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La historia de una mujer que quiso ser mamá adoptiva y una niña que soñaba con tener una familia

En junio de 2023, Yamila adoptó a Eugenia, quien estaba a punto de cumplir 13 años, la edad límite para estar en un hogar de niños.

La primera vez que Yamila y Eugenia se encontraron, después de que el Registro Único de Adopción de Neuquén (RUA) cruzara sus datos y ellas aceptaran comenzar la vinculación, estuvieron tres horas juntas, en el hogar de niños en el que Eugenia vivía en ese entonces. El tiempo que estima el registro para esos encuentros es de una hora, pero aquella primera vez Eugenia pidió dos prórrogas. Y les dijo a las trabajadoras sociales del hogar, que venían a proponer finalizar el encuentro: “Yo esperé años este momento, ahora quiero más tiempo”.

Yamila cuenta que, temerosa de que Eugenia no quisiera hablar, se había llevado recursos en su bolso: “si no hablábamos quizás podíamos pintar o leer”. No hizo falta. Ese día Eugenia ya quería agarrar sus cosas y mudarse con quien sería su mamá, aunque había que esperar. Ese día fue el 8 de junio de 2023.

Este año celebraron junto a la familia y las amistades el primer aniversario juntas como madre e hija. “Había muuucha comida y globos”, cuenta Eugenia, que en poquitos días cumplirá 14 años.

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Deseos y derechos

Después de muchos años de reflexionarlo y procesarlo, en 2019 Yamila se inscribió en el RUA. “Tenía entendido que eran procesos que duraban mucho tiempo, entonces me anoté pensando más a largo plazo. Con claridad acerca de que quería que pasara, pero como de acá a 10 años”, cuenta Yamila, en el comedor de la casa en la que viven con Eugenia en el límite entre Neuquén y Plottier. Y explica que “en ese momento puse como tope de edad los 5 años, pero de manera estratégica porque sabía que si decía mi verdadero criterio en relación a la disponibilidad adoptiva seguramente el proceso sería más rápido. Yo quería empezar a estar en el listado, pero con tiempo de procesarlo por dentro, capacitándome, porque en el mismo registro nos dan capacitaciones”.

La disponibilidad adoptiva implica que quienes se anotan en el registro de adopción declaren las edades de los niños y la cantidad que querrían adoptar. Esto es porque a veces hay hermanitos que no desean que los separen. “Hay otros filtros que son incómodos, por decirlo de alguna manera, que tienen que ver con aceptar acompañar a alguna persona que tenga problemas de salud o alguna discapacidad. Yo en ese primer momento en que me anoté no puse nada directamente y, luego, cuando iba a tener la entrevista, no me pareció una limitante”, explica Yamila.

Eugenia tenía en ese momento un diagnóstico de retraso madurativo que a Yamila le parecía muy genérico, no específico. “Son situaciones que pueden acompañarse, quizás se necesitan más apoyos en algunos casos, pero se puede”, dice. De hecho, hoy Eugenia da pasos agigantados en el aprendizaje y la socialización con sus pares, en la escuela y el resto de sus actividades: va a natación, a equinoterapia, a la psicopedagoga y la psicóloga. Y como en pocos días cumplirá 14 comenzó a ir a un espacio para adolescentes.

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Yamila dice que lo mismo sucede con la edad de adopción: “A veces cuando se habla de que el sistema de adopción es lento, quizás deberíamos pensar que nosotros somos lentos en cuestionarnos por qué estamos queriendo adoptar un bebé. Hay personas que están esperando hace 15 años adoptar un bebé y muchos niños y niñas de 8 en adelante están en hogares esperando ser adoptados por una familia.”

“También me parece importante resaltar el interés superior del niño: no es el derecho de los adultos a tener un hijo, es el derecho de los niños a tener una familia, una familia adecuada, amorosa, comprensiva por sobre todas las cosas”, afirma Yamila. Ese interés superior del que habla es lo que la reforma del Código Civil de 2015 en nuestro país estableció, entre otras modificaciones, a la posibilidad de que puedan adoptar parejas del mismo sexo o familias monoparentales, es decir personas, varón o mujer, solas.

Así de claro lo tenía Eugenia: “yo vivía en el hogar y veía que se iban chicos muy chiquitos. Venían familias y se los llevaban. Y había otros nenes que cumplían 13 y se iban. Entonces pedí que me adoptara una familia. No me importaba si era mujer con mujer, hombre con hombre, papá y mamá, o mamá sola. Me dieron un papel en el que me dijeron que ponga mi nombre y me empezaron a buscar familia”.

