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Las últimas horas y un cóctel de pastillas, así comenzó la gira eterna de Elvis Presley

Hace 44 años, el Rey del rock and roll partió. Lo encontraron tirado en su lujoso baño. Conocé cómo fueron sus últimas horas de vida.

El 16 de agosto de 1977, Elvis Presley tenía previsto iniciar un nuevo tour por los Estados Unidos. No importaba que se lo veía fatigado, en mal estado físico, con evidentes problemas de salud que lo estaban acosando. No importaba tampoco que tomaba unas pastillas para “activarse” y otras para “desactivarse”. Menos aún que estas últimas no siempre provocaban el efecto deseado, o sea dormir y descansar. Aquel tour nunca llegó a comenzar. Ese 16 de agosto, que se había iniciado con una madrugada agitada como tantas otras, lo sorprendió horas más tarde descomponiéndose en su lujoso baño: una enorme habitación con TV, teléfono, sillones, una ducha circular de tres metros de diámetro con una silla en el centro y -por supuesto- un confortable inodoro de color negro, ubicada en el primer piso de Graceland, su mansión en Memphis. Ahí, caído en el suelo, boca abajo y con los pantalones bajos, lo encontró a las dos de la tarde su joven novia, 22 años menor, Ginger Alden. Un rato antes, imposible de precisar cuánto, lo había encontrado la muerte.

Elvis murió a los 42 años dejando una última imagen pública, la del concierto en Indianápolis del 26 de junio anterior, tiernamente desagradable. En aquella noche, su semblante cansado, los gotones de sudor que le recorrían la cara regordeta que lejos estaba del rey que había conquistado el mundo, la sensación de falta de aire y potencia en su enorme voz, fueron un síntoma que nadie vio o quiso ver; o sí, pero sin poder hacerle frente a Su Majestad y ponerle un freno.

Vivía en un caos diario de desórdenes alimenticios y trastornos de sueño, además de su dependencia a todo tipo de pastillas y al alcohol. Para Elvis, de quien su entorno aseguró que en sus últimos años comía compulsivamente y en abundantes cantidades, todo lo presuntamente anormal, era habitual. Con el paso de los años, claro, aquel concierto final, auténtico “last dance” de imagen cuasi decadente, se transformó en la despedida del ídolo, en la transición al mito, y su visible esfuerzo por cantar le dio ternura y la suavizó. Fue una noche en cuyo repertorio repasó varios de sus clásicos y hasta se tomó un momento para agradecer a los que lo habían ayudado a lo largo de su trayectoria desde aquellos iniciáticos años 50, incluyendo un saludo final al público con un “nos volveremos a ver, que Dios los bendiga: muchas gracias, adiós”. Interpretarlo como una despedida del escenario y de la vida misma fue cuestión de tiempo.

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Elvis junto a su pareja, Ginger Alden, y la hija de ambos.

Elvis junto a su pareja, Ginger Alden, y la hija de ambos.

Los últimos años de Elvis no habían sido de los más felices en su intimidad. Divorciado en 1973 de quien fuera su única esposa, Priscilla, y con quien tuvo a su hija Lisa, el hombre que cautivó al mundo en los años 50 y 60 con su carisma, su voz y sus movimientos pélvicos en el escenario, que en aquellos tiempos resultaron toda una transgresión cultural y que llevaron al ala conservadora de la sociedad norteamericana a pedir que se rompieran sus discos, estaba triste. Aquellos años felices se habían consumido y la etapa final de su vida, post divorcio, fue sumamente depresiva, según reveló Letetia Henley Kirk, conocida como Tish, quien lo asistió como enfermera personal entre 1972 y 1977 y definió a Elvis como un hombre “que temía envejecer sin una mujer a la que amar”.

Cuando Ginger Alden se despertó pasado el mediodía del 16 de agosto y comprobó que nada se sabía de Elvis, creyó que su novio finalmente se había quedado dormido en el baño, adonde le había dicho que iría “a leer” cuando empezaba a amanecer y él todavía no se había podido dormir. La joven modelo lo encontró rodeado de un charco de vómito y sangre, y no pudo hacer mucho más que llamar a Al Strada, uno de los guardaespaldas del artista, que estaba en la planta baja. Pero revivirlo fue imposible. Igualmente, lo trasladaron al Hospital Memorial Baptista, ya con la compañía y supervisión del médico personal de Presley: George Nichopoulos, también conocido como “doctor Nick”, quien había arribado a Graceland unos minutos antes, convocado de urgencia por el entorno de Elvis. En medio de una crisis de nervios por la muerte irreversible, el médico no alcanzó a frenar su auto y chocó contra las rejas de la mansión.

