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Los Años 60, el boliche familiar de Neuquén detenido en el tiempo: su clientela y cómo es la movida

María y Jorge, a sus 80 y pico de años, siguen al frente de uno de los locales bailables históricos de la ciudad. "No apuntamos a la paquetería, sí a la gente honorable y trabajadora", aseguró su dueña.

María Angélica Acosta y Jorge Roberto Fiorini estaban destinados a unirse en algún soplo de sus vidas. Llevan 35 años juntos. Y de esos abriles, treinta y cuatro los cumplieron bajo un proyecto que se ha trasformado en otro de sus techos familiares: Los Años 60, el boliche que ya es un cuadro histórico en la ciudad en calle Roca al 275.

A sus 80 y picos de años, todos los fines de semanas Jorge y María abren las puertas del club nocturno, en el cual doscientas personas llegan para bailar, liberar los sentidos, sentirse acompañado o bien para elegir su futura compañera/o.

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La semblanza de sus dueños dice que la pareja se conoció en El Colonial, boliche que también se ubicó en calle Roca y donde hoy funciona una casa dedicada al sushi. Y si bien a María no le gusta la música y jamás tomó alcohol, a sus 41 tuvo su conexión con Jorge –andaba transitando sus cinco décadas- y nunca más se separaron. “Siempre digo que me lo trajeron Los Reyes Magos porque lo conocí un 5 de enero”, dice la mujer.

La llegada a Neuquén

Fiorini arribó a Neuquén en la década del ’60 proveniente de Bahía Blanca en búsqueda de trabajo. Ingresó a La Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTel) -estuvo activa entre 1946 y 1990-, en donde prestó sus servicios de mantenimiento durante 28 años. Mientras su esposa desembarcó en la ciudad en 1987. María, quien tenía su residencia en Adrogué (zona sur del Gran Buenos Aires) trabajaba en el Banco Credicoop.

“Vine para hacer unos trámites de cobranza del banco y me enamoré de Neuquén. Y terminé comprando una casa”, cuenta Acosta, quien aún reside en esa propiedad. “Te parabas en la vereda y podías ver el río Limay desde acá”, recordó.

En un principio, Los Años 60 fue propiedad de su hermana María del Carmen, que había venido de España a la Patagonia, y de Carlos González, que era bien tanguero y que luego pondría Café la humedad sobre la diagonal Alvear.

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La apertura del boliche y su público

“Le compramos la parte a mi hermana y a González. Le alquilamos la propiedad al señor Enzo Charandon y en marzo comenzamos arreglar todo el local. El 6 de julio del ’90 abrimos. Antes de Los Años 60 funcionó Pata, Pata y Kronos, que también fueron boliches”, reveló Jorge. Una de las partes se pagó a 25 mil dólares en tiempos del “1 a 1”.

Las primeras noches del boliche, que tiene capacidad para 230 personas, fueron tranquilas, pero a sus propietarios les costó convocar a su clientela al nuevo reducto. “Nosotros no apuntamos a la ‘paquetería’, sino a la gente honorable y trabajadora”, sentenció María. “A lo mejor no me voy a llenar de plata nunca. No quiero cosas raras”, agregó.

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“Le apuntamos a gente grande porque el boliche cuando lo tenía mi hermana y González, ellos bailaban tango. La gente después se fue renovando y tenemos habitués de muchos años que igual siguen viniendo. Hay gente que viene, se sienta y quiere escuchar música”, explicó la dueña.

Fiorini, en tanto, reveló que también llegan chicos de 18 años de forma solitaria o con sus parejas, que se encuentran con personas de más edad. Entre esos clientes se encuentra Jorge, un jubilado de 65 años, que a los 22.30 horas ya está preparado para ingresar al boliche. “Hay muchos respeto de los jóvenes hacía los más grandes y no pasa nada. Hay mucha gente que inicia una relación de amistad. Los fines de semana siempre hay cola para entrar”, describió.

