Lenguaje inclusivo: de la obligación a la prohibición
Cristina Kirchner obligaba a utilizar el lenguaje inclusivo. Javier Milei lo prohíbe. El autoritarismo como denominador común de la política argentina.
Nadie podría estar en desacuerdo con la idea de que toda sociedad debe propender a la integración, mediante la no discriminación por género, edad, cultura, religión o tantas infinitas diferencias existentes, como seres humanos hay en el planeta, ya que a pesar de las particularidades de cada uno, hay cuestiones que nos igualan a todos y que en la medida que eso sucede, la sociedad se vuelve más justa y pacífica.
En tiempos de cambios profundos, donde en Argentina todos están discutiendo todo, la utilización del lenguaje nuevamente ha aparecido en el centro de la escena del debate de la inclusión. Quienes promueven el lenguaje inclusivo, consideran que hay formas del lenguaje que refuerzan ciertos estereotipos de manera negativa.
Así, por ejemplo, es común en países con diversidad de color y piel, como en Estados Unidos, que exista un debate en torno al lenguaje inclusivo, tratando de evitar connotaciones negativas de las palabras que hagan referencia a lo negro como si fuera malo, y lo blanco como bueno.
En Argentina, en cambio, el debate se encuentra, en este momento, alrededor a los estereotipos de género. Una pionera en esta temática, fue la expresidente Cristina Kirchner, quien exigía que se la denomine presidenta, con “a” y no con “e”, a pesar de que la “e” incluye ambos géneros y por estar antecedida por el artículo “la”, hace clara referencia a una mujer.
Durante la última década, hubo una corriente de género que además de promover el uso de la “e”, también impulsó con vehemencia la incorporación del lenguaje no estereotipado en nuestro país mediante una serie de modificaciones que han devenido en manuales completos de lenguaje inclusivo. Entre otras cosas, promoviendo el abandono en la utilización de sustantivos genéricos, ej: “El hombre ha dominado la ciencia” por “La humanidad ha dominado la ciencia”. También mediante la utilización de pronombres genéricos, ej: “al interesado” por “a quien pueda interesar”.
La novedad es que el vocero presidencial, Manuel Adorni, anunció el martes, que Javier Milei resolvió "iniciar actuaciones para prohibir el lenguaje inclusivo y la perspectiva de género en toda la administración pública nacional". Ya que estamos finos con las palabras, nótese la palabra “prohibir”. ¿Acaso no éramos liberales?
Lo que el debate del lenguaje inclusivo, finalmente ha hecho, es desnudar las paradojas y contradicciones de la política en nuestro país.
El feminismo y antifeminismo, a pesar de ser conceptualmente opuestos -tanto como la noche y el día- en Argentina, han tenido una aplicación que se ha visto desvirtuada, compartiendo ambas un mismo rasgo: el autoritarismo.
Si hay algo que tienen en común Javier Milei y Cristina Kirchner, es que ambos propenden al cambio de reglas institucionales. Les gusta agitar el avispero de la política, la economía y la sociedad. Además, ambos lo hacen, con un profundo convencimiento ideológico que sustenta sus decisiones: con autoritarismo.
De esta forma, un gobierno que dice ser progresista, permisivo y abierto, obligan a utilizar un lenguaje que muchos sienten como inclusivo, a pesar de que otros lo padecen y rechazan.
Más tarde, asume un nuevo gobierno con aires de individualismo y libertad, pero prohíbe usar un lenguaje antes obligado. Simplemente, podrían haber anunciado el cese de la obligación. Pero optaron por ir al otro extremo: la prohibición.
Milei acusa al kirchnerismo de imponer el lenguaje de género como herramienta política, para ganar el afecto de ciertos colectivos o grupos sociales como el feminismo o la izquierda.
¿Acaso Milei, mediante la prohibición, no hace lo mismo para ganar el favor de los antifeministas y la derecha?
Ya lejos del debate de sí el lenguaje de género es conveniente o no, los rasgos autoritarios de una sociedad dividida y que le cuesta dar las discusiones con madurez, han quedado una vez más exhibidos, solo que esta vez - para variar un poco - en una temática ajena a la economía que tanto nos preocupa.
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