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La historia de un héroe republicano en Neuquén

Valeriano Marquina luchó contra Franco en la Guerra Civil Española y tuvo entre sus soldados al poeta Miguel Hernández.

Por Pablo Montanaro - [email protected]

“¿Usted es el diputado Osvaldo Pellín? Creo que hay que hacer algo por el poeta Miguel Hernández, que es el poeta de la juventud, y como Neuquén es una ciudad de jóvenes, hay que encontrar en el poeta una emulación de lo que es la vida, el arte y la lucha por la liberación de los pueblos”. Palabras más, palabras menos, así fue como se presentó Valeriano Basilio Marquina una tarde a comienzos de los 90 en la casa que el médico y diputado del MPN tenía en la calle Intendente Carro de esta ciudad.

Hasta allí había llegado este militar de carrera que había luchado en las filas republicanas contra Franco en la Guerra Civil Española, que en la trinchera conoció al poeta Miguel Hernández, con quien entabló una profunda amistad y fue admirador de su obra, y que en 1970 se radicó en la ciudad de Neuquén, donde no cesó en difundir la vida y la obra de uno de los más auténticos poetas españoles del siglo XX condenado por el franquismo.

A más de treinta años de aquel sorpresivo encuentro, Pellín recuerda a ese “vasquísimo y españolísimo” hombre que en Neuquén se dedicaba a obras de albañilería y sanitarios pero que tenía un pasado riquísimo porque había peleado por la República en la Guerra Civil Española entre 1936 y 1939. “Al ser derrotada, la República huyó de España como pudo y llegó después de algunos periplos a la Argentina, más precisamente a Neuquén”, precisa.

Después de la guerra, Marquina estuvo en un campo de concentración en Alicante, luego se marchó a Francia y de allí pasó a México, donde fue instructor del ejército, antes de establecerse en Neuquén, donde vivió con su esposa, “pura criolla argentina, cordobesa, serrana”, en la calle Araucaria al 1400. En una de las paredes de su casa colgó un retrato suyo con el uniforme de comandante del ejército militar republicano.

Llegó a Neuquén en 1970 y estuvo en la inauguración del monumento a Hernández en la Plaza de los Artistas.

Había nacido en Galdames, Vizcaya, el 28 de febrero de 1911. Fue miembro del Partido Comunista de España y se formó en la Escuela Superior de Guerra. Soñaba con estudiar ingeniería industrial, pero cuando iniciaba la Guerra Civil se convirtió en comandante en jefe de las tropas leales al gobierno de derecho que tomaron Teruel. Precisamente, la batalla de Teruel fue un episodio decisivo cuando el Ejército Popular de la República cercó la ciudad, mantuvo sus posiciones del resto del territorio sublevado y los franquistas se vieron incapaces de reconquistarla.

Un día llegó a mi casa y me dijo que había que hacer algo en Neuquén para difundir la obra de Miguel Hernández

En los encuentros que mantuvo con Pellín, Marquina se refería a algunos de esos momentos vividos. “Me contó que en una de las batallas en las que tomó prisioneros le tocó detener al jefe de los derechistas. Él decía que lo había respetado ‘hasta el último pelo, lo respeté totalmente, lo traté como un señor oficial’. Siempre destacaba la caballerosidad. Decía que a los prisioneros y civiles ‘les traté como íntimos amigos, porque españoles divididos somos españoles hundidos’”.

Aunque ningún día se acostaba “sin haber manejado una máquina”, también escribió libros aunque aclaraba: “Como escritor no me considero ni aprendiz de zapatero”. Uno de esos libros publicados en los años 60 lo tituló Los problemas fundamentales de la España contemporánea. También editó Monólogos con el eco. La decisiva hora cero de 800 millones, una publicación en la que incluyó una foto en la que se lo ve junto al doctor Gregorio Álvarez y el obispo Jaime de Nevares. “No tenía nada de vinculación con el sapaguismo. A mí una vez me dijo: ‘Mire, doctor, usted ha estado en el horno y no se ha quemado, por eso vengo a hablar con usted’. Acaso se refería a alguna administración del partido provincial non sancta”.

La historia de un héroe republicano en Neuquén

Pellín destaca la generosidad de Marquina al recordar que “su casa era enorme y tenía varias habitaciones que eran ocupadas por jóvenes que le ayudaban en los trabajos que hacía”. Este cronista pudo conocer la tarjeta personal del español en el que no sólo describía sus cargos que tuvo como militar sino también que era profesor de matemática, técnico en instalaciones mecánicas urbanas, maestro mayor de obras, escritor y editor.

Pero lo que más le impulsaba a este español exiliado en Neuquén era que se conociera la vida y obra de su amigo y poeta Miguel Hernández. En las reuniones repetía una y otra vez cómo lo había conocido de casualidad en las trincheras. “Soy su último amigo íntimo que queda con vida”, se presentaba, y a partir de ahí comenzaba el relato. “En la defensa de las aguas de Madrid se improvisó una columna de voluntarios. Yo ordené que a los cavadores de trincheras se les diesen fusiles y se los haga soldados. Y entre ellos estaba Miguel. Yo no sabía quién era”.