“Tenemos a Ramón que es un ex militar que hace 32 años viene a Los Años 60. Siempre viene solo y se va solo. Hay muchas parejas que van y se conocieron acá. Se han pedido hasta casamientos”, acotó María.

El accesible valor de las entradas

Según sus dueños, entre el viernes y sábado reciben gente de Plottier, Senillosa, Villa Regina, Cutral Co, Contralmirante Cordero y Cipolletti. “Siempre trabajamos bien. No nos podemos quejar”, indicó María.

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Las entradas para las mujeres cuestan 4 mil pesos y para los hombres, $4.500, e incluye una consumición. Los únicos requerimientos para ingresar son que las personas vayan con un pantalón de vestir y calzado en condiciones.

Entre las figuras reconocidas que visitaron el boliche se encuentra Guillermo Pereyra, quien fue el histórico líder del sindicato petrolero y que en mayo falleció. “Venía con parte de su comitiva, dirigentes de la UOCRA y del sindicato de taxistas. Varias veces un grupo de petroleros nos pidió alquilar el lugar para ellos y nunca quise hacerlo. El boliche es para todos y el trato es igual para todo el mundo”, afirmó la mujer. El actual secretario general del gremio petrolero, Marcelo Rucci, también pasó varias veces por Los Años 60.

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Cada miembro de la familia tiene su trabajo o actividad particular. Sin embargo, cuando llega el fin de semana, nadie falta a la hora de poner el hombro en Los Años 60, excepto Fabián, el hijo mayor, quien tiene 59.

Los otros hijos, Walter (57), Bernardo (55), Jaqueline (43), Waldo (34) y Jorgelina (33), son los encargados de sostener la empresa junto a sus padres, además de yernos, sobrinos y nietos. De alguna manera todos colaboran con la causa y ya son tres las generaciones que están ligadas. En total son 20 los nietos.

La Tía Cuqui, la hermana de María Angélica, es la que se encarga de la taquilla desde hace 34 años.

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En ese ambiente donde el trabajo, la música y la amistad se entrelazan, la más chica del clan conoció a quien sería su amor: Adrián comenzó a trabajar en Los Años 60 cuando tenía 18 años. Y sin saberlo, ni pensarlo, se sumó a la familia de Jorge y María. Es que el hombre, que comenzó levantando copas e hizo de mozo, terminó casándose con Jorgelina (trabajaba en el guardarropas).

“Entré a los 18 y hace 18 años que estoy. Empecé bien de abajo y me convertí en el último mozo que tuvo el boliche”, contó el yerno de María, quien junto a su pareja, recibida de abogada, tuvo dos hijos.

Un negocio familiar

“Es como una familia de circo. La vida nuestra gira alrededor del boliche”, reflexiona Jorgelina. “Todos los martes vamos a limpiar y llevo a mis hijos, que mientras esperan se ponen a jugar a que son barman, acomodan papeles. Quieras o no siempre estamos pegados y más yo que tengo un año menos que el boliche”, aseguró Jorgelina.

Entre las anécdotas sobresale la de uno de los hijos de Walter cuando tenía 11 años. “Él siempre contaba en la escuela que trabajaba en un boliche, que era barman, que iba siempre. Lo decía tan convencido y siempre lo repetía, que la maestra decidió llamar a su papá”, reveló María. Todo se aclaró cuando explicaron que en cada cumpleaños, festejo o aniversario del local, la familia siempre estaba completa en su totalidad y los más chicos aprovechaban a jugar, aunque se tomaban muy seriamente el tema de la pertenencia. El hijo de Walter hoy tiene 22 años.

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En 2004, el boliche sufrió un incendio debido a un corto circuito que sucedió un domingo. El siniestro se produjo en el acceso y ante la situación todos los integrantes de la familia –en distintas tandas- trabajaron 24/7. “Entre todos llegamos a ponerlo en condiciones para poder abrir el viernes. En 34 años nunca cerramos. He velado a mi madre y me he vuelto a trabajar. Esto es así”, aseveró María.

