Hace tres años decidió abrir su local en su pueblo natal, Andacollo.
Por Sofía Sandoval - [email protected]
Antes de convertirse en el primer tatuador del norte neuquino, Leo Gagliardi fue estudiante de Administración de Empresas, viajero y empleado de comercio. Pero más atrás en el tiempo, y en su Andacollo natal, fue un adolescente de 14 años que se fascinó al ver un anciano tatuado en una publicidad y entendió que quería llegar a viejo con sus vivencias grabadas en la piel.
Solicitó con mucha insistencia que su mamá le firmara una autorización y viajó 600 kilómetros hasta Neuquén para marcarse la piel con un diseño cualquiera. El dibujo no le importaba demasiado, sólo quería tener un tatuaje, oír el sonido de las máquinas y rodearse de los artistas que trabajan en ese local llamado Cucaracha.
Con la llegada de su juventud, Leo abandonó su pueblo para estudiar una carrera universitaria que estaba muy alejada del ámbito artístico. Sin embargo, formó una banda y la música terminó por unirlo otra vez al mundo del tattoo. “Tocaba con Nicolás Núñez, que me abrió la cabeza de que uno puede trabajar de lo que uno quiere”, dice Leo.
Así, destinaba todo el dinero que ganaba como empleado de comercio para capacitarse como tatuador, y pasaba las noches practicando diseños y técnicas del tatuaje, hasta que decidió renunciar a su empleo formal y dedicarse de lleno a lo que le apasionaba. “Antes odiaba los lunes y ahora trabajo de 9 a 21 y hay veces en que no quiero cerrar”, señala.
La carrera de Leo se inició hace siete años en un marcado camino ascendente. Su deseo de aprender lo llevó a viajar a Buenos Aires, Rosario, Chile y hasta Estados Unidos para capacitarse y participar de convenciones de tatuajes. Aunque su arte fue reconocido con muchos premios y le ofrecieron trabajar en distintos espacios, decidió regresar a su pueblo natal para abrir el primer local de la región.
“Antes, la gente viajaba 600 kilómetros hasta Neuquén capital para tatuarse; ahora recibo gente de acá, de Huinganco, Las Ovejas, Chos Malal y Buta Ranquil”, detalla Leo, que tuvo que capacitar a un amigo del pueblo como tatuador porque sus manos no eran suficientes ante tanta demanda.
Si bien se especializa en el tatuaje tradicional americano, los vecinos del norte no prefieren tanto las anclas y águilas típicas y suelen pedirle otros diseños que marcan las vivencias propias del entorno. Así, llegó a tatuar araucarias, flores y hasta las pinturas rupestres de la laguna de Epulafquen.
Aclara que muchos se hacen el primer tatuaje y regresan al local con propuestas más ambiciosas y de estilos nuevos. Vivir en una comunidad pequeña donde todos los vecinos se conocen es una ventaja para el artista, que logra interpretar los deseos de sus clientes y plasmarlos en la piel.
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