El padre de Armando Bucarey llegó en los '60 a un inhóspito barrio que recibió el nombre de Río Grande. Heredó de su papá el oficio y contó como fueron esos años y las veces que lo quisieron desalojar.
Armando Bucarey tiene 62 años. Cuando tenía sólo seis meses, su padre se afincó en la tierra que actualmente se encuentra sobre la calle Río Negro y Purmamarca. Desde entonces, vive en ese lugar, muy cerca de las aguas del Limay, y fue un actor principal de los cambios que atravesó esa zona, inhóspita en los '60 y '70.
“La avenida Olascoaga era una sola calle y llena de piedra. Era bravo llegar hasta acá. Solo había algunas huellas (de camino) y era todo médanos, canteras, zona de chacras”, dice Bucarey, quien nunca se mudó de su hogar junto a su familia.
Para el neuquino “neto” –como le gusta definir a Armando- el techo de los Bucarey hasta funcionó como un punto de referencia. La humilde casa siempre se mantuvo en la citada intersección, en donde su padre (Armando Alfredo) llegó desde Campo Grande (Río Negro) en el año 1964.
“Éramos muy pocos. Estaba la familia Pailahueque, en la calle Corrientes estaba Vidal, unos metros más arriba Orindo García y en la otra punta del río –cuatro cuadras hacia la costa del río- se encontraba Osvaldo Labrín”, recordó sobre los primeros pobladores del barrio Río Grande Primero. “En ese tiempo las casas se hacían de chilca y barro. Era muy raro ver una casa con materiales porque casi no había. Solamente adobe, el ladrillo hueco no se conocía”, detalló.
En cuanto al servicio de agua, Armando (h) contó que no era potable. “Teníamos un pozo grande y de ahí sacábamos para consumir, cocinar. El agua no tenía la contaminación que hay ahora”, expresó. Luego agregó que su casa familiar presentaba el baño afuera de la propiedad, tipo letrina hecho con cajones. Para la iluminación se utilizaban faroles o velas. “Se usaba mucho el Sol de noche, que era la lámpara a kerosene. Después usábamos leña para la calefacción. Teníamos una estufa que hicimos con tambor y la poníamos en el medio de la cocina”, explicó.
De oficio chatarrero
Armando Alfredo Bucarey se dedicó a la chatarrería, oficio que heredó su hijo mayor. Armando (h) tiene dos hermanos, que en la actualidad viven en el mismo terreno que escogió su papá para vivir. “En ese tiempo la chatarra nos la compraba la chatarrería La Conga, que se ubicaba en donde enfrente de lo que es la toma La Familia. Era de don Venega, creo que algunas de sus hijas todavía viven en ese barrio. El vidrio que juntábamos los llevábamos a Cipolletti. Cruzábamos el puente carretero con un carro tirado con caballos y lo entregábamos en la calle Meguelle, en donde nos esperaba el alemán Homan. Era muy chico y era el ayudante de mi viejo”, recordó.
La recolección de los objetos que se vendían se rescataba del basurero que se ubicaba en el barrio San Lorenzo, Cuenca XV y en unas tierras más arriba en la meseta. Aún los mencionados barrios no existían: “Lo que más tenía valor era el vidrio, el bronce, cobre, aluminio y plomo. Después con el dinero comprábamos todo suelto (productos alimenticios), bolsas de harina, papas y aceite por litros”.
Bucarey sostiene que con el dinero que se ganaba se “vivía”. “Como hasta el día de hoy”, lanza sin dudar. “Yo los estudios de mis tres hijas los pagué juntando cartones y otras cosas en el centro –de la ciudad-. Una de mis hijas es enfermera (Bertina), la otra es maestra de jardín de infantes (Susana) y Carolina es maestra de chicos especiales. Junto con mi señora no había otra cosa que laburar y laburar. Nadie nos regaló nada”, afirmó el hombre, que supo a sus veintipico de años trabajar en Rincón de los Sauces con la empresa Alessi. “Después conocí a mi señora, Adela Alegría, y me quedé en Neuquén”, contó.
Vivir entre el agua
Vivir cera del Limay en tiempos remotos era todo un desafío. “Era mucho sufrimiento”, dice contundente Bucarey. “Muchas veces tuvimos que dormir en el colchón mojado porque en la década del ’70 no te ayudaban mucho el municipio. Salía de acá (de su casa) y me iba caminando con el agua hasta las rodillas hasta la calle Chocón. Después me ponía las zapatillas, medias y agarraba viaje a laburar. Íbamos a cargarle los camiones al Gringo Riccobon (formó su empresa familiar que lleva más de seis décadas de trayectoria en áridos) y hacía changa por todos lados”, contó.
