El asesinato de Morena Rodríguez de 11 años y la muerte del manifestante Facundo Molares, dos hechos de extremo desprecio por la vida humana, por la vida del otro.
El título de esta columna está tomado del nombre de uno de los libros del periodista y escritor argentino Tomás Eloy Martínez, y refleja lo que por estos días vivimos como sociedad. En los textos que componen esa obra, este maestro del periodismo narrativo se mueve en esa línea delgada y ambigua que separa la realidad de la ficción para relatar las vísperas de la muerte, ese momento de mayor intimidad y conciencia ante la precariedad de la condición humana.
El miércoles, el asesinato de Morena Rodríguez, brutalmente golpeada por motochorros delincuentes para robarle cuando la niña de 11 años estaba por entrar a la escuela en Lanús, conmovió hasta en el último rincón del país, golpeó tan bajo que llevó a los precandidatos a presidente, que hoy dirimen su futuro en las PASO, a cerrar en silencio sus campañas electorales.
Al otro día, el país se cubrió finalmente de negro cuando una incontrolable y feroz represión policial contra un pequeño grupo de manifestantes en el Obelisco de Buenos Aires terminó con la vida de Facundo Molares. Las imágenes de la policía presionando sobre el cuerpo y la cabeza del hombre contra el piso, totalmente inmovilizado nos hizo recordar aquella imagen del efectivo de Minnesota que mató al afroamericano George Floyd de la misma manera.
Dos hechos (a los que se pueden sumar el asesinato de un médico para robarle el auto y de un maestro para saquearle la casa, ocurridos también en la semana) de extrema violencia y de un extremo desprecio por la vida humana, por la vida del otro que ocurren a 40 años de democracia. Una democracia que costó recuperar después de una dictadura militar que también, pero con otros métodos y en nombre del Estado, despreció la vida humana.
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