Son cuatro profesionales neuquinos que recorrieron la cuenca del río Barrancas en una aventura para revalorizar los paisajes y la riqueza cultural de su gente.
Con la ruta 53 casi nadie se mete. Y menos sin un vehículo 4x4. Por la hostilidad del terreno, hace más de diez años que ese camino provincial, que lame los relieves del norte más profundo de Neuquén, quedó abandonado a su suerte. Pero esta primavera, cuatro profesionales neuquinos decidieron recorrerlo en una travesía de ocho días en bicicleta, para fundirse con los lugareños avanzando a pura sangre: unos, a caballo, y otros, a fuerza del pie contra el pedal.
El deseo de viajar llegó a los cuatro neuquinos por diferentes caminos. Algunos encontraron su inspiración en las páginas de un libro, mientras estudiaban la carrera de Derecho, y otros alimentaron sus ansias de aventura por los relatos de otros viajeros intrépidos.
La ruta 53 era sólo transitada por motos enormes o cuatriciclos 4x4 que llegaban de lugares lejanos, pero ellos se negaban a recorrer su entrañable norte neuquino con esa indumentaria sofisticada que se asemeja a los trajes espaciales. Querían una aventura para conectar con la gente.
El abogado Emmanuel Guagliardo, el psicólogo Emiliano Bodart y su papá, el docente jubilado Roberto Bodart, de Chos Malal, se sumaron al sociólogo neuquino Emiliano Di Biase para emprender una travesía de ocho días persiguiendo la cuenca del río Barrancas, con el único fin de mezclarse con los crianceros y descubrir, sobre dos ruedas, el ADN más intrínseco de la provincia de Neuquén.
“Es el vértice norte de nuestra provincia, un camino que tiene mucho que ver con la historia premoderna de Neuquén”, explicó Guagliardo al recordar su aventura, que hicieron a principios del último diciembre. “Es un lugar que tiene mucha importancia por su contenido histórico que aporta a la construcción de la identidad neuquina”, detalló.
Una mezcla de curiosidad antropológica y un espíritu casi infantil por explorar lugares nuevos los motivó a poner la fecha de viaje con un año de anticipación. Sin obsesionarse, entrenaron a través de distintas travesías, que los llevaban en bici hasta Arroyito y otros puntos de la provincia. Con el objetivo de evitar contratiempos, Emiliano Bodart aportó su experiencia en ciclismo para planificar y diseñar la aventura de principio a fin.
La ruta 53 no los salvó de sus embates violentos. Durante ocho jornadas de calor intenso, pedalearon 50 kilómetros diarios sobre el ripio y la arenilla suelta, por terrenos pedregosos y por nieves eternas. Recorrieron trepadas exigentes, descensos vertiginosos y falsos llanos donde un amistoso viento de cola les servía como único refugio y los salvaba de los tábanos hambrientos.
Armados únicamente con la fuerza de sus piernas, rodaban por horas eternas en cuestas que parecían multiplicar su propio peso y esos 40 kilos que llevaban en las alforjas. Cada mañana, levantaban el campamento y ensillaban sus bicicletas, para pedalear hasta que el sol del mediodía los empezaba a lastimar. Buscaban sombra para resistir los 30 grados de temperatura y, cuando el sol bajaba, volvían a la ruta abandonada hasta el morir de la tarde.
Así, recorrieron unos 400 kilómetros en bici, desde Chos Malal hasta Los Cerrillos y de vuelta al punto inicial. Dos compañeros regresaron a la antigua capital provincial, mientras que otros dos decidieron terminar antes su travesía, en Pichi Neuquén, para retomar sus compromisos laborales. La camaradería y el alegre recuerdo de su viaje ya los motiva a planear nuevas travesías en grupo.
Emmanuel, que en su carrera había estudiado la regulación jurídica de la ganadería móvil, se apasionó con el contacto con los crianceros, que acarreaban sus piños hasta la veranada y les convidaban una palabra de aliento o incluso un suculento trozo de chivo asado para alimentar sus músculos exhaustos. “La bici se va mezclando con esos paisajes inigualables”, afirmó.
Sin explosiones de motores ni trajes extraños, su recorrido en bici imitaba el traslado de los habitantes históricos del alto neuquino, que desandan las huellas apenas marcadas del camino sobre el lomo de sus caballos. Ellos también ensillaban y desensillaban las alforjas de sus bicicletas, y también usaban la tracción a sangre, pero era la de sus propios músculos exigidos para avanzar por un terreno inhóspito.
A bordo, llevaban dos carpas, una parrillita portátil y unas ollas para cocinar. Comían sopas fortificadas en sobres y sales minerales para hidratarse cuando el calor y el esfuerzo físico les arrancaban el sudor de los poros. Las comidas más esperadas llegaban de manos de los crianceros, que les ofrecían pedazos de chivo, o incluso con la última cena, cuando compraron un chivito carnoso para festejar el fin del recorrido.
“No teníamos demasiado tiempo para bañarnos en los arroyos o descansar porque estábamos limitados con el tiempo, fue más una carrera de aventura que una travesía larga, de esas que llevan 20 días", dijo Guagliardo. A pesar del apuro del reloj, lograron mimetizarse con los paisajes y hasta marcar las primeras huellas de la temporada en la nieve espesa que cubría esa ruta olvidada al norte de Neuquén.
Hoy, con las piernas descansadas, Emmanuel recuerda con una sonrisa las trepadas monstruosas en la puerta del río Barrancas, el refugio austero del Huaile, donde durmieron una noche, o la despensa de Don Zúñiga, un almacén ubicado en el medio de la nada, donde hacen sus compras los paisanos mendocinos y chilenos, y donde él observaba con curiosidad ese intercambio cultural constante y desordenado que se produce entre Chile, Mendoza y Neuquén.
A pesar de la alta exigencia deportiva, los cuatro rescataron los paisajes privilegiados del norte y su riqueza cultural como el principal tesoro de su viaje, por lo que relatan sus andanzas a quien los quiera escuchar con el foco puesto en contagiar su amor por el norte más profundo de Neuquén. Y aunque reconocen que las condiciones climáticas hacen del mantenimiento una tarea imposible, se ilusionan con la posibilidad de que la ruta 53 se abra otra vez al tránsito.
Por su fuerte compromiso ambiental, Emmanuel se anima a soñar un futuro próspero para el Norte, con un desarrollo turístico que genere nuevos puestos de trabajo pero que no se olvide nunca de la importancia de conocer, querer y defender los valiosos recursos naturales de la zona que fortalecen su biodiversidad. Por eso, propone un turismo sustentable, un paso sutil por el terreno, donde el viajero pase casi desapercibido y se funda con los paisajes y su gente, como hicieron ellos con sus bicicletas.
Ese rincón casi olvidado del norte de Neuquén atesora una pieza clave en la identidad de la provincia, porque fue la cuna de un mestizaje entre los pueblos originarios y criollos que fundió una nueva piel. Es la piel que atesoran los crianceros, quienes siguen fieles a esos hábitos transhumantes que ya son un emblema para el mundo.
Emmanuel asegura que la ruta 53 fue inaugurada con la presencia del mismísimo Gregorio Álvarez, que buscaba surcar nuevos caminos para integrar los territorios más alejados de Neuquén y hacer valer ese ADN en cada rincón. En honor a esa gesta, estos cuatro neuquinos planearon una integración nueva. Y, por eso, salieron a andar en bicicleta.
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