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La Mañana

El olvido condenó a las víctimas de la matanza de Zainuco de 1916

La tumba donde yacen los restos de los ocho muertos de la polémica represión policial se encuentra en estado de abandono total por parte de la sociedad y de la historia misma.

Texto y fotos BRUNO TORNINI

El valle de Zainuco es un mudo testigo que después de 94 años guarda un secreto trágico.
 
Zapala > Sólo una vieja cruz de hierro oxidada y algunas rocas con rastros de velas derretidas, que fueron encendidas hace ya mucho tiempo, sirven de santuario. Los únicos testigos en pie que quedan de la matanza de Zainuco son un veterano pehuén y un rancho de piedra, que tal vez sea el que se menciona en los relatos de 1916. El viejo cartel instalado por algún gobierno memorioso reposa en el suelo, olvidado, como los ocho presos muertos y la fosa común que comparten hace casi 100 años.
Las pocas personas que pasan cada tanto por allí son lugareños y veranadores, quienes utilizan el paradisíaco valle como sitio de pastoreo para sus animales. En invierno el lugar se cubre de nieve. Los fuertes vientos que corren por el valle vuelan la arena volcánica que cubre los cuerpos de los reos y que, cada tanto, asoma algún resto óseo, para luego ser nuevamente cubierto por la brisa o por algún respetuoso de los muertos. Desde lo alto puede apreciarse la inmensidad del paisaje. Las araucarias sobresalen en la silueta de la montaña. Algunos caballos se alimentan con la fresca hierba. Sobre ese oasis de verdes resalta una pequeña porción seca, donde nada crece, ahí descansan las víctimas.
Para llegar al valle de Zainuco hay que transitar la Ruta Provincial Nº 13, desde Zapala hacia la cordillera hasta Primeros Pinos. Desde allí se deben recorrer otros doce kilómetros hasta el paraje, para luego descender caminando unos mil metros por una huella, trazada bajo las líneas eléctricas que llevan energía a los pueblos cordilleranos. Sobre la ruta no hay señalización del sitio, sólo un cartel que marca el paraje, pero no existe nada que identifique la existencia de las tumbas de los presos. Nada que haga referencia al hecho.
La matanza de Zainuco ocurrió el 30 de mayo de 1916. Las víctimas fueron algunos de los protagonistas de la gran evasión de la U9 de Neuquén, ocurrida el 23 de mayo de ese año.
Según el libro "Zainuco", de Juan Carlos Cháneton, se presume que al paraje llegaron diecisiete de los evadidos, liderados por el preso Sixto Ruiz Díaz, quienes buscaban cruzar la frontera hacia Chile. Después de andar durante casi una semana, ya exhaustos por la larga travesía y por la dureza del clima de la región en esa época del año, decidieron descansar en el negocio de Fix, donde fueron alcanzados por los uniformados.
 
Enfrentamiento
Luego de un largo y desparejo enfrentamiento, cayó abatido el líder de los presos, lo que propició la rendición de los otros dieciséis. En el momento en que se disponía su traslado, los uniformados dividieron a los evadidos en dos grupos: ocho fueron trasladados a Zapala; los otros, llevados a unos trescientos metros del rancho y ultimados con un balazo en la cabeza por el grupo de oficiales de la Policía de Neuquén, al mando del comisario inspector Adalberto Staub.
Los cuerpos fueron abandonados en el lugar, algunos semidesnudos, otros con las manos atadas y las ropas ajadas. Una de las víctimas presentaba marcas en sus rodillas, lo que indicaría que fue asesinado en esa posición, aunque en el parte oficial que presentaría más tarde Staub se habla de un nuevo intento de fuga por parte de las ocho víctimas.
El 6 de junio, siete días después de ser muertos, el subcomisario Castro -del destacamento de Aluminé- llegó al lugar, encontró los ocho cadáveres bajo la nieve conservados en prefecto estado y, con la ayuda de algunos lugareños, les dio sepultura en una fosa común.
La matanza fue denunciada por el periodista Abel Cháneton, director del diario Neuquén, quien luego murió en extrañas circunstancias, aunque todo hace presumir que fue asesinado por la Policía provincial.
El veranador Javier Dinamarca, hombre de carácter amable y de rostro curtido por el frío viento,  dice que nunca vio a “ningún doliente en la tumba”, aunque “de vez en cuando pasa algún turista a mirar”. El hombre, portador de 86 saludables años, que desde 1935 lleva a sus animales a pastar la zona, asegura que “nunca vio a nadie arreglar el sepulcro” y que cuando los huesos se asoman a causa del viento son los mismos veranadores quienes los cubren nuevamente.
Zainuco fue señalado como sitio histórico e incluso, tal vez, fue visitado por algún funcionario. Hoy se encuentra en el olvido absoluto. Pasaron noventa y cuatro años desde que las víctimas fueron abandonadas en el lugar por sus ejecutores; el resto está igual. El silencioso pehuén, arena, alguna piedra dispersa y la cruz de hierro perpendicular al horizonte son la única referencia de que allí yace alguien.

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