Bait aprendió a rapear con sus amigos del Barrio Belgrano y hoy la rompe con sus rimas en la Línea D. Los detalles de un submundo con sus propias reglas.
Todas las mañana, antes de subirse en la estación Palermo de la Línea D, Bait respira hondo, pone un bit de fondo y empieza a golpearse el pecho a ritmo del corazón como lo hacen Matthew McConaughey y Leaonardo Di Caprio en la mítica escena de El lobo de Wall Street. Aunque hace ya más de 4 años que rapear en los trenes es parte de su rutina, cada vagón es un nuevo desafío. Recién cuando se siente un poco más seguro, cruza la puerta, saluda a los pasajeros y empieza el show.
Bait llegó a Buenos Aires con la misma sed que muchas personas: triunfar. Y así como algunos entienden al triunfo como una economía un poco más plena, o para otros se trata del reconocimiento, para Bait, es poder hacer lo que ama y vivir eso. Encontró en el tren una forma pasajera de combinar la música y el trabajo, mientras se esfuerza para dar el salto que viene buscando. Hace dos meses, por esas casualidades de la vida y el algoritmo, un video viejo en el que está rapeando en el tren se viralizó, lo que no sólo implicó tener miles de nuevos seguidores en sus redes, sino que fue envión en un momento en que había empezado a bajar la guardia.
Su vida es el reflejo de muchos de su generación que encontraron en la música una vía de escape, una forma de expresión y la posibilidad de conseguir el éxito. Una palabra inmensa, peligrosa y muy pesada que pareciera haberse colado en el camino de nuestros pibes. Y aunque a Bait perseguir el éxito le quita el sueño, lo consigue cuando con su arte hace sonreír a cientos de miles de pasajeros que todos los días se suben al subte para ir a buscar lo que él encuentra ahí: pagar el pan para vivir.
Destino de rapero
Lisandro Rafart Weit, Bait, nació hace 25 años en el Hospital Castro Rendón de Neuquén. Vivió toda su vida en el Barrio Belgrano, donde cosechó grandes amistades que aún conserva. Cuando eran adolescentes, sus amigos de la cuadra empezaron a hacer Freestyle. A Bait no le gustaba mucho, se había criado escuchando rock, en su casa sonaban Pink Floyd, The Doors, Credence. Pero de pronto, no sólo vio que todos lo hacían y sintió la necesidad de no quedarse afuera, sino que uno de los pibes, el más bardero, “había empezado a agitarlos en las rimas” y se dijo: “yo tengo que responderle, yo quiero rapear”.
Empezó practicando en la cuadra, enseguida se sintió muy cómodo con las rimas, lo hacía realmente bien. Al año, ya estaba compitiendo en las batallas que entonces se hacían frente al Monumento a San Martín o en la Plaza Roca y un tiempo más tarde en las plazas de la Patagonia.
Desde muy pequeño, Bait se propuso un plan de vida. Nunca le gustó mucho estudiar, aunque siempre había tenido facilidad para hacerlo. En efecto, viene de una familia con un importante recorrido académico. El problema es que solía resolver todo muy rápido y cuando terminaba se ponía a molestar a sus compañeros con una constancia irreprochable.
“Odiaba la escuela porque me aburría. Cuando entré a la secundaria, mi papá fue muy concreto: tenés que estudiar si o sí. Entonces me dije: si me voy a tener que fumar esto, tengo que tener en claro qué quiero y qué voy a hacer de mi vida. Entonces me propuse nunca tener que trabajar para nadie, ser independiente, ser autónomo”, explica. Con la música encontró que todo lo que se había propuesto, además, empezaba a tener un sentido y un para qué.
La década pasada fue una época de oro para el Freestyle en la región. Las plazas neuquinas explotaban de calidad y dieron grandes exponentes como son los Barderos (la dupla de CRO y Homer el Mero Mero). A Bait le iba bien, disfrutaba de las batallas, pero pronto eligió dejar a un lado la competencia y empezar a hacer canciones. En paralelo, produjo eventos a los que asistía mucha gente, como Tinta Fresca en Cipolletti o Consonante Fría en Neuquén. Hasta que entonces llegó el momento de explorar otras posibilidades y se fue a Buenos Aires.
Su arribo a Buenos Aires y la parada en el vagón
Una de las primeras cosas que hizo fue subirse al tren de la línea Roca para ir a visitar a su familia de La Plata. Enseguida reparó en unos pibes que estaban rapeando. “Yo puedo hacer eso sin problemas”, se dijo. Y así lo hizo.
Un poco por intuición, otro porque desde siempre había estado en contacto con el abc de los códigos de la calle, entendió que lo más importante era ir desde el respeto. “Hola, ¿cómo estás? Necesito trabajar ¿Cómo es acá? ¿De qué a estación a qué estación puedo ir sin molestar?”, fue lo primero que le preguntó a un vendedor de esa línea.
