Miguelón Leiva es el más longevo de la ciudad en actividad. A poco de jubilarse, contó su experiencia de vida y cómo fue atravesado sus 31 temporadas de servicio con más de 600 intervenciones en el río.
Miguel Leiva es uno de los tantos nacidos y criados de esta ciudad. Desde pibe vivió en el barrio Villa María, ubicado en la vieja planicie de inundación del río Limay. Con la construcción de la represa de El Chocón en 1972, las crecidas comenzaron a ser controladas y esa zona comenzó a poblarse hacia la costa.
Miguelón, como lo llaman sus amigos y conocidos más cercanos, tiene 61 años. Su infancia prácticamente se dio en los alrededores del barrio, siempre con el Limay (en el idioma mapuche significa ‘agua clara’) a metros. Precisamente, el río marcaría su destino. En la actualidad, es el guardavida histórico de la costa, ya que lleva 31 temporadas en actividad.
“En total tengo 39 reválidas. Antes la Municipalidad nos contrataba y pasábamos por el segundo piso a cobrar. No había contrato. Por eso con las revalidas y todo tengo 39 temporadas”, aclaró inmediatamente Miguel, quien desde el 2015 está en la casilla situada en Paseo del Limay (Linares al fondo) .
Las revalidas, que se realizan en octubre, son necesarias para actualizar los conocimientos en las atenciones y las intervenciones que deba realizar un guardavida en cada temporada.
Tuvieron que pasar algunos años hasta que Miguelón, en medio de un episodio extremo, sin quererlo, ni saberlo, se puso el traje de guardavidas y cumplió ese rol.
Con sus amigos de Villa María
“La vagancia (los pibes del barrio) nos juntábamos siempre. Una vez había un vago con una Ford A y nos dijo ‘Muchachos, si la hacen arrancar nos vamos al río'. La empujamos como dos manzana y la hicimos arrancar. Éramos como seis los que estábamos”, rememoró. A toda marcha luego se trasladaron por la calle Río Negro al fondo, donde hoy está el puente que conecta con la Isla 132.
“Es ese tiempo solo había un alambrado. Y las maquinas viales habían hecho un pozón de seis metros por unos diez metros de ancho. Nos defendíamos nadando”, contó. Y agregó: “En un momento escuchamos al Mono –uno de sus amigos- que gritaba ‘me ahogo, me ahogo”. Me tiré y cuando lo tuve cerca, me abrazó. Tenía los ojos blancos pero como me tenía abrazado, yo también comencé a tragar agua. Como estaba a un metro y medio de la orilla, como pude llegue hacer pie y lo pude sacar”.
Antes, Leiva había sido arquero del club Independiente de Neuquén. “Tenía 16 años y me enseñó a atajar José María Silvero, que como técnico sacó campeón a Boca en la década del ’70. Machado Gómez –reconocido entrenador de las divisiones inferiores- era preparador físico. Llegué hasta la cuarta división”, recordó.
Leiva hizo la primaria en la Escuela 207 de calle Bahía Blanca al 1000. “Luego de grande terminé en la nocturna en la Escuela 61. Viví casi toda mi vida en Villa María y todavía sigo en el mismo barrio con la misma gente. Algunos están y otros se fueron (fallecieron)”, contó el neuquino, quien se destacó como Jefe de operativos y Jefe de sector con 42 guardavidas a cargo.
Primera experiencia en el Limay
El Limay para Miguel era prácticamente como el patio de su casa porque junto a la “vagancia” lo recorrían desde el Río Grande hasta el Balneario Municipal.
“Cumplíamos como un horario y en el subconsciente mío ya era guardavidas. Conocíamos todos los pozones y las partes, tramos que eran peligrosos. Muchas veces mirando a la gente nos dábamos cuenta de las personas que podían llegar a una situación de ahogarse. ‘Mira se está empezando a ahogar’, decía alguno y pasaba. Pero como no sabíamos sacar a la gente, no me largaba. Mi hermano (estaba en el cuerpo de Bañeros Voluntarios) me había advertido ‘Si no sabes rescatar gente, no te largues. Mirá que de pedo te salvaste (haciendo referencia al rescate de su amigo)’”.
