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La Mañana

El misterio de Celmira, la poetisa que escribió su desdicha en versos

Desapareció a orillas del río Neuquén hace casi 70 años. Sólo encontraron sus ropas y un cuaderno con escrituras.

Mario Cippitelli
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Con el corazón desgarrado por el desamor y el alma aplastada por tanta tristeza. Así la vieron antes de que desapareciera para siempre a orillas del río Neuquén.
Todos en el norte neuquino se enteraron de que Celmira Yáñez era una mujer desdichada y conocieron su historia a través de un cuaderno prolijamente escrito en el que narró su corta vida en versos compuestos en décimas. Se acongojaron cuando supieron de su abandono cuando apenas era una beba y quedaron conmovidos por la tristeza que tuvo que padecer durante su infancia y juventud. Era como si el destino se hubiese ensañado con ella, como si hubiese estado sentenciada a no ser feliz desde que vio la luz en su Huinganco natal, aquel 6 de agosto de 1946. Las décimas de Celmira encierran tanta tristeza como misterio. La breve cronología de su vida volcada en versos es lo único que dejó y que quedó como un legado para la cultura e historia del norte neuquino.
Su mamá, Emperatriz Yáñez, la crió durante diez meses, pero luego la abandonó, tal vez porque no la podía mantener. Una familia de puesteros se apiadó de la beba y decidió criarla.
“¡Mi adorada madrecita, madrecita Emperatriz!. Ya sería mi destino que diez meses me crió, no me tenía cariño y por eso me olvidó”, expresó mucho después en sus versos.
Se cree que fueron los mejores años de Celmira. Disfrutaba su infancia y la libertad que le deba aquel entorno natural. Aprendió a querer la nieve, a nutrirse del sol y a volar con el viento en las mansas tardes cordilleranas.
Pero aquella felicidad fue breve. Una noche de invierno de 1954, durante una tormenta de nieve, la desgracia volvió a tocarla. En ese momento Celmira se encontraba a solas con su madre, que estaba embarazada y cerca de dar a luz.
“Y un día, estando nublado, día de gran ventarrón luego se puso a llover y cayó una gran nevazón. Ahí yo volví a padecer y a sufrir mi corazón”, escribió.
Se cree que la mujer fue a encender una vela y se pegó un golpe tan fuerte que le aceleró el trabajo de parto, pero no logró sobrevivir. Sola y aislada por el temporal, debido a que su padrastro estaba trabajando lejos, la pequeña se hizo cargo de su hermanito y a la vez fue testigo de la muerte de su madre adoptiva.
“Y estando solita yo, mi mamita a luz dio, y yo tomé en mis manos al hijito que nació, y sólo de mí y su hijito, de los dos se despidió”, relató en aquel cuaderno.
La vida de Celmira dio un vuelco nuevamente y la felicidad que había alcanzado en sus primeros años de vida se esfumó de golpe. Su padre adoptivo no tardó demasiado tiempo en encontrar otra mujer que lo ayudara a criar a su hijo recién nacido y a la pobre Celmira que, por segunda vez, había quedado huérfana.
“Esto es todo lo que sé yo, y no lo sé por los de afuera. Se hacía el que lloraba, lloraba la borrachera, y en el llanto yo le escuchaba: ¡Ya tengo otra que me quiera!”, diría en sus décimas.
Casi sola y sin tantos mimos como le prodigaba su segunda madre, Celmira aprovechó sus estudios en la escuela para dedicarse a lo que más le gustaba: escribir poesías para atenuar su desdicha y soledad. “Y después me sentí yo, muy triste y muy apenada, sin tener padre ni madre, sin tener más quién me amara. Que ya volví a quedar como pájaro, solita y abandonada”, dejó asentado.
Ya siendo una adolescente, la joven tuvo la suerte de conocer el amor. Quedó flechada la primera vez que vio a aquel muchacho y se deslumbró frente a su sonrisa y su hombría. ¿Sería él el encargado de ponerle fin a tanta tristeza?
No se sabe con exactitud cuánto duró la relación. Creen que fue muy poco tiempo. La Cordillera del Viento, los bosques y arroyos fueron testigos de aquel amor puro, de cálidos abrazos y besos de pasión y ternura. Sin embargo, el camino de Celmira estaba signado por la desdicha y las piedras que a veces pone el destino.
“¡Maldita en mi mala suerte que a este mundo vine a llegar! Cuando me quise casar con un joven de veinte años lo tomaron por engaño y a la cárcel fue a quedar”, relató en su cuaderno. Hay quienes sostienen que Celmira intentó reanudar luego la relación, pero que aquel hombre que tanto la había enamorado terminó hechizado por otra mujer. Lo cierto es que de esa experiencia de desamor nunca pudo salir y en sus versos anticipó lo que sería una despedida: “¡Adiós mi tierra querida donde me crié tantos años! Con mis piernas temblorosas yo seguiré caminando; pasarán los meses, los días y los años. ¡Ahí se conoce la vida y se ven los desengaños!”. “¡Adiós almitas queridas tesoritos de mi amor! Les quedará en el pecho una herida. ¡Otra va en mi corazón! Yo llevo el alma marchita, sequita como una flor”.
Las ropas de Celmira Yáñez fueron halladas a orillas del río Neuquén junto a un cuaderno donde se encontraban escritos los poemas  que relataban sus penurias. Al momento de su desaparición tenía 20 años.
Los lugareños creen que la joven, atrapada en una profunda depresión, se suicidó arrojándose a la correntada, pero su cuerpo nunca fue encontrado. Hay otras versiones, sin embargo, que sostienen que Celmira pudo haber ido a Chile en busca de una nueva vida o un nuevo amor. Nunca dejó rastro alguno.
El paso del tiempo se encargó de alimentar la leyenda de aquella mujer triste. Y hoy, a casi 70 años de su partida, las cantoras del norte neuquino entonan las décimas del cuaderno encontrado a la vera del río. Lo hacen para mantener viva la historia de Celmira. Lanzan sus versos al aire como si fuera un llamado, como si aún tuvieran esperanzas de que algún día ella regrese a su tierra.

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