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Elvis junto con George Nichopoulos.

Elvis junto con George Nichopoulos.

El doctor Nick tenía motivos para estar nervioso, más allá del shock que significaba para todo el mundo semejante noticia, había muerto Elvis. Hacía una década que controlaba la salud de la estrella del rock y ese llamado en la tarde del 16 de agosto en realidad no había sido el primero del día que recibía desde Graceland, porque 12 horas antes, a eso de las dos de la madrugada, el sonido del teléfono lo había despertado y la voz del otro lado no era de alguien del entorno sino del mismísimo Elvis, quien le pidió calmantes para dormir. En la noche anterior, el músico había ido a ver al odontólogo, en una consulta que tuvo lugar a las 23. Sí, definitivamente los horarios de El Rey estaban trastocados como también el del mundo que lo rodeaba. En esa cita, el dentista Lester Hofman le hizo una limpieza y le arregló un par de caries, para que la boca no sea un problema en la gira que comenzaría al día siguiente. Pero el tratamiento odontológico había dejado un poco molesto al cantante y de ahí el pedido urgente de pastillas al doctor Nick.

Uno de los asistentes fue a la casa del médico y se llevó de vuelta varias recetas que, al cabo de unas horas, se transformaron en unas bolsas llenas de drogas que le permitirían al artista conciliar el sueño y descansar. Antes, alrededor de las 4 de la mañana, despertó a un par de sus amigos que vivían en la mansión (eran del grupo de acompañantes del Rey que se hacía llamar “La mafia de Memphis”) para jugar al frontón con raquetas y pelotas de tenis. Al regreso, comenzaron a suministrarle los medicamentos. Las primeras tandas no hicieron efecto y recién después de darle la última, cerca de las 8, fue cuando Elvis le dijo a su novia que se iría al baño a leer.

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Elvis y su última novia.

Elvis y su última novia.

La muerte del músico abrió una investigación que nunca pudo llegar a una conclusión definitiva. De hecho, al día de hoy, su muerte continúa siendo un misterio. Pero tenía lógica el ataque de pánico del doctor Nick cuando estrelló su Mercedes-Benz contra el frente de Graceland: era considerado un potencial responsable por la muerte del rey del rock and roll. De hecho, un Tribunal le abrió una causa en 1979 ante las sospechas de “sobreprescripción”, que no es otra cosa que el abuso de las recetas con drogas que solo se pueden conseguir a través de una firma médica.

La investigación determinó que George Nichopoulos había hecho órdenes por más de 10 mil dosis de diversos medicamentos, todos a nombre de Elvis Presley, sólo en el último año de su vida. El doctor Nick argumentó que las drogas que ordenaba para el músico (entre las que había opiáceos, anfetaminas, barbitúricos, tranquilizantes, hormonas, laxantes, entre otras) eran consumidas también por el resto del entorno de Presley. Y se defendió diciendo que si él no le daba las drogas a Elvis, el músico las iría a buscar a la calle, y eso podría haber sido peor aún.

El Tribunal le retiró la licencia de médico durante tres meses pero finalmente lo absolvió aunque años después, en 1995 y tras una investigación mucho más detallada de la Junta de Examinadores Médicos de Tennessee, se la quitaron de por vida.

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Elvis junto a George Nichopoulos.

Elvis junto a George Nichopoulos.

George Nichopoulos, nacido en Alabama, había sido convocado para curar a Elvis en 1967 de unas llagas que le habían salido en las nalgas producto de su afición por andar a caballo y necesitaba resolver esa dolencia porque pronto debería filmar en Hollywood. La eficacia curativa del médico generó que el músico lo recomendara para que también atendiera a su abuela paterna (Minnie Mae Hood) y desde entonces se convirtió en su amigo, médico de cabecera y sostén físico de la cargada e intensa agenda del artista. Murió a los 88 años, en 2016, mucho tiempo después que su famoso paciente, quien desde el 16 de agosto de 1977, hace 44 años, empezó un tour eterno que lo convirtió en una de las leyendas más importantes de la historia de la música contemporánea. El que desde su adolescencia se había sentido atraído por el jazz y el blues, y en sus primeros trabajos la crítica lo consideró como “un blanco que canta como un negro”.

El muchacho que, con su carisma desbordante, causó un furor imposible de frenar por el mundo adulto que lo intentó hasta pidiéndole a la TV que no enfocara sus movimientos de pelvis y solo hiciera planos de la cintura para arriba y que no sea vieran “esos movimientos obscenos, amorales y de mal gusto”. Pero el fenómeno Elvis ya había nacido. La mecha se encendió para siempre y ni su triste muerte logró quitarle el trono a El Rey.

--> Fragmento del último show

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