En sus más de tres décadas, una sola vez sus dueños vivieron una crisis económica que los hizo tambalear. Fue en 2001 porque la gente no tenía dinero para salir. “Te costaba muchísimo sobrevivir. El alquiler lo pagaba en tres partes. Vivía pidiendo plata y no tenía para afrontar las compras de bebidas. Gracias a dios salimos adelante; cada familiar puso plata para cubrir todo y después nadie cobraba nada”, recordó.

El encargado de poner música es Marcelo Carrasco, que ocupa la cabina hace 34 años. “Se puede escuchar de todo. Disco, cumbia, los hits del momento, rock clásico, paso doble y chamamé”, contó Adrián, que actualmente es el encargado de seguridad.

“Siempre hay algún género para la gente grande. Se hace un corte y se les pasa dos o tres temas para que puedan bailar porque por lo general se van a las dos de la mañana. Mientras eso pasa una parte de la gente aprovecha para salir a fumar o tomarse un trago tranquilo”, agregó. María Angélica funciona como el sensor del ambiente. Si ve que los ánimos se están desinflando inmediatamente pega una mirada a la cabina y con una pequeña seña le pide a Marcelo que cambie la música para levantar a la gente.

Si hay que hablar de luces robóticas o cualquier artefacto tecnológico que le dé color a la zona bailable, el cliente se encontrará con la clásica bola espejada y luces que recorren el ambiente (suben o bajan su intensidad mediante el manejo de una perilla). “Se trata de mantener la esencia. Se han hecho algunos cambios desde que abrió el boliche, pero siempre hay que negociar con María porque trata de cuidar al cliente y por eso no pone muchas cosas que alteren el lugar”, contó.

La abuela que llevó al nieto y la "gente sola"

Una de las cosas algo atípicas que tiene su costado cariñoso y se da en Los Años 60 es cuando esa abuela lleva a su nieto a conocer el sitio en donde se divierte. “Una señora preguntó si podía traer a su nieto de 18 años ‘Cómo que no’, le dijimos. Y al otro fin de semana cayó con su nieto, que era más grande que la puerta de entrada”.

La ex empleada del banco Credicoop tiene una mirada muy afinada dentro de su comercio. Funciona como un ojo de Halcón y detecta todo. Precisamente, María aseguró que en Neuquén "hay mucha gente sola".

“Hay personas que vienen al boliche que están solas. Son personas que llegaron con su pareja, tuvieron hijos, enviudaron y se quedaron solitas o solos porque esos hijos se fueron a vivir a otro lado. Muchos consideran al boliche como su casa y nosotros los cuidamos”, reflexionó.

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El 50% de la clientela es fija y va siempre desde hace 20 años. Ante uno o dos faltazos de los habitués, ellos se encargan de averiguar que les pasó. “Uno los conoce y ya sabes quienes son. Y nos encargamos de averiguar si está bien o necesitan algo porque hay gente que está sola. Hubo una señora, Sofía, que quedó internada por unos estudios que tenían que hacerle y ella misma nos mandó una foto desde la clínica para avisarnos. A los diez días estaba otra vez en Los Años 60”, explicó Jorgelina, que junto a Adrián están más encima de todo lo que acontece en el local. “Hay clientes que tratan a mis papas como si fueran los padres de ellos", comentó.

El drama de la pandemia y el cuidado del cliente

El post pandemia tuvo sus episodios de tristeza porque algunos de sus habitués y otros que frecuentaban el lugar fueron víctimas fatales del COVID. “Cuando le preguntábamos a algunos jóvenes que venían con su tía o pareja nos contaban que ya no estaban porque había fallecido. Fue duro porque uno los veía siempre”, recordó Jorgelina.

