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La Mañana El cholar

Creció en El Cholar y hoy brilla en una de las bandas de música popular más influyentes del país

Recuerda el tiempo de su infancia y explica por qué volver a Neuquén es siempre una alegría. Este año, el dúo que integra cumple 25 años y lo celebra en la zona con una peña que organizan junto a un amigo y vecino de su pueblo.

Pasar la Navidad en familia; salir a pescar al río como cuando era un niño; poder mirar el cielo más hermoso de la pre cordillera una noche fresca de verano; cantar en la Fiesta Nacional del Ñaco: todo es motivo suficiente para volver a El Cholar, el pueblo del noroeste neuquino donde pasó su infancia Rodolfo “Pelu” Lucca, el músico santiagueño que creó junto a su compañero Manuel, Orellana Lucca, una de las bandas más destacadas de la escena nacional del folklore.

Aunque nació en Santiago del Estero, a los 4 años Pelu se vino a vivir a El Cholar. Sus padres que eran docentes –hoy ya están jubilados- habían conseguido trabajo en educación. Como un destino común a muchos santiagueños, dejar la provincia era una necesidad para encontrar una vida con más horizontes. Corría entonces el año 79 y no era un momento fácil en el país, menos para el norte. Al principio los hermanos Lucca, se quedaron con la abuela, pero pronto se vinieron a vivir todos juntos al sur con sus padres.

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Tuve una infancia feliz, donde lo más preciado era la libertad de moverme. Además, la belleza de jugar en la nieve, de remontar barriletes, pero lo mejor de un pueblo pequeño es que podías andar a cualquier hora sin problemas. Para cualquier niño eso es impagable”, dice Pelu. Tiene los mejores recuerdos de las tardes eternas en los cerros, o de los días que salían a pescar con sus amigos por los ríos de la zona.

En esa época de plena alegría, la música también se volvió parte de su esencia. Sus padres bailaban folklore y las añoranzas potenciaban ese sentimiento de pertenencia. Bailar una chacarera era un refugio de calor en los fríos inviernos neuquinos. Su mamá abrió una academia de danzas en El Cholar y le enseñó a bailar a toda una generación. “Para mi es muy lindo saber que muchos de los chicos que hoy son profes de otros niños, aprendieron a bailar con mi mamá”, dice.

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Además, en la escuela tenía a Don Heriberto Vázquez, como profesor de música y huerta, que además era el esposo de la cocinera. El año pasado, fue a verlo cuando estuvo de gira por Chos Malal y fue emocionante. Pero la magia sucedía en las vacaciones, cuando volvían a Santiago. Pelu tiene muy presente cuando visitaban a su tía que vivía en el campo y la siesta se volvía un universo de sonoridades. Eso, de alguna forma, también lo fue influyendo en la música.

Regreso al norte y encuentro con la música

Cuando terminó la primaria, sus papás decidieron que lo mejor era que hiciera la secundaria en Santiago y allí volvió a vivir con sus hermanas y su abuela. De regreso a casa, empezó a estudiar la guitarra y a educar su voz.

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Después, se fue a Córdoba a estudiar Odontología. No le iba mal para nada, pero lo más importante que le sucedió ahí fue el encuentro pleno con la música. Había armado un dúo bocal Pueblo Adentro con Rolando Rosales, con el que grabaron el disco “Remolino” y con el que llegaron a ganar un pre Cosquín. Fue en esas andanzas que lo conoció a Manuel Orellana. Recuerda que fue una noche en El Bodegón, un lugar para unas 300 personas donde se cocinaba una época muy buena para el folklore. Había estado tocando Raly Barrionuevo y lo invitó a tocar a Manuel. Pero al terminar el show, se habilitó el micrófono abierto y por cosas de la vida terminaron los dos en el escenario.

“Lo bueno de juntarse a cantar con otro santiaguero es que hay acuerdo inmediato en el repertorio. Ahí de alguna forma empezamos a trazar un camino”, cuenta Pelu.

Un dúo que deja huella

Es todo lo verano que puede ofrecer la cordillera. Los Orellana Lucca van a tocar en Villa Pehuenia y la calle es una fiesta, se siente en el aire. De pronto, el locutor los anuncia y se suben al acoplado de un camión que oficia de escenario, y detrás del brillo de una guirnalda de luces de colores, empiezan a tocar. Los bailarines aparecen por todos lados. Decenas de parejas se amuchan frente al salón Puque Peñi de la Comunidad Mapuche Puel. Si hay chacarera, hay alegría. Pero ese día hay un desborde en los corazones muy fácil de percibir. No todos los días se puede tener a un grupo de esa talla en casa, cerquita, íntimos y a su vez desplegando el talento que los coloca como una de las bandas de folklore más solidas del país.