“Toda mi vida la viví acá; luchando, cruzando con el agua casi a la cintura. Cuando el río crecía subíamos la altura de las camas”, acotó.
A medida que van apareciendo las imágenes alternadas en su memoria Armando (h) va describiendo situaciones vividas. “El río cuando se acrecentaba llegaba hasta esta zona porque el arroyo Durán se rebalsaba y pasaba muy cerca. Cuando bajaba (el río) frente a lo que es hoy la Asociación Italiana – se hacía un canal y nosotros aprovechábamos para sacar arena, ripio, con rastrones que eran tirados por dos caballos”, contó Bucarey. “Entraban los camiones de el Gringo Riccobon, Luis Paglialunga, Patricio Martínez, Albino Cotro y después había que cargarlos pala en mano”, agregó.
En esa época, según su relato, llegaban los balseros con kilos de leña procedentes desde El Chocón hacia abajo: “Sacaban dos o tres camiones que eran Ford y Chevrolet 46. Los balseros traían la leña para los hornos de ladrillos y hacían su negocio”.
Bucarey especificó que un brazo del río entraba por el barrio Jardines del Rey hasta llegar al arroyo Durand –recorre 10km. de oeste a este- que seguía su curso hasta desembocar en el Limay. “Cruzando el puente que está a metros del club El Bigua esa zona era toda de mimbrales, sauces grandes. Para Navidad y Año Nuevo la gente se metía a festejar y se bañaba. También se pescaba, salía truchas grandes. La gente que iba a pescar al Limay llegaba a sacaba pejerrey de un kilo, kilo y medio”, señaló.
La Isla 132, vivencias
Durante su infancia, la diversión consistía en jugar al fútbol en los potreros, como el que estaba en Olascoaga y Purmamarca, o recorrer la zona de chacras y la isla 132, donde también Bucarey y su hijo llevaban a las vacas a pastar.
“Mi papá llegó a tener como 60 vacas y las pasaba a nado a la isla. La hacíamos ‘atropellar’ (al río), las tirábamos a la altura del club Santafesino y los animales se dejaban llevar por la corriente y salían solas. Después el ejército hizo un puente para acceder a la isla, en el mismo sitio en donde hoy se ingresa por la calle Linares", contó. La isla también sirvió como refugio para aquellos presos que se escapaban y elegían el lugar para ocultarse unos días, según el testimonio de Armando: “De la Unidad 9 se escapaban.”.
Cruzar el río en bote, en la franja donde se ubica el balneario Gustavo Fahler era un todo un reto. “Íbamos a buscar la leche en bote a la casa de la familia Crisatti. Viví frente al río Grande y el río era más ancho; desde la calle Democracia hasta la barda –de enfrente-. Una sola vez tuve miedo cuando se dio vuelta el bote y el agua arrastraba a mi papá, pero pudimos zafar”, relató.
En tanto, Bucarey fue un poco más allá y predijo algo que quizás puedan molestar o poner en alerta a muchos. “Creo que la gente que vive en la Isla 132 va a tener sus dificultades. Con los años el río siempre vuelve a buscar su caudal. Donde se hizo el Centro de Convenciones (Domuyo) el río cortaba derecho y le han ganado mucha tierra. Y el río no perdona. Cuando en invierno viene crecido vos clavas una pala en la tierra y en menos de un metro ya tenés agua. A mí hace tres años atrás se me ha hundido la camioneta, me apreció a la mañana de punta”, reveló.
Clubes y ¿primera cancha de golf?
En su vida en el barrio, Armando también presenció el nacimiento de los clubes que se ubican a orillas del río. “El primero en fundarse fue El Bigua, trabajé pisando el barro con el caballo para hacer las primeras canchas de bochas. Después la provincia tomo las tierras pegadas y estuvo Añop, vivió gente que traían del interior de la provincia. Luego con el tiempo pasó a ser el Ceppron. El segundo club fue la Asociación Italiana y su primer socio fue Ferraccioli (padre) y el segundo fue Alejandro Fattorello, que se dedicaba a la construcción. Hay muchas casas en el barrio (Río Grande) que tienen sus paredes echas por la empresa de él. Estaban tan bien hechas y tienen un hierro tan elevado en calidad que un vecino estuvo dos días con la moladora para poder bajar el panel para ampliar su casa”, contó.
“Otro que ayudó fue Mario Saglietti, que tenía una fábrica de caños de cemento para cloacas. Todos los gringos venían a trabajar. Lo primero que se hizo en el Italiano fue una cancha de golf, creo que fe la primera de la zona y tenía 8 o 10 hoyos”, reveló.