La protección y atención que tiene María sobre su gente es muy difícil de encontrar o comparar con lo que sucede en otro ambiente bailable. “Una noche cayó un señor que le había ido muy bien en el casino. Había ganado mucho. Pero cuando entró me di cuenta que lo venían siguiendo porque entró él y atrás dos tipos desconocidos que jamás habían venido. Cuando este hombre se acercó a contarme los millones que había ganado le digo ‘Querido se te terminó la noche’ y le pedí un taxi para que se vaya a su casa’. Después lo llamamos para ver si había llegado bien porque lo venían siguiendo”, contó María.

Cuando alguna persona que va siempre se siente un poco mal, sé que quedó sin nadie que la acerque a su casa o tiene que esperar por horas su colectivo, muchas veces María les pide un taxi y esa persona después vuelve para hacerle la devolución del dinero. “El que va a Los Años 60 sabe que está cuidado”, sentenció la dueña.

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“Al que está tomado demás, por ejemplo, no se le vende más. Porque no me importa cuánto dinero tenga para gastar, me importa que se vaya derecho. Si están mal, se les busca un taxi, lo cargamos y después le pagamos el viaje para que llegue bien”, explicó.

Recordaron una historia muy particular cuando un señor se tomó su remisse y no llegó a su casa: “Resulta que se fue del boliche, pero sus familiares vinieron a preguntar por él. En el último lugar que había estado era en el boliche. El señor había ido a la casa de su ex y se armó una terrible”.

Los prejuicios sobre el boliche

Varios integrantes de la familia afirman que hay gente que tiene mucho prejuicio sobre el boliche. “Hay muchas personas que pensaron toda la vida que era un burdel o ‘pute’, que se vienen a buscar chicas o que es un lugar para strippers. También porque se hace una mirada sobre la gente, pero después caen chicos de 18 años y un poco más que quieren saber qué pasa adentro. Si es tan así que solo van ‘viejos’. Después cambia todo cuando ven que también hay chicas de su misma edad”, contó Adrián.

“Hay gente que vive en Neuquén de toda la vida que no ha entrado nunca. Hay casos de personas que no vinieron nunca, las trajeron y termina gustándole el boliche porque se divirtió y se sintió cómodo”.

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Una de esas observaciones que se pueden hacer en ocasiones es sobre alguna determinada prenda que puede utilizar una mujer ya avanzada de edad. Sin embargo, eso tiene su explicación. “Muchas de esa mujeres que se pone una mini, bucaneras, vestido escotado, lo hace porque recién ahora a esa edad lo puede hacer. Son mujeres que cuando era más joven nos la dejaban, tenían vergüenza, no se animaban, por lo que iba a decir. Y ahora se destaparon”, reveló Jorgelina.

"Hay una mujer de 60 y picos de año que baila como si fuese de 15. Y a veces pienso que esa mujer no pudo disfrutar su adolescencia, que no podía salir a bailar o porque tuvo que criar a sus hijos de muy joven. Y cuando más o menos resolvió sus cosas dijo 'Esta es la mía, mi juventud'. Esta revelación que se ha dado en las mujeres más chicas y de más edad, noto que también sucede en la gente mayor. Hay señoras que te dicen 'Me pongo minifalda porque antes nunca lo pude hacer'. Se sienten en libertad", opinó.

María y Jorge piensan seguir trabajando en Los Años 60 todos los fines de semana. “Mientras me dé el cuero, pueda dar bien el vuelto, voy a ir. Y el día que no pueda voy a decir ‘Llegué hasta aquí’, ‘Llegamos hasta acá’”, coincide la pareja.

“Soy prácticamente hija del boliche. Y si duró 30 años así, cómo no va a durar 30 más. Es mi vida, decime cualquier cosa, menos del boliche”, concluyó Jorgelina, dejando en claro que hay boliche para rato, para ese cliente que encuentra un lugar para divertirse, amistad, contención, una compañera para no sentirse tan solo en la vida misma.

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