A modo de juego y de entrenamiento, Miguel y sus amigos lanzaban un piedra para segundos después buscarla en el fondo: “Sin mirar donde caía la piedra nos tirábamos al río y bajábamos unos 5 metros a buscarla. Lo tomábamos como un entrenamiento”.
Recién a los 24 años Leiva pudo acceder a su primer curso de guardavidas. Tuvo como instructor a Gustavo Falher, profesor de educación física y creador de la primera escuela de guardavidas de la ciudad.
Falher se radicó en Neuquén en 1985 y el ex balneario Río Grande hoy lleva su nombre. “Salí primero en la reválida de aguas abiertas que se hacía en el Río Grande. Éramos 10, 12 los que hicimos el curso. En la pileta nadaba 3.600 metros por noche. Había que estar re entrenado”. Con esa primera promoción, se implementó el Operativo de Seguridad Balnearia en la temporada 1985/1986.
Traje de héroe
Después de haber cumplido con ese desempeño, la primera experiencia no tardó en llegar. Fue en el mismo Río Grande donde se produjo la escena del primer rescate. “Fue en febrero y el río era totalmente distinto; tenía más correntada, a las 6 de la tarde el agua comenzaba a subir. Cuando voz bajabas para el río por la avenida chocabas con un paredón y pegado estaba Hippocampus, que era un restaurante. Esa zona sigue siendo profunda”, relató Miguelón.
“Donde está Dirección Balnearia sigue estando la primera bomba y unos metros más abajo está la segunda. Fue ahí donde sucedió mi primer rescate. Entre las cinco y las seis apareció un tipo de unos cien kilos y a los pocos minutos comenzó a los manotazos. Apenas lo vi, me tiré, pude hacer la toma de doble brazo trabado y logré sacarlo a la superficie. Después vino un compañero de él y me contó que eran camioneros. En esa segunda bomba había un pozón y rocas de tamaño bastante grandes”, acotó.
“En todos estos años creo que he sacado más de 600 personas del agua; jóvenes, madres, abuelas, bebés, hasta hemos sacado una camioneta Chevrolet que se la llevó el agua en el Gatica. Creció el río y se la llevó como 120 metros hasta un remanso. Antes el río tenía más profundidad y hacíamos recates a lo pavote”, reveló
A fines de la década de los ’80, Leiva aseguró que la zona de la Isla Verde, donde había grandes pozones, era el lugar en donde más gente se ahogaba. “Hemos socorrido gente con 15, 20 minutos debajo del agua, pero a pesar de los primeros auxilios, no los pudimos recuperar. Vivíamos escenas fuertes. Para acceder a la isla solo le cobraban a los autos y nunca estaba habilitada para bañarse. Siempre se ahogaban dos o tres personas”, detalló.
“Nosotros en esa zona íbamos a refrescarnos y después salíamos al brazo de Gatica, pero casi siempre pasaba algo con la gente que se tiraba en esos pozones. De casualidad sacábamos gente. Una vez saque un adolescente y me dice ‘Y vos cómo haces’. Y le tuve que explicar que me pagaban. Zona habilitada o no, uno tiene que cumplir”, agregó.
La imprudencia de la gente en el río
Según reveló Leiva, a fines de la década del ’80 se cubría Gatica Río Grande y después en el año 93 el Balneario Municipal, que tenía un cuerpo de Bañeros Voluntarios, encargados de supervisar a los bañistas: “Gatica era un hormiguero, era impresionante la gente que iba. Solo podías dejar el puesto para ir al baño o para buscar agua para el mate”.
