Mime Mascaró encontró en Patáforas una forma distinta de contar la realidad. Hoy miles de personas esperan sus relatos.
Todos los días, al volver a su casa en Neuquén Capital, Mime Mascaró miraba el jardín de rosas de la calle Bejarano. No era cualquier jardín, tenía algo exquisito, una intención: esas rosas estaban ahí para decir algo. Hasta que un buen día, decidió bajar del auto y golpear las manos frente a la puerta. Salió una mujer con los labios muy bien pintados, el pelo largo bordó, la camisa rosada, una calza con flores, ojotas del mismo tono y un repasador en la mano. “Este jardín lo plantó mi abuelo Simón Riba por amor a mi abuela Rosa. Era la luz de sus ojos. Qué mejor que regalarle rosas a su Rosita. Las preferidas de mi abuelo eran las rojas, las de mi abuela las naranjas y las mías las floribundas rosas”, dijo. También le contó que el cuidado del jardín iba pasando de generación en generación y que este era su momento. El tiempo y la ternura habían convertido a la familia entera en una suerte de guardiana de un amor que sobrevivía a la muerte.
La intuición había llevado a Mime a descubrir una gran historia, pero también a reafirmar una certeza que la había acompañado desde siempre: basta con mirar persistentemente algo para encontrarle otro brillo, porque habitamos el mundo de los milagros cotidianos. Fue esa misma convicción la que la llevó a crear Patáforas, una revista digital sobre cultura universal, pero también un espacio en Instagram donde compartir historias maravillosas de gente común, en lugares comunes, haciendo cosas comunes, que bajo la mirada de la extrañeza, nos permite unos segundos suspendernos en el poder de la belleza cotidiana.
Mime es de Santa Fe, durante muchos años, por el trabajo de su marido, habitó la Patagonia. Es Comunicadora Social y Gestora Cultural, por lo que dice que no le resulta traumático en lo absoluto andar de acá para allá, por el contrario, explica que le permite involucrarse con las culturas de los lugares y nutrirse con eso. Cuando vivía frente al mar de Comodoro Rivadavia, fue editora de la Revista Noche Polar, quizá una de las piezas más preciosas del periodismo cultural patagónico. Dice que esos fueron los primeros pasos que la habilitaron a sumergirse en la mística patagónica.
El mismo vaivén la trajo hasta Neuquén, donde vivió más de 5 años y donde fue encontrando decenas de historias sorprendentes. “Siempre fui mala con el periodismo tradicional, no me llevo bien con las exactitudes”, dice. No había muchos medios que se permitieran hacer una pausa a la inmediatez y a lo coyuntural para contar esas historias. Sin embargo, empezó a sentir la necesidad de tener un espacio para hacerlo y fue entonces que nació Patáforas.
La revista cultural más leída
Jamás estuvo en sus planes que Patáforas se convirtiera en un fenómeno de tanto alcance, por el contrario, fue parte de una necesidad y un desafío personal.
En los hechos, Patáforas nació en pandemia y en Neuquén, cuando Mime armó la cuenta de Instagram y comenzó a colgar las notas en la web. La acompañó el diseñador Franco Ruarte, con el que había trabajado en Noche Polar, cuando era el director. Él la ayudó a construir la identidad y diseñó el logo que tanto tiene que ver con el concepto de la revista, pues cuando se lo mira fijamente, el fondo desaparece: sólo hay que mirar bien para ver distinto. O como el propio slogan dice: “mira y verás la rareza”.
Pero en verdad, dice Mime, Patáforas vivía dentro de ella. “Es una manera de mirar y me llevó tiempo tomar el valor de proponer esta mirada a otros. Cuando era chica, volví a casa con algún tesorito que encontraba en la calle, quizá para otros era una basura, pero para mí tenía muchísimo valor. Siempre defendí a esa niña, la dejé que se quede a pesar de los años. Y aunque fui creciendo, incorporando herramientas, recorridos, siempre estuvo en mí esa mirada infantil que tiene que ver con desnaturalizar todo, no dar por sentado nada. No siempre me resultó muy grato utilizar esa mirada, por el contrario fue muy frustrante intentar desarrollarla en algunos trabajos. Patáforas es entonces el patiecito que le construí a esa nena para que juegue tranquila y hoy somos un montón de adultos niños jugando en ese patio”, dice.
Y si bien hoy Patáforas tiene una agenda universal, sus inicios fueron con historias de acá a la vuelta.
Patáforas neuquinas
Detrás del click de los seguidores, hay un trabajo arduo, solitario y al mismo tiempo maravilloso que Mime disfruta muchísimo. Dice que habla en plural porque le da un poco de pudor, pero que es ella sola la que produce, edita, busca las historias y las cuenta. Dice que el éxito no está en la cantidad de likes, sino en el haber encontrado una voz, alejada de las tendencias y lo mainstream.
