Walter Donaire, gloria del turf , se accidentó en Barda del Medio. Pese a las dificultades, logró inusual éxito. Hoy cuida caballos junto a su mujer e hijo.
Una desgracia como disparador del sostenido e increíble éxito. Del drama a la sorprendente superación. La historia de Walter Donaire sale de lo común y no deja de asombrar. Digna de alguna buena serie de Netflix.
Todo jockey que se sube a un pura sangre o cuarto de milla sabe a qué se expone. Los riegos son muchos por la velocidad con la que guían a los pingos, si bien no cambian por nada del mundo las sensaciones que les genera esa adrenalina “incomparable”. Ahora, lo de Walter Donaire no fue una rodada ni accidente convencional, sino pura fatalidad y negligencia ajena.
La historia cuenta que en 1997 en las cuadreras de Barda del Medio, uno de los jinetes más exitosos que desfiló por nuestras pistas perdió un ojo en plena carrera. “Cuando doblé el codo con Kevin, como se llamaba el caballo, me choqué las ramas de olivillos que se metían en la cancha. Así perdí la visión, pero igual cruzamos el disco segundos, ahí nomás…”, recuerda aquel dramático momento en el circuito rionegrino. Y una performance heroica en condiciones totalmente desfavorables.
Parecía el principio del fin de su carrera, justamente. Para cualquier otro lo hubiera sido. Sin embargo, Donaire sacó a relucir su amor propio y fuerza de voluntad para sobreponerse a semejante adversidad.
“Me decían que lo podía recuperar al ojo, otros que no. En un momento encaré al médico y le pedí que me dijera la verdad. Y me aclaró que no iba a volver a ver de ese lado ‘porque perdiste líquido de adentro”, revela el ex piloto a LM Cipolletti.
Las puertas, naturalmente, comenzaron a cerrarse: “El Hipódromo de Neuquén por mi accidente no me dejaba ni varear -entrenar caballos- así que imagínate…”.
Sin embargo, unos propietarios audaces seguían confiando en su talento en el peor momento y hasta desafiando las normas y la naturaleza. “Me vino a buscar gente que tenía caballos en la costa, ahí por calle Gatica, para que les corriera un clásico en Senillosa. Esa noche previa no dormí de los nervios. 'Si no largo, no me subo nunca más a un caballo', me decía a mí mismo", rememora sobre un instante crucial.
Incluso reconoce que se fue a escondidas porque tenía “prohibido” intentarlo por autoridades y su entorno.
“Me vinieron a buscar para correr a la mañana y cuando agarré las monturas, la fusta, la chaquetilla y la gorra, la señora del cuidador de ese stud me preguntó ‘¿qué vas a hacer Walter?’ Tuve que mentirle: ‘Nada, le presté las cosas a un pibe para que corra”, reveló aquel dialoguito “tramposo”.
Así consumó su primera hazaña tras el percance de salud: “Gané y no paré más”.
Después vendrían los impresionantes récords personales: 15 estadísticas anuales (jockey con más triunfos en el año) en el Hipódromo de Neuquén, nueve de ellas de manera consecutiva y tres Pellegrini, la prueba más relevante del calendario hípico (con Totalizador, Primordial e Icy Halo).
“Que el tuerto esto, el tuerto lo otro…”
Las críticas y el bullying lejos de angustiarlo lo motivaron paara salir adelante. “Se empezó a hablar de nuevo de mí, muchas críticas y dudas: “Que el Tuerto esto, el Tuerto lo otro... Los rivales me encaraban por fuera, por el lado que no veo, no sabían que me cubrí tanto tiempo por ese lado que me hago fuerte allí”, revela el sorprendente dato y el secreto de sus triunfos.
Sumado a que “el 90%, para el jockey, es la capacidad auditiva. Aparte me exigía más. Escuchaba todo y me daba cuenta de que es más instinto que otra cosa".
Claro que también sufrió los revolcones y porrazos propios de una actividad tan áspera. “Para mí los caballos son todo, tuve otra clase de accidentes, me hicieron cirugías plástica completa en la cara, se dio vuelta un caballo y se me cayó encima. Tuvieron que reconstruirme el rostro. Y uno de los últimos Grandes Premios que gané fue con las dos manos quebradas en Rincón. Eran 5 pruebas y obtuve 4”, confiesa quien creció a los golpes en el turf.
Corrió hasta hace poco, con 47 años y colgó la fusta porque “el 26 de mayo pasado me operé la visión, tengo cataratas en el ojo sano”. Una campaña de ensueño pese a las dificultades y llena de gloria en la que únicamente le quedó la espina de brillar en Buenos Aires.
“Gané una allá pero cuando saltó enseguida el tema de la vista tuve que volverme”, reconoce. ¿Reglamento o discriminación?
Volvió a Río Negro
Oriundo de Bowen, Mendoza, los pagos de la leyenda Jorge Valdivieso y radicado en la región, volvió a actuar numerosas tardes en Río Negro: “En Luis Beltrán, Lamarque, las canchas cuadreras como Chimpay, Mainqué, en Viedma, San Antonio”, enumera el hoy cuidador.
“Mi señora Malvina y mi hijo Máximo me ayudan, trabajamos juntos con mi pasión, los caballos”, resalta en el final Walter Donaire, el jockey que venció al destino por varios cuerpos de ventaja…
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