La imprudencia es un factor que lleva a la desgracia a la hora de meterse al río. “Lamentablemente siempre va haber gente imprudente. Hay madres que se meten al agua con los chicos o bebés en brazos y es un grave error. Ante un descuido, un mal movimiento, el agua hace lo suyo, se puede zafar el niño y puede ser arrastrado por la corriente. Luego la mamá en su intento de rescatarlo, entre la desesperación, puede también correr serios riesgo de ahogarse”, comentó Leiva.
“La gente a veces deja a los chicos a la buena de dios. Los dejan que se manejen solos. Y el río no es un Jardín de infantes. Los padres no deben dejar a su chico solo ni a 50 metros. Después está la gente que no pregunta por vergüenza o no sé…no sabe si es profundo, si realmente se puede bañar en determinadas zonas, si corre riesgo al querer nadar a un punto. Siempre hay que interactuar con la gente y preguntarle si sabe nadar o no. Me tocó de sacar un menor y me llamaba la atención lo pesado que estaba y era el tío que venía agarrado de él”.
“A veces por el miedo y estado de shock en el que quedan, se olvidan de hasta darte las gracias. Sucede sí que algún familiar de la persona luego se acerca para agradecer”, añadió.
Con el crecimiento que ha tenido y sigue teniendo Neuquén, hay mucha renovación de gente. Justamente, personas procedentes de Buenos Aires, Mendoza, Córdoba y extranjeros, desconocen o no saben cómo manejarse al bañarse en un río. Y ante el desconocimiento ponen en riesgo su vida, según contó Leiva.
“A la altura de la calle Tronador, un hombre proveniente de Tucumán entró en pánico y casi se ahoga en un lugar en el cual no podés bañarte. Después está la gente que se mete al agua en estado de ebriedad y es otro tema. Por lo general se cae de espalda y comienzan a los manotazos o quedan flotando”, reveló.
También contó que gran parte de los adolescentes no le dan mucha “bola” ante algún llamado de atención. “Hay muchachos que se tiran de las copas de los árboles y del puente de la Río Negro. La mayoría son menores y son muy pocos los que te pueden llegar prestar atención”, dijo.
Miguelón sentencia que primero está la seguridad de uno y por ese motivo siempre que hay una situación de rescate se debe analizar bien qué se va hacer para atacar: “Hay casos de primer grado en donde la persona traga agua y nada más, mientras después están los que entran en desesperación o el que ya perdió la fuerza. Y según como esté, el guardavidas debe saber qué técnica va utilizar y cómo va a remolcar a la víctima”.
Para seguir en estado físico, el guardavida más longevo de la ciudad explicó que anda mucho en bicicleta. “Como mínimo cinco kilómetros a full, no paseando, no soy un viejo”, lanzó. Y también nada cinco días a la semana.
Vocación y ADN
En cuanto a las sensaciones que se producen al salvar la vida de otra persona, Miguel admitió que personalmente siente “satisfacción”, pero que no deja de ser un “trabajo.
“Me siento feliz. Es estar dispuesto, pero también he vivido las feas y las malas. No hay lugar para el relajo, nunca hay que pensar que no va a pasar nada por más tranquilo que vengan el día”, reflexionó y destacó: “El ser guarda vidas es como un ADN, lo llevo en la sangre. Para llegar a ser un guardavida profesional, hace falta un largo camino porque hoy veo muchos que vienen a buscar la guita y no tienen esa vocación de servicio. Hay algunas que pasan que no me están gustando. Cuando arrancamos éramos 15, 16 guardavidas y ahora somos 163”.
Por otro lado, valoró que ahora cuentan con dos botes semirrígidos, dos motos de agua para rescate, dos cuatri, entre otros.
Miguelón confesó que este año ya no hace más “puesto” a pesar que a sus 61 años está en buen estado físico. “Antes le ponía el pecho pero si hay que tirarse a sacar a alguien no hay que dudarlo. Eso ya está incorporado en mi chip y te trasformás. Para mí el Limay significa respeto. Es una gran parte de mi vida. Yo cada vez que entró al agua, me persigno”, concluyó.
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