Los Reyes Magos y los regalos, allá en la Neuquén pueblerina
Recuerdos inevitables de los 6 de enero. La ansiedad por los obsequios que llegarían y la vigilia de aquellas noches mágicas y maravillosas.
Cada quien en este mundo de adultos tendrá los mejores recuerdos de los Reyes Magos. Yo los míos bien guardados y en días como el de hoy, los desempolvo y los traigo a la memoria para recordar de paso a aquella Neuquén de la infancia y a todos los regalos que me encontré tantos 6 de enero al despertar en las mañanas.
Mi niñez de clase media no me dio lujos, pero sí me hizo feliz con decenas de juguetes que hoy a la distancia, y a la vista de cualquier nene moderno, parecen reliquias perdidas en el pasado.
Nunca me voy a olvidar de mi primer Meccano, el juego con el que uno se convertía en un pequeño ingeniero para construir maravillosas estructuras con piezas de metal, tornillos y tuercas. Lo mismo con el juego de química para combinar elementos que cambiaban de colores o tenían reacciones asombrosas, la pista para que corran los autitos en Grandes Premios imaginarios y hasta libros de aventura. Parece mentira, pero en aquellos tiempos los reyes también regalaban libros.
Ansiedad y vigilia por los Reyes Magos
Como en muchos hogares, la ceremonia comenzaba un día antes con los preparativos de recepción de los reyes. Nos contaban que venían de un largo viaje a través de las estrellas, montados en sus camellos para visitar a todos los niños del mundo. Por eso dejábamos pasto recién cortado y baldes de agua para que los animales se alimentaran y retomaran fuerzas para seguir con su recorrido regalando felicidad por aquí y por allá.
También la vigilia era intensa y ansiosa. Con mis hermanos intentábamos quedarnos despiertos para sorprenderlos en su ingreso a nuestro hogar con aquellos regalos que habíamos pedido a través de nuestras cartitas hechas a mano. Una y otra vez hicimos el esfuerzo de no dormir, pero nunca lo logramos.
Y el momento más lindo era el despertar a la mañana para salir corriendo hasta la puerta del living para buscar los obsequios que nos habían dejado al lado de nuestros zapatos.
No sé si hoy los chicos siguen creyendo en el maravilloso mundo de los Reyes Magos, como creí yo en aquel entonces y como creyeron mis hijos hasta que se convirtieron en adolescentes.
Sí puedo decir que cada 6 de enero me vienen a la memoria aquellos recuerdos tan bonitos e inocentes. Y los revivo con tal intensidad que hasta me dan ganas de cortar pastos y poner agua para esperar a los camellos y de dormir con la ilusión de que algo mágico puede llegar a ocurrir al otro día.
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