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La misma vocación hacia la Iglesia y el matrimonio

Casados y con hijos, dos diáconos neuquinos cuentan su historia.

POR PABLO MONTANARO - [email protected]

“En Mar del Plata recibí la primera comunión, no le daba ni cinco de bolilla a la Iglesia, estaba muy lejos de ser cura algún día ni nada por el estilo”, cuenta a LM Neuquén el diácono Marcelo Reynoso, de 55 años, viudo y padre de dos hijos, Guillermo y Leandro. A mediados de noviembre, Reynoso fue ordenado diácono camino al sacerdocio por el obispo de Neuquén, Fernando Croxatto.

Actualmente, la diócesis de Neuquén cuenta con 20 diáconos permanentes, un ministerio que se concede únicamente a los varones casados. De esos 20 diáconos permanentes, dos son célibes, es decir, personas solteras y que ya cumplieron más de 25 años de ordenado. En la actualidad, unas ocho personas se encuentran realizando la formación para ser diáconos y en un año más podrían recibir la ordenación.

Hace siete años Reynoso se despidió de su esposa, Alejandra, quien murió víctima de un cáncer. Estuvieron casados 25 años. “Al fallecer mi mujer, sentí un llamado muy fuerte para hacer el camino del sacerdocio. Ha sido un camino de discernimiento, un camino que Dios quería en la vocación del matrimonio. Esa vocación y ese amor que sentía por el matrimonio y por Alejandra ahora se vuelcan a Jesús”, explica Reynoso en los jardines del Obispado.

Recuerda que cuando se casó con Alejandra en 1987 “fue un encuentro con Dios muy grande, especialmente porque conocí al obispo Jaime de Nevares, una referencia del sacerdocio, un sacerdote más del pueblo. En ese momento pensé que iba a ser Papa, pero luego no hice absolutamente nada”. Su mujer siguió siendo catequista hasta que en 2008 empezó a trabajar en una capilla. “Comencé a tener una fuerte presencia y ahí se inicia mi conversión antes de la muerte de mi mujer”, dice.

Nacido hace 74 años en Plaza Huincul, Hugo Pérez fue ordenado diácono permanente en abril de 2004 por el entonces obispo Marcelo Melani. En 1969 se casó con Blanca Odola, con quien tuvo tres hijos. “Estoy en la Iglesia desde mi nacimiento, porque mis padres me bautizaron a los 8 días de nacer y además porque vivíamos a dos cuadras de la Parroquia San Juan Bosco”, describe con una sonrisa.

Revela que el “llamado” para convertirse en diácono permanente se produjo hace 25 años. “Es todo un proceso, tiene cierta inquietud, pero es necesario discernir si es la voz de Dios que a uno lo está llamando y entender bien qué significa eso”, explica el hombre.

"Mi amor pasó de Alejandra, mi mujer que murió, a Jesús", dijo Reynoso.

Pérez es actualmente formador de diáconos y al mismo tiempo sirve en las parroquias Nuestra Señora del Valle, Nuestra Señora de Fátima y San Francisco de Asís. Precisa que el diácono es “un servidor de Dios en el pueblo de Dios, tiene que ser el promotor del servicio de la Iglesia. Diaconía significa servicio”.

Con relación a la tarea de ser diácono y al mismo tiempo contar con una familia, Pérez explica que cuando lo ordenaron ya estaba casado y tenía hijos. “Actualmente soy padre, abuelo y diácono permanente, en ese orden”, aclara. “La prioridad es la familia, siempre. Dios no va a venir a deshacer nada de lo que ya empezó a construir porque el matrimonio para la Iglesia, para el cristiano, también es una vocación, es un llamado de Dios a constituir una familia. Y dentro de esa situación, uno sintió que lo llama para dar ese otro paso que es el servicio en el diaconado permanente”, comenta.

La misma vocación hacia la Iglesia y el matrimonio

Los diáconos tienen prohibido realizar confesiones pero pueden casar, bautizar, guiar grupos de reflexión y preparar a los creyentes para recibir los sacramentos.

En la Edad Media habían sido suprimidos y sólo quedó el diaconado como el paso previo al sacerdocio. Los diáconos permanentes encontraron un respaldo formal en el Concilio Vaticano II, desarrollado entre 1962 y 1965, donde por decisión del Papa, con el apoyo del resto de las autoridades eclesiásticas del mundo, se retomó una práctica que había quedado fuera de uso desde los tiempos de Jesús. Eso suscitó que una creciente cantidad de laicos casados comprometidos con las parroquias optaran por ese ministerio.

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El Código de Derecho Canónico establece que si los diáconos son célibes, deberán permanecer célibes, y si son casados, permanecerán como tales. Si enviudan, no pueden volver a contraer matrimonio.

“Uno que ha vivido 30 años de matrimonio y ha vivido en la fidelidad, ese amor que Dios nos ha regalado en el matrimonio y en esa fidelidad sigue estando hoy. Mi amor pasó de Alejandra a Jesús, y en esa misma fidelidad no hay búsqueda de otras cosas”, comenta Reynoso, padre de Guillermo (30 años) y Leandro (27 años), designado a servir en la parroquia Nuestra Señora de Lourdes de esta ciudad.

Reynoso comenzó su discernimiento en el seminario catequístico Juan Pablo II de la diócesis de Neuquén y continuó sus estudios en el Centro de Estudios Filosóficos y Teológicos de Córdoba.

Respecto de sus hijos, Reynoso señala que cuando les comentó que quería ser sacerdote ambos lo apoyaron. “Te vamos a acompañar en lo que quieras, siempre”, cuenta que le expresaron.

Reynoso se refiere a la entrega que implica tener una familia y servir a la Iglesia. “Dios sabe lo que vamos a hacer desde el principio de nuestra vida. Estoy convencido de que el camino que quería Dios para mí era este. Jamás me plantearía mi vida para atrás, decir ‘si no me hubiese casado’. Dios me ha regalado una mujer hermosa, dos hijos y me ha regalado el matrimonio”.

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