En ese mapa sin rumbo, las historias van apareciendo por todos lados: algunas son sólo emociones, otras sensaciones. “Yo tengo un recursero propio donde voy almacenando. Mi política de publicación tiene que ver con cómo estoy ese día. Pero también intento que sea un caleidoscopico, que toque todos los colores del arcoíris posibles”, explica.
Dentro de sus patáforas neuquinas favoritas está la del techo del hogar de ancianos que tienen unas monjas en la calle Chocón al fondo. Mime siempre solía pasar por ahí y le llamaba la atención esa estructura colosal con forma de barco. “Tenía algo de dantesco, algo de surrealista. Un día me bajé, es un lugar muy humilde. Ahí conocí a las monjitas de la congregación, me mostraron que en la parte cóncava del techo tienen un Cristo”, cuenta Mime. Y también dice que le dijeron al oído que si escribís un deseo en un papelito y lo doblas 4 veces y lo ponés detrás del hombro de la figura, las cosas buenas suceden. No recuerda que escribió ella, pero si recuerda la magia de la fe colectiva.
También recuerda que durante un Festival del Chef, descubrió una la placa en un árbol en medio del bosque de Villa Pehuenia, donde alguien escribió “Tu paso por esta vida fue rasante como el vuelo de los pájaros (…) tus cenizas volarán por estos bosques como símbolo de tu libertad Hasta siempre” . Le pareció un símbolo de amor tan potente que enseguida se puso a investigar.
“Empiezo a investigar y no hay fin. Hay un montón de cuestiones sui generis en la Patagonia que le hacen bien a una niña”, explica Mime.
Los Patafísicos y la vanidad de imaginar
Cuando Mime se cruzó con el concepto de patafísica, dice que casi le explota la cabeza. Por fin tenía un marco teórico, una bibliografía para apoyar todo su conjunto de creencias. “A partir de eso me empecé a enamorar, a ilusionar con tener mi propio espacio patafísico y a mi niña le encantó la idea”, explica.
La Patafísica es un movimiento cultural muy emparentado con el surrealismo que nació en Francia a mediados del Siglo XIX. Uno de sus mayores referentes es el poeta Alfred Jarry, que la definía como una “ciencia de las soluciones imaginarias”, aunque etimológicamente se refiere a aquello que está alrededor o más allá de la física.
“Es una suerte de pesudociencia, una filosofía de lo absurdo, que a grandes rasgos plantea detener la mirada en las cosas unos segundos para que se vuelvan extraordinarias. Es decir, propone desprejuiciar la mirada. Uno de los libros patafísicos por excelencia es Alicia en el País de las Maravillas. Flaubert afirmaba que si miramos mucho tiempo algo, enseguida aparece su rareza, y que si seguimos mirando, terminaremos viendo el mundo. La ´Patafísica es el agujero negro por donde se sumergen y emergen los posibles mundos imposibles del mundo”, dice Mime.
El significado de la palabra Vuja Dé, el antónimo de Deja Vú; todas las formas de decir adiós; las Cantoras del Norte Neuquino; las cajitas de música más lindas del mundo; la importancia del We Tripantu para el pueblo Mapuche; la tarde que los modelos de Dior caminaron por primera vez en Moscú; los caparazones de acrílicos para cangrejos ermitaños que crea una artista plástica japonesa y un sinfín de cosas extraordinarias pueden ser descubiertas o redescubiertas en Patáforas. Quizá por eso reúne a más de 374 mil seguidores. Quizá muchos de ellos estén ahí con el mismo sentir de Mime: “El mundo se vuelve maravilloso si podemos empezar a ver la vida así, si podés vincularte con la cosas dándole la potestad a ellas, a las historias. No impregnarles la formación, las cosas tienen su propio trayecto, se vuelven extraordinarias. Esto es aplicable a los seres humanos. Todo te puede volar la cabeza. Se trata de parar la máquina, escuchar al otro para abrir los sentidos”.
“Este es un lugar para hacer metáforas”, dice la poeta cubana Reina María Rodríguez, hablando de las misceláneas de su isla. Ante esa definición de la realidad, no es difícil imaginar que ella es también deliberadamente patafísica. Mime asegura que acá en Argentina, tanto Cortázar como Borges, también lo eran. En este lugar, en nuestra Neuquén, en nuestra Argentina o nuestra América Latina de corazón al descubierto, donde los milagros son el pulso vital para no desesperar, donde la fe es un principio trascendental ante las batallas imposibles del día a día, quizá todos los seamos de algún u otro modo y tal vez es esa forma de mirar y de mirarnos, descabellada y fundamental, sea la que nos salva la vida.
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