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La Mañana

"La dictadura militar construyó un sujeto neoliberal que hizo posible el menemismo"

El sociólogo Daniel Fridman explica cómo funcionó la alianza entre militares y economistas para construir una nueva mentalidad de los ciudadanos como consumidores.

Por Paula Bistagnino

“Ese amor, ese descubrir la libertad económica a toda una generación joven de argentinos, algún día será más útil como arma política para no saltar al vacío, o enfrentar al dirigista de turno, que todos los estatutos y regulaciones que quiera imponer ahora, con el desgaste de 6 años, este proceso militar”. Con estas palabras, un editorial del diario Ámbito Financiero reivindicaba en 1982 el legado de la gestión de José Alfredo Martínez de Hoz como ministro de economía de la dictadura y su declarado objetivo de crear “una nueva mentalidad” en la sociedad argentina. “Mucho se ha hablado, investigado y analizado sobre el terrorismo de Estado y la imposición de un plan económico de la dictadura, pero se prestó poca atención a la acción planificada de los militares para crear un nuevo sujeto que se identifica como consumidor, ahorrista e inversor”, explica el sociólogo argentino e investigador visitante del Centro de estudios Sociales de la Economía de la Universidad Nacional de San Martín Daniel Fridman.
Doctor en Sociología por la Universidad de Columbia, Fridman es un especialista en sociología económica y cultural y ha publicado una larga investigación sobre la construcción de consumidores e inversores durante la última dictadura militar. “Es la gran paradoja de esa época, porque mientras se torturaba y secuestraba, se erigía toda una retórica de la libertad a través del consumo y de la construcción de un sujeto económico autónomo, individual y racional; el famoso homo economicus que tanto quieren los economistas liberales y el mercado”, dice el sociólogo, hasta el año pasado profesor en la Universidad de Victoria, Canadá y, a partir de agosto, de la Universidad de Texas-Austin.

¿Qué clase de sujeto es el homo economicus que la dictadura se propuso construir?
El homo economicus es el principal supuesto con el que trabajan los economistas. Pero no es una condición natural del hombre, sino que es una identidad que se construye; es un sujeto formateado para el buen funcionamiento del mercado que se caracteriza por el cálculo racional e individual. Esta nueva identidad económica que formaba parte del núcleo teórico de los economistas neoliberales o monetaristas del equipo de Martínez de Hoz no existía en la realidad de la sociedad argentina. Los economistas intentaron entonces construir un sujeto que se ajustara a su descripción teórica porque, de esta manera, los convertiría en más “legibles” y predecibles para ser gobernados.

¿Para qué sirve tener una sociedad predecible en su comportamiento económico?
Para gobernar. Mientras que actores organizados y politizados como la clase obrera distorsionaban los cálculos de los pronósticos económicos, la conducta de los consumidores atomizados era más fácil de utilizarse en esos pronósticos. La creación de un consumidor transparente al monetarismo contribuía a hacer más predecibles a los sujetos. Entonces, al mismo tiempo que se les enseñaba a los individuos las herramientas económicas básicas que hacía el mercado más legible para ellos, los sujetos se hacían más legibles para el gobierno. Es en este sentido es que la performatividad de la economía puede resultar esencial para el arte de gobernar. Esa era una preocupación de los economistas neoliberales en la Argentina, no sólo para hacer funcionar el mercado de un modo más cercano a la teoría, sino también para proveer orden a una sociedad que era vista por muchos como ingobernable. El homo economicus debía corregir las distorsiones que estaban conduciendo, según ellos, al país a la anarquía y la disolución; y podría traer orden y estabilidad a la vida política y económica de la Argentina, en ese momento muy conflictiva.

Usted plantea que el contexto político unió los intereses de los economistas liberales y los militares. ¿Cómo se dio esa alianza?
No fue natural porque hay muchas diferencias entre la visión de los militares y de los economistas, pero a pesar de las diferencias había un diagnóstico compartido de la situación: la crisis que llevó al golpe militar se originaba en distorsiones en la vida política y económica del país que había traído sobre todo el peronismo, con su intervensionismo estatal y su regulación de la economía. Estaban de acuerdo también en que sólo una corrección estructural drástica podía salvar al país del desorden anárquico en el que estaba. Además de las clásicas políticas de libre mercado, los economistas aportaron a los militares este modelo alternativo del sujeto, que presentaban como una garantía para corregir esas distorsiones y, por lo tanto, para traer estabilidad política y económica. Y eso encajó perfecto a una necesidad de los militares que, si bien tenían garantizada la desmantelación de la organización de la clase trabajadora a través de la represión cuidadosamente planeada, no tenían una alternativa duradera a la identidad peronista. Ahí es donde se da la alianza: los economistas le dieron una traducción atractiva a la necesidad militar en políticas neoliberales. El modelo del homo economicus podía desmantelar los ideales de ciudadanía social, del sujeto colectivo y de la movilización masiva y organizada que caracterizaban al peronismo. Es curioso como la idea de gobernar a la distancia de los economistas, en su naturaleza muy lejana a una dictadura militar, llegó a aparecer como un proyecto de orden y estabilidad duradero en el largo plazo. Lograron traducir la necesidad militar de orden en políticas neoliberales.

