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La Mañana Historia

La historia del vendedor de huevo que con su cantito y carro revoluciona al pueblo

Fernando camina por todo Fernández Oro junto a su fiel compañera Aldana. Como en los viejos tiempos, cautiva al vecindario a su paso con simpatía. Sus sueños.

Como en los viejos tiempos, con el carrito y el particular cantito alertando a los vecinos sobre su paso y rompiendo así la monotonía barrial, campo adentro.

“Barato va el cartón de huevo, ‘tresquinientos’ ($3.500), huevo grande, huevo fresco, barato el cartón señora…”, grita Fernando, sin megáfono eso sí, a “capela”.

Dos nenes contemplan con admiración su contagioso latiguillo y lo imitan del otro lado de las rejas de un portón. “Lo hacen mejor que yo”, bromea el muchacho y felicita a los pequeños. Y van saliendo de sus casas de una vereda y la otra los fieles clientes y los nuevos compradores también.

Revoluciona el barrio y el pueblo

Mientras tanto, un perro se sobresalta y le ladra, aunque el vendedor ambulante lo calma con unas cariñosas palabras y enorme paciencia. “¿Qué pasó picho?, mordeme todo lo que quieras, pero no me vas a comer la mercadería que aún necesito venderla”, le dice con una sonrisa.

Las callecitas de tierra de los barrios orenses, del otro lado de la Ruta Chica, cansan un poco más al caminante, en verdad es el ripio lo que complica al que “patea” tantas cuadras. Pero eso lo tiene sin cuidado al joven laburante.

Si se la banca Aldana, su pareja y fiel compañera, sin chistar, no se va a quedar atrás él, más allá de que el carrito cargado de huevos tenga su peso… “A veces me ayuda mi pareja, de a dos es más fácil”, reconoce el incondicional apoyo del amor de su vida.

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El vendedor de huevos junto a su pareja.

El vendedor de huevos junto a su pareja.

“Siempre ando por estos lados, a veces sobre la ruta al lado del museo, a veces por Sthimpra”, comenta el joven ya pasado el mediodía, de regreso a su hogar para hacer una pausa. Y no se queja de las ventas, “la gente siempre responde y valora que uno trae todo fresco, son grandes, de chacra”.

Gracias a Dios salen al grito mío las vecinas y los vecinos. Me la rebusco, agradezco que mi tío me dio una mano”, comenta Fernando sin olvidarse de quien le abrió una puertita en este oficio que le permite sobrevivir.

“El cartón de 20 sale 3.500 y la gente se engancha, porque si lo comparás con los precios de la mayoría de mercado o verdulería les conviene. Es que son grandes, frescos, de calidad”, promociona su producto. Y vende un cartoncito más a una señora que “voy a aprovechar para hacerle una tortita a mi nieta que estoy cuidando justo hoy. Le compro cada vez que puedo, son buenos chicos”.

"Laburando se puede salir adelante"

Para Fernando esto de ganarse el mango en la calle no es algo extraño, sino que más bien responde a una especie de “tradición familiar”.

“Siempre de chico con mi familia nos criamos en la calle, vendiendo huevos, comprando metales, andando siempre por la calle. Es la manera que conozco de trabajar y tratar de progresar”, amplía este joven que quiere salir adelante.

En tiempo de crisis, nada es impedimento para intentar progresar. Y Fernando da el ejemplo. “Quiero formar mi capital, poder subsistir, tener mi casa, formar una familia”, expone sus sueños en el cierre de la charla.

“Laburando se puede salir adelante”, se despide el vendedor ambulante de Fernández Oro, quien le pone garra y mucho huevo cada día. “¡Barato va el cartón…!”.

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