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En julio de 2023, Eugenia iba a cumplir 13 años y sabía que llegado ese momento iría a un Hogar de adolescentes, donde sería más difícil que la adoptaran. “Así que me dije: tengo un mes para conseguir una familia”. Y justo ahí, llegó Yamila a su vida.

El apoyo de la familia

“En el Hogar estuve cuatro años y estaba bien. Pero cuando me separé de mi mamá (de origen) estuve muy mal. No quería que me separaran de ella, aunque después fui comprendiendo que en la familia que estaba no me cuidaban bien y no me enseñaban como tenía que ser, como otros padres cuidan a sus hijos”, relata Eugenia.

Su tono es sincero y directo, su voz es clara y mientras habla, busca las palabras para nombrar ese pasado, en el que estuvo expuesta a muchas situaciones de vulnerabilidad, y este presente en el que junto a su mamá adoptiva logró formar la familia que deseaba. A su lado, Yamila completa las frases, ríen juntas y recuerdan los primeros momentos. Como cuando Eugenia fue por primera vez a la casa de sus abuelos, el día de la reunión familiar para que la conocieran. Además de la mamá y el papá de Yamila, estaban los hermanos, tíos, primos.

“Yo estaba muy tímida y muy asustada y todos pedían ‘foto, foto, foto’ y ahí fue que mi mamá les dijo si me habían preguntado a mí”, cuenta y se ríen porque Yamila explica que “llevaba semanas sin sacarme una foto, cuidando todos mis movimientos para no invadir su consentimiento. Y los otros pedían ‘foto, foto, foto’ cuando yo no tenía ni una todavía con ella”.

Para su familia la emoción de la llegada de Eugenia fue enorme pero también, como en toda esta historia, fue un proceso. “Yo soy una persona muy familiera y considero que tengo una familia muy compañera. Creo que mis papás esperaban que tuviera una pareja y tuviera un hijo biológico y, si bien, yo dije siempre que no sería así, supongo que pensaban que se me iba a pasar, que eran ideas que no iban a llegar a los hechos. Cuando les conté que me había inscripto en el registro hubo un silencio tremendo y durante mucho tiempo cada vez que sacaba el tema me encontraba con ese silencio”, narra Yamila y cuenta que entonces un día se quebró: “les dije que no estaban entendiendo, que para mí era un proceso vital, que estaba aprendiendo y descubriendo cosas muy importantes. Ese fue el momento en el que hicieron un click y supieron que venía en serio.”

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Eugenia le pide a Yamila que cuente, entonces, de esa tarde, después del primer encuentro entre ellas: “Fui a la casa de mi mamá y papá a compartir lo que había pasado ese día y llevaba una cartita que Euge me había escrito. Yo la había leído y no podía leerla ahí delante de todos porque me quebraba de la emoción, entonces les dije que la leyera alguien más y no podían porque cada uno que intentaba leerla se ponía a llorar.”

Ahora, la relación de Euge con sus abuelos es cotidiana. De hecho, algunas noches se queda a dormir en su casa, aunque dice que no le gusta mucho porque extraña a sus osos de peluche. También los abuelos han sido un apoyo para la rutina de buscar y llevar a Eugenia a la escuela y otras actividades, aunque es Yamila quien se encarga mayormente de todo.

“No quiero dejar de destacar que quizás hay algo que me faltó trabajarlo más, algo que creo fundamental en las adopciones y en la maternidad en general: las redes de acompañamiento. Y no me refiero sólo a la red afectiva, que por suerte es enorme, sino a la red de personas que me den una mano con tareas concretas. Obvio que tengo claro que yo decidí ser mamá y las responsabilidades son mías. Una cosa es pedir ayuda y otra delegar responsabilidad. Pero sí me doy cuenta de que son necesarios esos apoyos”, confirma.

Por fuera del molde

En este sentido, Yamila, que ahora tiene 36 años, tiene claro que ser una mamá adoptiva fuera del estereotipo de familia configura este presente que atraviesa. “Mi decisión fue más desde mi despertar y descubrimiento feminista: me empecé a cuestionar, pensar en otras formas de vinculaciones, otras formas de maternidad… siempre tuve muy buen vínculo con las infancias y siempre supe que quería maternar y por qué no por adopción”, rememora y afirma su decisión individual: “en mis vínculos de pareja anteriores quizás no era el momento, es decir, yo no deseaba maternar. Nunca me pasó de compartir en pareja esta decisión.”

