidió que ya era tiempo de retirarse. Sin embargo, el amor por la enfermería es el mismo que tenía aquel jovencito estudiante de la década del 50. Por eso, en un rincón de su casa mantiene armada una pequeña sala de enfermería con aires de museo y miles de recuerdos. La tiene lista para atender a familiares y amigos. Para quienes necesiten una inyección, un remedio o una cálida sonrisa.

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