Otro reconocido club que abrió sus puertas a finales de los ‘70 fue el Centro de Residentes Santafesinos. “El que más trabajo fue el señor Caunedo, quien era abogado. Siempre estuve colaborando mientras se fueron haciendo los clubes. Además, no había alambrado y siempre pasaban los curiosos”, afirmó.
Manzana deseada, Chito Jalil y los intentos de desalojo
La voz popular siempre se hizo una pregunta y se la sigue haciendo ¿cómo la familia (Bucarey) posee el gran terreno que abarca casi una manzana. “Mi papá nunca fue dueño, él en esa época pidió permiso a la Municipalidad para construir su casa. Recién un par de años atrás hice todos los papeles y poseo la escritura hace unos 14 o 15 años. Desde que comenzó la gestión de Pechi Quiroga hasta la fecha, nunca me hicieron ningún problema”, afirmó.
Sin embargo, aprovechó para revelar que hubo otros intendentes de la ciudad con los que sí tuvo desencuentros. “Fue con Chito Jalil (Luis) y con Pichón Balda (César). ¡Sabés cuántos desalojos me quisieron hacer! Y cuántos abogados truchos vinieron a verme en nombre de ellos. Hasta los oficiales de Justicia han venido a desalojarme”, reveló.
“Me planteaban que el terreno tenía que entrar en sucesión y no es así. Mis hermanos volvieron hace unos años y yo les di un terreno de 20x40. Y como están disconformes me hicieron juicio. Esto está a mi nombre”, agregó.
Dando más claridad al tema Bucarey, explicó: “La Asociación Libanesa se lo compró –a la propiedad- al municipio de la ciudad cuando mi padre ya estaba acá adentro. Se lo cambió por la rotonda que está ubicada antes de llegar al puente carretero, frente a una estación de servicio. Cuando inició el juicio contra la Asociación para que me reconozcan los años me comunicó la misma gente que estaba -en esa agrupación- que la propiedad me pertenecía porque la asociación se había disuelto".
"Y ahí inicié los trámites y me llegaron todas las deudas que tenía el terreno. Vendí un jeep, una canoa, todo, me quedé con la cama nomás. Después me prestaron plata y así fue como comencé a cerrar las deudas. Por suerte ahora estamos bien porque ya no es la misma lucha de antes. Estamos tranquilos y disfrutando con las hijas que van a vivir acá. Con mi señora nos encontramos bastante enfermos peo seguimos haciendo bien las cosas para que todo quedé para nuestras hijas", sostuvo emocionado.
Armando confesó que lo han querido “correr” con dinero para comprar su propiedad. Y también ha recibido amenazas de toma. “Como nos ven laburantes y tenemos una casa humilde, llegan los vivos de corbata y te dice ‘Te doy 8, 10 millones. Sabés lo que es eso’. Y siempre les digo que para mí eso es un vuelto cualquier sea el ofrecimiento. Nosotros ya no nos chupamos el dedo. Fui a la primaria a la escuela 207 que después pasó a ser el cabaret Caracol (hoy funciona el Laboratorio Austral sobre Av. Olascoaga). No sé mucho de letras pero no soy tonto", sostuvo.
El estacionamiento más grande de La Confluencia
Armando Bucarey continúa haciendo su trabajo de chatarrero y tiene ingresos monetarios por el alquiler del espacio, en donde se ubican carros de comidas en una de las esquinas del área. Además, algunas personas le han dejado automóviles que sufrieron algún tipo de siniestros, por lo cual tiene otra entrada de dinero.
En el año 2013 se realizó la primera Fiesta de la Confluencia. Durante tres días, pasaron 150 mil personas. Y ante esa magnitud, Bucarey aprovechó su tierra para que funcionara de estacionamiento, una modalidad que continúa en cada edición de la fiesta. “Siempre pedimos permiso a la Municipalidad y en esta última fiesta solo cobramos cinco mil pesos, mientras en otros espacios cobraban 10 mil. En total entran 300 autos. Desde hace varios años que nos llama gente de otras provincias para que les reservemos un lugar. Hay gente que viene y se queda en sus Casillas rodantes o Motorhome", manifestó.
"Estoy agradecido de ser neuquino porque a mí todo el mundo me ayudó. A mí Neuquén me conoce como cartonero y por otras changas. Nunca nos faltó el pan en la mesa porque siempre laburamos mientras veíamos cómo crecía mi Neuquén. Estoy orgulloso porque todavía sigue recibiendo gente y dando trabajo. Nosotros estamos bien porque ya no tenemos la misma lucha de antes. Y sigo comiendo fideos caseros con pan duro porque me encanta", concluyó.
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