¿Cómo se construyó ese sujeto?
El Gobierno se valió de dos políticas para la construcción de lo que yo llamo homo economicus: la política hacia los consumidores entre 1978 y 1981 y la reforma financiera de 1977. En cuanto a los consumidores, el Ministerio de Economía lanzó una campaña masiva en los medios llamada “Un cambio de mentalidad”, que incluía publicidades en radio y televisión, cortometrajes exhibidos en cines, avisos en los diarios, etc. Es muy interesante ver el boletín de Orientación para el Consumidor (OPEC) que se editó en forma continua desde diciembre de 1978 hasta marzo de 1981. Se llegaron a publicar 35 números y la tirada alcanzó los 350 mil ejemplares. El boletín incluía recomendaciones y estrategias para la compra de diversos bienes, guías nutricionales, encuestas de precios, así como artículos sobre ética comercial. Había también artículos sobre economía básica y la importancia de manejar los principios del cálculo económico. Y tenía, además, notas sobre el papel de los consumidores en la sociedad moderna y la importancia de la elección y la libertad. El boletín alentaba a los lectores a que defendieran sus derechos como consumidores, a que compararan precios y a que presionaran a los comerciantes locales para que se ajustaran a estándares éticos. Algunos de los efectos de estas campañas se vieron rápidamente: las primeras asociaciones de consumidores que tuvo el país -varias de las cuales continúan activas en la actualidad- nacieron en el contexto de estas políticas y valiéndose del discurso que éstas difundían.

¿Esto se replicaba en los medios?
Sí. Por ejemplo, un editorial de La Nación, publicado más tarde en el boletín del consumidor, desarrollaba el mismo argumento: que la intervención estatal engendró la noción distorsionada de que el Estado mismo debía defender a los consumidores. O en Ámbito Financiero, que nació en esos años, tenía artículos “pedagógicos” para educar a las personas como inversores y ahorristas. Pero además, también se llevó a las escuelas: mientras el boletín insistía en que los lectores enseñaran a sus hijos a ser consumidores, el Ministerio de Economía se asoció con el de Educación a comienzos de 1980 para incluir temas de educación al consumidor en las materias escolares, incluyendo instrucción económica básica.

Mirado desde hoy, ¿cree que se logró ese cambio de mentalidad?
Es difícil hablar de éxito o fracaso sin una investigación específica. Si se la evalúa según los objetivos declarados de Martínez de Hoz al comenzar su gestión, podría decirse que su administración fracasó: la inflación, la deuda externa, la desindustrialización y una mayor concentración del capital en grupos cercanos al Estado fue la herencia económica que dejó la dictadura. Sin embargo, varios analistas sostienen que la dictadura tuvo éxito en transformar la economía de manera tal que volver atrás fuera imposible. Es decir, que si bien fracasaron los objetivos declarados en cuanto al crecimiento del país y la estabilidad, consiguió el fin latente de alterar de forma irreversible la conflictiva estructura social anterior. Incluso la lectura del propio  ministro de economía es ambigua sobre el éxito o fracaso del cambio de mentalidad: Martínez de Hoz decía que su política financiera no había podido desplegarse del todo por la falta de adaptación de los actores económicos al nuevo escenario que se proponía y que el hábito de los argentinos de esperar todo del Estado chocaba y obstaculizaba sus planes; pero al mismo tiempo consideraba que a pesar de que su programa falló en parte, los argentinos habían empezado a pensar de una manera diferente y superior. Lo dijo cuando, diez años después, Carlos Menem presentó un programa neoliberal mucho más agresivo que fue aceptado por la sociedad. Decía entonces que el cambio de mentalidad que el se había propuesto era el que permitía el consenso para las nuevas reformas políticas y económicas del menemismo. Y en parte coincido: si bien no se puede establecer una causalidad directa porque hubo muchos otros procesos políticos, sociales y económicos en la década que transcurrió entre un gobierno y el otro, creo que en la dictadura se sentaron las bases que después hicieron posible o permitieron el neoliberalismo salvaje en la década del ’90.

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