Recuerda muy bien la vergüenza que sintió la primera vez que se paró frente al vagón. Aunque lo había hecho ante cientos en los encuentros de Freestyle donde asistía, el tren era otra cosa. “Ahí la gente está por necesidad, no porque quiere. Lo importante en ese momento fue, y aun lo sigue siendo, cómo romper el hielo ante los pasajeros que vienen cansados, agotados del día a día”, cuenta.
Empezó haciendo un show de improvisación, jugando con los pasajeros. Les pedía que le fueran diciendo palabras con las que él después freestyleaba. Durante un poco más de un año, lo que juntaba pasando la gorra en el Roca, fue su principal fuente de ingreso. Después, los hizo en la línea C del subte que conecta a Constitución con Retiro, y hace un año y medio lo hace entre Palermo y Congreso de Tucumán. Todos los días de 10 a 16, Bait le regala un show de rap comedia a la gente que viaja bajo tierra. “Durante estos años, siempre traté de ir mejorando, de que la propuesta que llevo al vagón sea la mejor”, explica.
También dice que la gente sabe valorar muchísimo el esfuerzo, que enseguida se da cuenta cuando lo que se ofrece es de calidad y colaboran muy bien en la gorra. Dice que para las fiestas es el momento del año donde más se llena de otros músicos, o vendedores, donde más aparece la gente que necesita el dinero.
“Hay una organización tanto en el tren como en el subte, que muchas veces se transmite de generación en generación, sobre todo entre los vendedores. Hay un código para poder permanecer, reglas que cumplir. De alguna forma hay que pagar cierto derecho de piso, pero no es tan difícil, es cuestión de respeto y de sentido común. Si te dieron un lugar, tenés que cuidarlo. Por ejemplo, yo veo que hay alguien vendiendo sanguchitos en una esquina, no me voy a ir a poner al lado a vender los míos, en todo caso le voy a preguntar dónde me puedo poner para no molestarlo”, explica Bait.
La clave está en saber y respetar los códigos, como toda organización social. El mundo de los rieles tiene la suya. Y así como hay ciudades o barrios más difíciles o con mayores complejidades, también sucede en las líneas. “No siempre sos bien recibido, hay líneas peores que otras. Las más picantes, son donde se mueve más dinero. Por ejemplo, el tren Mitre es uno de los más picantes. Pesa la antigüedad. A mi me tocó vivir escenas muy difíciles, parar a gente que me vino a pelear con un cuchillo en el hall de una estación. Pero todo eso se destraba cuando sos claro, cuando vas de frente con la verdad”, agrega.
Subirse al tren
“Yo sigo con ganas de triunfar con la música. Quiero vivir de esto. El tren es un medio, es la forma que encuentro de poder vivir de lo que me gusta que es rapear y con eso poder pagar las grabaciones. Nada es fácil en la ciudad de la furia, sino estás muy bien parado te expulsa”, dice Bait, que hace unos meses atrás volvió al Valle un poco triste, un poco desesperanzado con sus metas: “no estoy pudiendo con esto”, se confesó a sí mismo. Sin embargo, la viralización de su video y algunas propuestas que fueron surgiendo, sobre todo el aliento de gente que se detuvo a escuchar todo lo que hace, o comentarios de referentes como Callejero Fino, enseguida volvieron a revivir el fuego.
—¿Qué es el tren para vos?
—Es lo que te permite avanzar de un lugar a otro, pero también para mí es un desahogo.
—¿Qué te ahoga?
—La preocupación. La preocupación por la derrota, de que las cosas salgan mal. La ansiedad que genera esa sed de victoria. Porque aunque uno siempre sea consciente de la derrota, lo va a intentar hasta el final. Ahora llego y sé que tengo que la batalla sigue.
—¿Para qué rapeas?
—Rapeo para ser feliz.
Bait cambió las plazas neuquinas por el vagón del subte. Sus rimas no pasan desapercibidas para quienes las escuchan, de alguna forma siempre está intentando encender algo en los otros. Sin querer, desde su corazón noble, Bait le regala a las persona la posibilidad de sonreír, desde el humor también busca ser aliento y decir cosas que nos hagan sentir bien. En este tiempo cruel, una palabra a veces puede cambiarlo todo y eso es con lo que el rapero neuquino construye su propio camino.
A veces solo, a veces con alguno de los integrantes de su grupo que se llama Indelebles Clicka, todos pibes de este lado del país, que sintieron que la música les podía cambiar la vida y que sostienen ese sueño desde el arte callejero; a veces con mucha alegría y otras con el corazón estallado; a veces con algunas rimas ya pensadas, otras improvisando por completo, Bait se sube al tren para viajar tras sus propios sueños.
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