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Los argentinos y el vino: un romance que se celebra el 24 de noviembre

El vino argentino tiene su día para celebrar el trabajo de la industria vitivinícola nacional, que día a día tiene más peso en el mundo.

El vino está en el ADN de los argentinos junto con el dulce de leche, el mate y el asado. Basta con poner la mirada en la vida cotidiana para descubrir desde manchas de vino en las mesas de los quinchos a botellas (llenas o vacías) que marcan hitos en la vida de las personas: bautismos, casamientos, despedidas y encuentros. Eso, para no mencionar los asados con tinto y los fines de año con burbujas. Para felicidad de todos, el vino ha dejado una estela en el corazón de los argentinos.

Por eso, allá por 2013, se declaró por ley 26.870 el 24 de noviembre el día del Vino Argentino en el marco del plan estratégico vitivinícola 2020, porque todo romance merece un aniversario, tanto para los más de 100 mil personas que viven cotidianamente del vino, como los millones que lo beben de forma cotidiana. A continuación repasamos algunos momentos claves para este romance.

La antorcha generacional

Nadie arranca sólo en el vino. Siempre hay alguien que abre la puerta del sabor. Y en casi todos los casos –esto está chequeado con estudios y estadísticas de consumo– son los padres o los abuelos quienes introducen a sus hijos y nietos en el hábito del vino. Razones hay infinidad. Pero la más importante es, como bien sostiene la antropología, que en la mesa se construye el corazón de la sociabilidad, sea que la llamemos familia o como sea políticamente correcto llamarle en cada época. Y ahí, como un hito que vincula generaciones, hay una bebida que se aprende. Por eso la mayoría de los argentinos tenemos un recuerdo y un vínculo emotivo asociado al vino. Como quien pasa una antorcha, se pasan botellas entre generaciones y experiencias.

El asado

De todas las comidas la que describe a fondo la idiosincrasia del argentino y su relación con el vino es el asado. Cuando se enciende el fuego se asiste a una liturgia milenaria: ahí también está el vino en ese corro de humanos expectantes del candor universal de la llama y su misterio. Y también está felizmente junto a las costillas arqueadas, al vacío que llena y a la entraña de sabor sanguíneo que se empujan con un buen tinto. Como todo lo que es de grado, “buen” describe muchas cosas. Lo que no varía es el tinto. Que se sostienen en pie sobre la mesa mientras todos se ladean y retrepan en las sillas y se preparan para esa otra liturgia tan antigua como apasionante: el arte de conversar mientras se digiere en la larga sobremesa que reclama el asado y a la que tan afectos somos los argentinos.

El paréntesis de la sobremesa

El café suele poner un negro punto final al paréntesis entre la comida y la despedida que mantuvo abierto, de a sorbos para algunospara otros de tragos generosos, el vino. No importa si fue al mediodía o a la cena, hasta que no llega el café es el reino del vino que, como un noble combustible, sostiene viva la conversación, sea que verse sobre el Papa, Cristina, Macri, Maradona o Messi. Porque si hay algo para lo que el vino es bueno es para mantener unidos a quienes disienten en todo, como nos sucede a los argentinos a la hora de las conversaciones. Para ese tipo de conversaciones acaloradas, el vino es un sano apaciguador del espíritu. Pero si se trata de festejar…

El Brindis

No hay un festejo que no arranque con el descorche de una botella. Para algunos será un espumoso y para otros un vino tranquilo. Lo que está claro es que pocas cosas hay menos prometedoras que un brindis abstemio. Pensemos: qué sería de un asenso en el trabajo, qué de un bautismo y qué de una victoria en la cancha, si no se pudiera luego ponerle un broche de oro en la copa. Al fin y al cabo, en la histórica capacidad humana para salpimentar a gusto los éxitos (y pasteurizar los fracasos) no podía faltar el condimento mayor, el que hace que las comidas y las emociones tengan gusto, y el que, como los grandes triunfos, también se brinda en copas. Insípido un momento en la vida sin un vino que lo celebre.

El regalo perfecto

Portador de todo este afecto, genio de la botella y obrador de milagros, antorcha en la maratón de la vida, el vino es al final un buen compañero, del tipo que se le desea a los demás tener. Puede parecer banal, pero lejos de eso. Desearle a otro una porción de lo que nos gusta es un gesto enorme y generoso. Por eso, cada vez que hay que hacer un regalo que prestigie a quien lo da y a quien lo recibe, la botella de vino resulta universal. Le sienta bien al médico, al abogado y al contador, pero también a los suegros, las parejas y la e exparejas, a los jefes y a os subordinados, a los amigos que más se quiere y a esos que se quiere resolver a las apuradas, justo antes de golpear la puerta. Es que con el vino las manos nunca están vacías. Y nunca se está solo.

Día Nacional del Vino

En nuestro país se beben 18,7 litros de vino per cápita, se cultivan 220 mil hectáreas de viña y somos el 5º productor mundial, el 7º país más plantado y el 10º exportador. De Jujuy a Chubut el vino emplea de forma directa poco más de 100 mil personas y el triple de forma indirecta. Todo eso se celebra el 24 de noviembre.

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