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Su vida dio un giro abismal que trajo de todo, lo positivo, lo novedoso y, además, lo condicionante. “Yo pasé de ser una persona soltera, estudiando, haciendo miles de actividades, a seguir haciendo eso sumado a maternar. Tuve que postergar mi vida social también porque el proceso requería que Euge no se vinculara con mucha gente al principio. Dejé de lado algunas de esas actividades para tener tiempo con ella, para conocernos”, comparte Yamila.

Entre todas esas actividades que Yamila hacía estaban la música y la danza de folclore. En el caso de danza, dice que de a poco va pensando en volver a las peñas a bailar. En el caso de la música, al inicio del proceso de adopción, Yamila pidió al registro poder seguir con un espacio de aprendizaje, su grupo de bombo legüero con el que también se presentaban en distintos lugares a tocar. “Fue el primer lugar en el que socializó Eugenia. Pedí específicamente poder continuar en ese espacio con todos los cuidados hacia ella. Iba conmigo y primero ni saludaba. Después ya fue una más, hasta tocando con nosotros en los shows. Ese espacio de compartir a través de la música que se dio fue vital para nosotras”, dice.

El amor por la cocina y por los caballos

El encuentro con Euge y Yamila es alrededor de la mesa entre mates y cosas ricas para comer que sobraron del acto por el 9 de Julio del último día del cuatrimestre escolar. Euge cuenta que en su escuela tiene muchas amigas y amigos y que su favorita entre todas las materias es Plástica. Pero su mamá destaca otra cosa: su habilidad para la cocina. “Creo que me voy a recibir el año que viene porque ella siempre cocina. Así que re buen equipo, porque yo antes de rendir vivía a pan con queso”, dice riendo Yamila que está a muy poco de finalizar la carrera de Derecho.

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Eugenia cuenta que ese día hizo un budín muy esponjoso para llevar a la escuela y que aprendió a cocinar observando en el Hogar cómo hacían la comida y que también las cocineras le enseñaron a amasar. “Ahora hago cosas más sanas”, dice y agrega que su cuerpo cambió mucho: “antes comía pura harina pero ahora como más verduras. Fui a la nutricionista y bajé 10 kilos. Es que en la escuela corro mucho. Los días que tengo que ir a pileta estoy cansada porque ya corrí mucho en la escuela, pero igual voy a la pileta.”

Otra cosa que Eugenia ama son los caballos, ya que se crio en un lugar en el que había muchos caballos. “Cuando sea grande me gustaría trabajar de enseñar a andar a caballo. La psicóloga de equinoterapia me pidió que la ayudara con los nenes más chiquitos y como a mí me gustan tanto los caballos y enseñar, le dije que sí”, dice emocionada. Comparte también que al día siguiente, que es sábado y es el día que va a la caballeriza va a limpiar las patas del caballo que monta en equinoterapia, “uno que es grande y lindo”.

Después, al comenzar las vacaciones, se irá con su mamá a la cordillera y, luego, a Santiago del Estero, con una delegación de folclore. Juntas, como siempre.

“La maternidad a mí me cambió mucho en esto, en la compañía”, reconoce Yamila, y agrega: “más allá de que ella es hija y yo mamá y ambas sabemos el rol de cada una, compartimos bastante. Conversamos mucho también. Cuando fui chica yo creía que mi mamá podía todo porque mi mamá nunca expresó que no pudiera. Yo todo lo contrario. Si tengo que llorar, lloro, si estoy enojada le digo que estoy enojada, o le digo que estoy cansada, que soy una persona y que no soy una superheroína. Es necesario desterrar el mito de las maternidades que lo pueden todo. Lo intentamos… pero no.”

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Eugenia la mira y asiente con la cabeza. Ya está terminando el día y empiezan a pensar en el baño, la cena y en ir a dormir temprano para al otro día ir a la caballeriza. Pronto vendrán las vacaciones juntas, en esta familia que construyen cada día, así, con lo que son, con lo que tienen, con lo que van logrando. Mientras, aguardan el cierre definitivo para este proceso: la sentencia de adopción plena que está pronta a ser dictada por la jueza de adopción. Es por este motivo que pidieron no mostrar sus caras en las fotos y que sus nombres sean modificados: por tener los mismos cuidados que han tenido hasta acá y movilizadas por el deseo de cada una: el de Eugenia de tener una familia que la cuidara y la acompañara, el de Yamila de cuidar y acompañar a una persona que necesitara una mamá con quien compartir la vida. Y cada 8 de junio lo celebrarán como este año, que fue el primero.

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