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En primera persona: el relato de una yogui neuquina en la India

Desde Neuquén, Guillermina Watkins viajó a practicar yoga al sur de India, bajo la mirada de la gurú del método Ashtanga Yoga.

Llega el rickshaw, esas motos triciclos con capota que en el sudeste asiático les dicen tuc tucs. Previo a subirme, el conductor me hace el primer scaneo del día (pasarán pocos minutos para recibir más escaneos del público masculino). También pasarán millones de bocinazos, el sonido que más se escucha en India después de que Surya (el sol) vuelve a nacer.

Estoy en India, hace más de 2 semanas vine a practicar yoga al sur de India bajo la mirada de la gurú del método Ashtanga Yoga, que se llama Saraswati Jois. La señora tiene 84 años y todavía enseña a miles de personas en cada temporada. Volveremos a ella más tarde.

Mientras boceto esta crónica durante el viaje en rickshaw, una víbora gigante pasa por el medio de la calle y detiene el tránsito. Son sagradas como las vacas en este país que respeta la vida y promueve la no violencia, aunque esté lleno de contradicciones para nuestros ojos occidentales.

Mientras que un yogui sale de una clase sintiéndose iluminado, una mujer musulmana pasa en burka custodiada por su marido; y mientras que las vacas son tratadas con el amor que se trata a un perro doméstico, las gallinas cuelgan en algunos puestos por los que jamás pasará bromatología.

India alberga en su pecho todas las expresiones posibles. Donde se erige una compañía de tecnología de última generación, un campesino aún labra la tierra. Querer entenderla es correr el riesgo de no comprenderla del todo.

Como decía Lannoy, "cualquiera que intente describir las cosas como son se enfrenta al desafío de describir un equilibrio muy fino entre lo inspirador y desalentador".

neuquina en la india

En India todas esas contradicciones forman parte del Lilah, el juego de la vida, y aceptan ecuánimamente lo que es. No tomarlo de esa forma nos llevaría a perder el momento presente. El Aquí y Ahora que los yoguis han promovido a lo largo de la historia.

Los europeos conquistaron varias veces a India pero fue una explotación económica y no del todo cultural. Por eso, en estas tierras conviven el mundo moderno con lo ancestral que se ve en sus calles, en sus no veredas, en la abundancia de colores, texturas y olores, en las castas, en la educación, en sus vestimentas y religiones, etcétera que sobreviven al paso del tiempo.

Cada año, millones de Yoguis llegan (llegamos) para estudiar, para encontrar respuestas, para empaparnos de una cultura que vemos con ojos más románticos de lo que vemos a nuestra crianza judeo-cristiana. Sabemos que no todo es color de rosas en India, país en el que hay escalofriantes femicidios por año como en Argentina o más.

Y aún así venimos y nos apropiamos de su cultura sin inmiscuirnos realmente del todo.

Vestimos sus atuendos, hacemos sus prácticas, pero somos completamente ajenos a sus formas de vida. De hecho, hay en los y las indias una característica fundamental: la paciencia, la aceptación de las cosas como son, incluída la muerte; no se oponen a nada, nada lo discuten y sobre todo, no pelean. Viven con una exasperante tranquilidad de la que me siento por momentos lejana (y de la que debería aprender, sin dudas).

El tránsito lo demuestra, no hay casi semáforos, las manos son de una dirección, pero también pueden ser de la otra. El tránsito es una danza de varios caminos que sin duda está regida por el Karma (la ley de causa y efecto de esta filosofía) y por el sonido de sus bocinas.

neuquina en la India

Elijo creer

Mysore, la ciudad en la que nació el Ashtanga Vinyasa Yoga, está ubicada a 146 kilómetros de Bangalore, la capital del estado de Karnataka, y es la segunda urbe más grande. Está ubicada al sur del gigante país y su religión es primordialmente hindú, luego seguida por musulmanes y por el catolicismo, que representa sólo el 2% de la población india.

En esta ciudad, que queda a 18 mil kilómetros de Neuquén Capital, nació una de las prácticas de Yoga que hoy tiene millones de adeptos de todo el mundo porque ofrece una exhaustiva práctica física combinada con técnicas de meditación que tan bien le hacen al campo mental. Se trata del Ashtanga Yoga que fue sistematizado por Sri. Pattabhi Jois, continuado el legado por su hija Saraswati Jois y sus nietos Sharmila Jois y el reciente fallecido Sharath Jois, que popularizó aún más la práctica en Occidente.

Desde finales del Siglo XIX el Yoga fue desembarcando en Occidente. El primero fue Swami Vivekananda quien dió una charla en un Congreso de religiones en Chicago en 1893 e introdujo los preceptos filosóficos del Yoga; aún ni se mencionaban las ãsanas que hoy tanto conocemos. Decía él en ese congreso "Estoy orgulloso de pertenecer a una religión (el hinduismo) que ha enseñado al mundo la tolerancia y la aceptación universal". Se puede ver bastante en el cotidiano.

Luego de él y casi en paralelo, a principios del S. XX en la ciudad de Rishikesh Swami Sivananda y en el sur, en Mysore, Krishnamarcharya desarrollaban distintos estilos de Yoga físico combinados con técnicas de respiración, meditación y fundamentos éticos que se popularizarían con fuerza desde la década de los 60, gracias a Los Beatles y otros famosos y deportistas que encontraron en el Yoga lo que no encontraron en otras actividades meramente físicas.

Es casi imposible decir cuántas personas hoy practicamos Yoga y sobre todo cuantificar de qué forma creció desde la Pandemia del Covid 2020. Lo que sí podemos agradecer que esta herramienta de autoconocimiento comenzó a penetrar nuestra cultura y nos dió algo más: nos acercó la espiritualidad que estaba allá a lo lejos y nos dio algo en qué volver a creer a muchos que no es el fútbol.

O al menos eso fue lo que me dió a mi que hoy, elijo creer.

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