Para cada necesidad, para cada condición y gusto, hay un producto a medida. El vino es un camino de exploración y de conocimiento, como cualquier otro consumo responsable.
“A mi el tinto me cierra el estómago”, dice una amiga. Otra sostiene: “mi padrastro es alérgico a los taninos”. Otro apunta, “mi novia es vegana y no consume otra cosa que productos para veganos”. Y así, la lista de restricciones a la hora de elegir un vino, sigue. Es que, en el mundo contemporáneo, las alergias alimenticias, las restricciones ídem y los estudios acerca de qué puedo y qué no puedo comer están al orden del día.
Vivimos en una época de consumos custumizados y a la vez atomizados. Para cada necesidad, para cada condición y gusto, hay un producto a medida. En la máxima utopía de mercado, para cada persona debería haber un producto. Lamentablemente en el vino no se puede.
De modo que, si miramos la copa medio vacía, hay que conformarse con lo que hay. O bien, hay que cambiar un poco la mirada. Es verdad que hay alergias asociadas al consumo de vinos –las histaminas provenientes de las levaduras, por ejemplo– pero también es verdad que muchas veces no es un asunto de alergias o de rechazos físicos, sino más bien de elección estilística. Y en eso el vino tiene mucho para ofrecer.
Mientras el lobby mundial anti-alcohol gana terreno en el mundo, mientras que el mercado se empecina en acomodarse a cada necesidad, el vino como bebida y dieta tiene mucho camino para recorrer. Pero para hacerlo bien es necesario entender dos cosas desde el punto de vista de los elaboradores y consumidores. La primera, es que el vino es tan vasto, que es casi imposible que no exista un estilo, un sabor o una propuesta que no se adecúe a un paladar. Incluso en el raro caso de las alergias a las histaminas, ya hay desarrollos de levaduras para ello. La segunda, es que hay un límite de escala posible para cada estilo. Es decir: se puede elaborar muchas botellas de un estilo y hacer ese negocio sustentable, pero no se puede hacer unas pocas botellas y esperar que funcione.
El vino es un camino de exploración. Y de conocimiento, como cualquier otro consumo responsable. La diferencia es que, en su vastedad, lleva tiempo y dinero hacerse una idea de qué o cuál es el vino que nos enamora. De modo que, para aquellos que quieran pero no encuentran su horma, van algunos plantes para descubrir.
“El tinto me parece fuerte”. Es verdad, a algunos consumidores la textura de los tintos, su energía etílica les parece mucho. Pueden probar con algunos Pinot Noir si no quieren beber blancos. O si no, con Chardonnay o Semillón con algo de madera y crianza, que los hace a la vez envolventes, confortables.
“Los blancos resultan ácidos”. Puede pasar. En general, aquellos consumidores que formaron su paladar con bebidas azucaradas, encuentran que los blancos secos son ácidos. En ese caso, beber blancos dulces podría ser una solución. Pero mi recomendación es que se alejen de toda dulzura y que exploren blancos de mayor riqueza. Para eso, la madera y la textura mantecosa son la claves.
“No es refrescante como la cerveza”. Pues hay que probar con espumosos. Pocas cosas hay más deliciosas en verano que beber una copa de burbujas al caer la tarde. La frescura de esa copa, su perfume, le cambia el humor al más amargo de los vivos. Eso sí, mi recomendación es que partan por un extra brut. Para explorar otros estilos hay tiempo.
“El tinto me resulta pesado y el blanco ácido”. Existen los vinos rosados para esa situación intermedia. Por un lado, proponen aromas frutales, entre cereza y guinda, por otro, paladares ligeros y refrescantes.
“El vino me parece amargo, solo consumo cosas dulces”. Nada que discutir sobre las elecciones, pero hay que saber que los vinos tardíos y los dulces natural son, precisamente, golosinas embotelladas. Basta probar un rico tardío para darse cuenta que en el dulzor de estos vinos se esconde una magia deliciosa.
“Solo elijo productos veganos”. La inmensa mayoría de los vinos son veganos. Y la razón es simple: parten de uvas y no se usan derivados animales hoy en el mercado. Puede haber algún raro vino en el que se empleó albúmina de huevo para clarificarlo. Pero como es caro en relación a otros productos, es muy raro que se lo use. De todas formas, hay certificados veganos.
“El vino es cosa de viejos”. Nada que ver. Pero si aún se cree que es algo así, sobran vinos que hoy están capturando el paladar de los más jóvenes. Entre vinos naranjos, turbios, naturales, con etiquetas locas y tal, hay una movida de “vinitos” para pibes que la están rompiendo.
Propuesta: Defender el vino
Frente al ataque de los lobbies anti-alcohol, que tienen a emparejar todas las bebidas, el vino merece un lugar muy diferente. No solo por tradición e historia, sino porque ofrece una versión moderada, asociada a la mesa. Para combatir los presentes ataques, en Europa se estableció una asociación llamada Vita e Vino. Las bases se pueden leer en www.vitaevino.org/es/ así como firmar la proclama.
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