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La Mañana radicalismo

El radicalismo, perdido en su propio laberinto

El partido se encuentra ante una profunda crisis de identidad, que baja de la conducción nacional y que se replica en provincias como Neuquén.

La sanción al diputado neuquino Pablo Cervi y a otros cuatro legisladores, de parte de la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical por el apoyo al veto del presidente Javier Milei a la movilidad jubilatoria, obliga a pensar sobre la idiosincrasia de un partido que tiene más de 130 años de historia y el rol que juega en la actualidad dentro del mapa político de la Argentina.

La primera lectura que podría hacerse sobre este caso puntual ocurrido en el Congreso es que desde las autoridades del radicalismo lo que se bajó como línea fue el de salvar, de alguna manera, el legado de un espacio que, junto al peronismo, supo o dijo representar a las mayorías, en el sentido de su concepción como partido popular. Y en rechazo a formar parte de una alianza casi de facto con el gobierno libertario.

Pero esta postura se contradice con lo que la misma Convención de la UCR resolvió en 2015, al conformar un acuerdo con el PRO, desconociendo lo que alguna vez dijo Raúl Alfonsín, el último gran líder que tuvo el radicalismo, cuando, en medio de la era menemista de los 90, señaló que “si la sociedad se hubiera derechizado, lo que tiene que hacer la UCR es prepararse para perder elecciones pero nunca para convertirse en conservadora”.

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Corrientes internas

En realidad, esa vertiente conservadora o de “derecha” dentro de la UCR existió siempre. En la etapa fundacional se vinculó con figuras como las de Marcelo Torcuato de Alvear, que fue presidente entre 1922 y 1928, y que representó, en ese entonces, una suerte de contrafigura respecto a las ideas del histórico caudillo Hipólito Yrigoyen (presidente entre 1916 y 1922 y depuesto por el golpe de Estado en 1930 cuando llevaba dos años de su segundo gobierno) y del fundador de la UCR, Leandro N. Alem.

Lo cierto es que, si se toma como referencia el último gobierno puramente radical que tuvo el país, con Alfonsín a la cabeza, la orientación político-ideológica, más allá de la mala praxis en materia económica, estuvo marcada por una concepción socialdemócrata.

Después, la desastrosa experiencia de la Alianza, con el ex presidente Fernando De La Rúa yéndose en helicóptero en el 2001, mostró, otra vez, a un partido volcado hacia esa derecha que criticaba Alfonsín.

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Desde entonces, el radicalismo navega como un barco a la deriva, fruto de sus propias contradicciones internas de no saber si quiere ser una opción de poder real, sumado a la conformación de acuerdos que después terminan por no conformar a nadie pero también y, por sobre todas las cosas, a partir de la ausencia de liderazgos claros.

Esa falta de rumbo y conducción, que baja de las autoridades nacionales, que se replica en las provincias (Neuquén es un claro ejemplo) y que se visualiza a través del accionar de sus representantes en el Congreso Nacional, configuran un panorama sombrío para un partido que supo ser parte fundamental de la vida política Argentina del siglo XX y que hoy se encuentra carente de identidad.

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