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Hay un largo camino hasta allí. Desde que se encontraron esa noche en Córdoba, algo se empezó a gestar. En el año 98, Manuel Orellana creó Presagio con Ernesto Guevara, otro muy talentoso compositor tucumano que vive hace años en Centenario y el percusionista Eduardo Mizoguchi. Pero al poco tiempo, Ernesto se fue detrás de otro proyecto y en su lugar entró Pelu. La conexión de las voces fue inmediata, una armonía casi natural.

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“Pasaron muchos músicos y queridos amigos por Presagio. Es muy fuerte mirar atrás y ver todo lo que fuimos creciendo. Los últimos en incorporarse fueron el bajista, Ale Cortez y el percusionista, Benito Serrano. Están con nosotros hace 23 años, una vida”, dice.

Durante casi 8 años fueron Presagio, pero tuvieron que cambiar el nombre porque les llegó una carta documento de una banda de metal que tenía un nombre similar. Deciden ponerse Dúo Terral, pero la idea también dura poquito por un caso muy parecido. “Nosotros no teníamos ideas de marcas, ni de patentes. Esa época no era como ahora donde todo es más sencillo a partir de las redes. Fue muy difícil explicar que no nos habíamos peleado, ni separado, que seguíamos el mismo camino”, cuenta Pelu. Hasta que finalmente, decidieron ponerse Orellana Lucca.

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Desde entonces, recorrieron un sinfín de escenarios en todo el país. “En Argentina hemos andado mucho, pero también nos falta mucho por recorrer, muchos lugares que aún no hemos llegado. Y eso es lindo, porque en cada lugar nuevo se genera una energía hermosa. Por suerte ahora tenemos nuestro vehículo y nuestra peña y nos permite movernos con esfuerzo pero con más facilidad”, dice Pelu. Además de Festivales multitudinario, o recitales pequeños en los pueblos más recónditos, hicieron dos giras por Europa.

Composiciones propias, arreglos exquisitos, un ensamble de voces robado al monte con la frescura del Río Dulce, la búsqueda permanente de la huella: todo eso habita a este grupo de santiagueños que en cada presentación hacen ver el legado ancestral de la música de su pueblo.

“Estamos en el camino, en la búsqueda de seguir aprendiendo y creando. Creo que eso es un proceso que no se acaba. Nosotros nos vimos influenciados por Jacinto, Peteco, por Horacio Banegas, en su momento. La influencia es fundamental y también lo es trabajar para tener una huella propia. Es la responsabilidad de saber que, aunque no nos sintamos influyentes, las generaciones toman lo que tienen a mano como nosotros lo hicimos”, explica.

Mucho más que una peña

El sábado 19 de octubre, en el Circulo Italiano de Cipolletti (Hipólito Yrigoyen 777), los Orellana Lucca celebrán 25 años de carrera con una peña que promete ser una gran fiesta de la música popular. Durante la noche, repasarán gran parte de todo el reportorio que fueron amasando durante estos largos años de hermandad, pero también de consolidación de un sonido que tiene brillo propio.

La peña no la hacen solos, sino que tienen una pata importante en la producción local que es Cristian Temi, el músico y productor neuquino de eventos folklóricos a quien Pelu conoce desde muy chicos, cuando sembraron su amistad en la mágica infancia en El Cholar. “Es muy loco eso y por supuesto que se disfruta. Cristian es mi hermano”, dice Pelu.

La idea de la peña de Orellana Lucca es poder compartir también con artistas de la zona, ser un espacio de revalorización de la música nacida y criada en cada lugar, en este caso en el Valle. Esa noche, van a compartir escenario con Romina Pino, La Rustika, Alquimistol y Pily Verón, todos músicos de larga trayectoria, pero sobre todo con un talento especial para encender la pista de los bailarines con escondidos, gatos, zambas y chacarera. “Nada más lindo que conectar y compartir con la música, sobre todo cuando necesitamos llenarnos de buena energía”, dice Pelu.

Aunque siempre esté conociendo nuevos horizontes, Pelu no olvida los que alumbraron su infancia. Se acuerda que el año pasado pudieron venir todos a pasear a El Cholar a pasar las fiestas y fue inolvidable: hijos, nietos, abuelos. Dice que todos los escenarios son lindos y son un desafío, pero que cuando pudo tocar en la Fiesta Provincial del Ñaco, el evento que ya es parte de la identidad del pueblo, fue mágico. “Tengo el privilegio de poder seguir compartiendo la vida con los amigos con los que jugaba cuando era chico, de poder volver a la infancia en cualquier momento”, dice.

Quizá por eso, cada vez que vuelven a Neuquén hay una comunión con los Orellana Lucca, hay algo de mágico e inexplicable que sucede con ese sonido, una chispa que se enciende. Quizá sea casualidad, o cosas de la buena música, o también quizá un hecho del corazón, de la infancia y de la tierra que nunca olvida.

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