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Terminados los combates, se acercó el reconocido poeta Rafael Alberti, quien buscaba a Hernández. Pellín reproduce el diálogo entre Alberti y Marquina en el campo de batalla, según el relato de este:

-¿Dónde está Miguel? No me digas que lo tienes tú acá.

-No sé quién es Miguel, de quién me hablas…

-Del poeta más grande de España, del joven que más se proyecta en el universo de la poesía. Y tú lo estás exponiendo a que lo maten.

“Menos bonito, me llamó de todo por haber puesto en peligro la vida de ese monumental poeta que hasta ese momento yo no sabía que existía. Aquella fue la única vez que Miguel, obligadamente, tuvo un arma en sus manos”, terminaba contando.

Desde ese momento, la relación quedó sellada hasta el 28 de marzo de 1942, cuando el poeta muere por tuberculosis en una cárcel de Alicante a la que llegó tras ser detenido en la frontera con Portugal y condenado a una pena de 30 años.

Son innumerables los recuerdos que transmitía sobre su relación con Hernández, como aquellos paseos y conversaciones cuando por las tardes no había combates, o la vez que cayó herido y fue evacuado a Alicante, y uno de los que lo asistieron fue Hernández, quien con otros tres soldados lo llevaron a Alcalá de Henares, “donde desde la cama dirigía la organización e instrucción de los nuevos soldados. Miguel me auxiliaba en esas actividades”.

El día que Marquina se acercó a la casa de Pellín fue el comienzo de una amistad y también de proyectar actividades para homenajear al genial poeta. Así fue que entre el 28 de noviembre y el 2 de diciembre de 1995, los miembros de la Fundación Confluencia, que integraban entre otros Pellín, Miguel Irigoyen, Jorge Grin, organizaron una semana de homenaje a Hernández que incluyó charlas, muestra de fotos, lectura de poemas y obras de teatro en diversos lugares como el palacio municipal y el Aula Magna de la Universidad Nacional. También se inauguró el monumento a Hernández, obra del escultor Atilio Morosin, emplazada en la Plaza de los Artistas ubicada en Islas Malvinas e Illia.

Pellín afirma que “a Marquina le gustaba mucho Neuquén, sobre todo el panorama humano y la juventud, a la que quería motivar para sacarla de la banalidad y tomarlo a Hernández como un perfil a imitar”. Citaba a su amigo poeta que decía “que la juventud siempre empuja, la juventud siempre vence”.

Seguramente fueron muchas las veces que Marquina pasó por esa plaza solo para contemplar la imagen de su amigo y continuar imaginariamente esas conversaciones a las que se sumergían cuando el silencio les ganaba a las balas.

Le gustaba mucho Neuquén, sobre todo el panorama humano y la juventud, a la que quería sacar de la banalidad
El testimonio de Marquina sobre su relación con el poeta español.

--> “Venga cuando quiera, pero venga con Miguel”

“Callaos, callaos, que va a leer a Miguel Hernández”, ordenaba Valeriano Basilio Marquina a quienes rodeaban la cama de la sala del hospital Castro Rendón donde estaba internado.

Quien iba a leer esos textos era Susana Rodríguez, una antropóloga y profesora de Historia en la Universidad Nacional del Comahue que lo conocía de las fiestas que se realizaban en la Asociación Española de Neuquén.

“Habrá sido en 1997 cuando me enteré de que Valeriano se encontraba muy enfermo, averigüé dónde estaba internado y me fui a visitarlo al hospital con un librito que era una antología de poemas de Miguel Hernández que años antes había publicado el diario Página 12”, relata Rodríguez a LM Neuquén.

Cuenta que Marquina no quería comer la comida que le ofrecían en el hospital. “Una mujer que estaba con él intentaba convencerlo, pero se negaba. Estaba acostado como medio muerto... Entonces, se me ocurrió decirle si quería que le leyera algunos poemas de Miguel Hernández, y de inmediato se incorporó en la cama y les dijo a los familiares que estaban con el paciente que compartía la sala que hicieran silencio. Creo que le leí ‘Elegía’ y ‘Viento del pueblo’, y otros poemas. Mientras leía, aceptó un poco de puré”, explica. Agrega que después, al despedirse, Marquina le dijo: “Venga cuando usted quiera, señora; pero venga con Miguel”.

Rodríguez comenta que Valeriano Marquina, quien murió el 17 de abril de 1997 a los 86 años, era un hombre “muy generoso, un vasco muy generoso que en todas las fiestas y celebraciones que se hacían en la Asociación Española invitaba a las personas que vivían en las habitaciones que él tenía en su casa”.

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